PSICO no es un monólogo, decían. Y efectivamente no lo es. PSICO es más bien una conversación aparente entre una mujer y su terapeuta que sugiere una conversación de fondo aun más significativa; la de la obra con el espectador. Cuando la mujer habla, la respuesta del terapeuta no es más que la de un subtítulo compuesto por puntos suspensivos, y un símbolo de mute que adorna la pantalla. De esta manera, el mediometraje nos posiciona como el interlocutor directo de su protagonista, ya que nos empuja a rellenar esos espacios de diálogo en blanco con nuestro propio mundo interno. Así, hay tantas conversaciones posibles entre la protagonista y su terapeuta como espectadores. Y es más; me atrevo a decir que hay tantos terapeutas posibles como espectadores, porque es donde la obra nos posiciona -tanto desde el mencionado juego con el diálogo como desde el propio lenguaje, más hacia el final del mediometraje-.

Una vez planteada la dinámica, PSICO la exprime al máximo con una propuesta que parte de lo -en apariencia- convencional a lo experimental, sosteniéndose fundamentalmente en el diálogo. O, mejor dicho, en el relato. La narración nos vuelve nuevamente espectadores activos, porque, así como el mediometraje nos obliga a dar forma a las intervenciones del terapeuta, también nos propone dar forma a las imágenes más significativas del mediometraje, cuyo disparador (denominado casualmente por su protagonista como "detonante" -término común en psicología, pero también en narrativa-), está por fuera del mismo, construido en el off, como la mayor parte de la peripecia. Es así como la propuesta de este trabajo es la de construir en conjunto, porque, como una sesión de terapia, la psicodanza, o el sexo, para PSICO la experiencia cinematográfica es un juego de dos.