Sí, vale, es un llamamiento a reflexionar sobre a dónde se dirige la sociedad occidental con su ritmo de vida, y si realmente el consumo compulsivo mejora nuestra calidad de vida. Vale también la crítica al materialismo enfermizo, pero ahí se queda la cosa.
En realidad, lo que el documental propone es una introspección individual. ¿Necesito vivir con tanto o puedo ser feliz con mucho menos? Y para ello va desfilando gente de la clase media estadounidense dando fe de lo equivocados que estaban y lo mejor que viven ahora con cuatro camisetas, un par de botas y una casa de 10 m².
Y hasta piensas que se va a quedar ahí. Que no es una crítica al capitalismo salvaje. A que mientras tres o cuatro se lo están llevando crudo esa inmensa "clase media" yankee que se ha quedado con lo puesto debería conformarse incluso con un poquito menos.

¿Qué es esto, una película, un documental? No, no es un documental. Nadie está entrevistando a esos niños, ni los están grabando mientras hacen su día a día. Ninguna voz en off narra sus vidas. Esos niños, mutilados por la guerra, interpretan un papel, recitan un guión, están ACTUANDO. Es ficción, pero es la ficción más real que haya visto nunca. Y a medida que te haces consciente no solo de la historia que te están contando, sino de la historia que podrían contarte, te vas rompiendo en pedazos. Si el cine procura generarnos emociones “Las tortugas también vuelan” ha llegado más lejos que nadie. No busca música de violines mientras un niño pierde sus manos en una explosión, ni una pierna, no busca el morboso “durante”, la emotividad del instante. A “Las tortugas también vuelan” le basta con ofrecernos la cotidianeidad, no quiere que nos horroricemos de lo que les ha pasado a esos niños, nos enseña el mundo donde el infierno es lo normal. Todavía sigo en estado de shock.