Esta incipiente moda de acercar la realidad de la calle a las pantallas (cine de denuncia social, cinéma vérité, cine documental...) esta manía de retratar a personajes históricos o a nosotros mismos en vidas cotidianas, nos ha malacostumbrado y ya no sabemos disfrutar del buen cine de ficción.

El baile de la Victoria es una obra que rebosa arte en cada uno de sus planos, gran fotografía e imaginería, perfecta elección y adecuación de la música en cada momento, magnífica actuación de Abel Ayala y magnífico baile de Miranda Bodenhöfer. Uno debe dejarse llevar por la magia de los sentidos que este conjunto de factores provocan, sólo entonces podrá disfrutar y emocionarse realmente con esta preciosa obra.

Creo que el guión está infravalorado. El drama, la intriga y lo cómico se entremezclan tal vez poco sutilmente pero finalmente consigue hacerte reír, llorar y estar al borde del asiento en las 2 horas que dura la película. Tal vez Ricardo Darín no esté más que "correcto" y no deslumbrante como acostumbra, y quizás muchos momentos parecen responder a la inercia de las emociones y no a una cadena o sucesión lógica de situaciones, pero como ya digo esto sólo afecta a quienes no se dejen llevar por los latidos y el ritmo de los sentimientos, que son los que dirigen la película por encima de todo. Wong Kar-wai en España.

El director transmite unos sentimientos que todos los humanos conocemos, entendemos y compartimos, a través de unas imágenes que le deben más a la improvisación que a cualquier storyboard previo.

Lacuesta consigue hacer un cine que hoy en día es de los más difíciles y que rara vez encontramos en las salas, en el que los “actores” se representan a sí mismos y se abren a nosotros igual que muchos grandes personajes se muestran “al desnudo” de forma ficticia con Mankiewicz .
El flamenco parece ser todavía algo que se odia o se ama, y la banda sonora estará sujeta a alabanza o desdén según el oído de unos y otros. Siendo muy probable el embelesamiento en caso de agrado por el cante hondo, o fastidio pasajero en caso contrario. Dicho esto, mientras yo me hipnotizo con el movimiento de las nubes, con un garrotín de fondo, y siento el título de la película, otros verán un “plano almohada” mínimamente remarcable en un grado estético.

No veremos los efectismos propios de las películas de entretenimiento de este siglo que atravesamos, no hay tecnología punta ni seres creados por ordenador. No hay grandes movimientos de cámara ni planos secuencia de aplauso. Sólo son un par de cámaras que se colaron un par de años en la vida de unos personajes reales, y que ahora conocemos por su nombre de pila y cuya ternura nos alcanza irremediablemente.

Nakashima despliega un arsenal artístico de efectos especiales y secuencias con imágenes arrolladoras, en una trama donde la muerte acecha en cada esquina y lucha por triunfar sobre la vida de los personajes. El bien y el mal, lo malvado y lo bondadoso, lo dulce y lo grotesco, la inmadurez y la inteligencia. Todos estos polos conviven en el largometraje y se dan la mano de la manera más elaborada y exquisita posible. El excelente trabajo de guión no hace sino mejorar con cada secuencia, cada confesión, cada narrador y su historia que nos conmueve y confunde en un mar de belleza y sangre.

Los primeros veinte minutos son un derroche de rebeldía adolescente plasmada en un montaje de un ritmo tan intenso que al fundir a negro ya crees que esa era toda la película, y era de las buenas. Parece que volvamos a ver a Kubrick y su perfeccionamiento de cada detalle en todos los planos uno a uno. Tetsuya Nakashima se ha tomado el tiempo de rellenar hasta el último centímetro de pantalla con pompas de jabón que explosionan junto a pequeñas orejas infantiles, gotas de sangre que caen sobre un suelo de madera, teteras y tazas de té ¿envenenadas? sobre la mesa de la casa más acogedora, escaleras donde el último peldaño siempre es doloroso y el aullido nipón queda asegurado. Truenos y lluvia, lágrimas sobre mejillas, cámara lenta y primeros planos. Los recursos que se van repitiendo a lo largo y ancho del film no importunan sino que siguen mermando en la aflicción que avanza sin pausa en el espectador de esta “muerte convertida en arte”. La adolescencia en Japón no tiene censura ni castigo. Nunca el peligro tuvo mejor escenario.
Destacable no sólo la técnica, el guión y el montaje, sino la dirección e interpretación de todo el reparto: los quinceañeros toman el motín del barco y lo llevan a mejor puerto que otros “más maduros” del cine de hoy en día. Tampoco puede olvidarse la gran elección de la banda sonora, que sorprende con las melodías de Radiohead para los momentos de mayor clímax.
Por otro lado, lo poco que le falta a la cinta para ser de diez es el asentamiento de las ideas que dibujan el leitmotiv durante la intriga. Los mensajes detrás del relato no terminan de tomar forma, la película pretende ser más seria de lo que al final consigue. No sabemos muy bien cómo juzgar esta venganza, esta actitud de los personajes. El argumento, aunque atrayente de diez en formas, se queda en seis en cuanto a fondo. En cualquier caso, la increíble conclusión de este film construido en crescendo, con uno de los más estilizados y perfeccionados “time-reverse” del cine high-tech contemporáneo, junto con las cualidades anteriormente enumeradas, hace de esta obra una pieza imprescindible del celuloide moderno.

Una mujer (Juliette Binoche) que asiste a la presentación de un libro, “Copia Conforme”.
Está fascinada con el autor de la obra (William Shimmel). El hijo de ella es una suerte de observador traviesamente inteligente de apenas ocho años. Este chico es el primero que nos hace fruncir el ceño a lo largo del metraje. Y al ceño fruncido le seguirán el cruce de brazos, la postura expectante y la cara de póquer.
De remarcable fotografía, llena de planos secuencia que añaden realismo a este ensayo, observando los paisajes de la Toscana reflejados en la ventana frontal del coche en el que se desplazan los protagonistas. Parques, museos, casas y plazas italianas, que gracias a un más que destacable montaje de sonido, nos irán trasladando en un día que se acaba, desde la mañana más soleada, a una tarde llena de colores y gentío lejano -que está fuera de cámara pero que nos invade- creyendo que ya es primavera al visionarla en pleno invierno.

La cinta es una novedosa aportación estética en su búsqueda experimental de nuevas formas. La secuencia del “centro de conversión humano” con cuerpos blancos sobre un fondo blanco tan sobreexpuesto que sólo se distingue el movimiento en su contraste con el negro, es hipnóticamente innovadora y original. La variedad de la banda sonora (de Brian Eno a Chopin) es oportuna y desconcertante al mismo tiempo. Las comparaciones con la cinta de Von Trier, “Gerry” es inevitable en los planos donde se dilata el tiempo (primera secuencia en el coche por el desierto) y sobretodo cuando desprenden la misma idea / sentimiento (el abandono, desgaste y soledad de los personajes) en la “marcha final”.

De lo que se trata en esta obra es de llamar la atención con imágenes que realmente consiguen grabarse en la retina del espectador : rostros caricaturescos “humanos” derritiéndose; muslos y bello púbico confundido entre dunas de arena; la silueta de un hombre / robot en llamas caminando en slow motion sobre el manto negro de la noche; una sociedad robotizada. El efecto chocante y a la vez estético de estas imágenes es el punto fuerte del metraje. Aunque el tratamiento del tiempo puede hacer pesado en ocasiones este relato de poco más de una hora, la conclusión final del mismo es artísticamente admirable.