Oscar Wilde decía que tan sólo hacen falta dos cosas para escribir: Tener algo que decir y decirlo. Cuando veo cine, no aspiro a más que a ver una buena historia bien contada. Y Gattaca lo es, mantiene un hilo de tensión y deseas que Jerome, o Vincent, o quien diablos sea, devore su sueño por encima del mundo. Una gran película con escenas que trascienden. Si he de medirla por el erizarse de mi vello, dios sabe que ese "jamás me reserve nada para la vuelta" bien vale un lugar en mi corazón.

Contra todo pronóstico, se ha conseguido. De nuevo, ha sido arrastrada la calidad de una saga que había tocado fondo con “El despertar de la fuerza” y parecía comenzar a levantarse con “Rogue One”. Los que amamos la Ciencia Ficción y la Fantasía no podemos amparar en la “suspensión de la incredulidad” cualquier bodrio que traten de vendernos, ni siquiera (y especialmente) cuando porta un sello tan querido como Star Wars.

La “suspensión de la incredulidad” es una voluntariedad del espectador, un paso ciego y alegre para entrar en el mundo fantástico que se le presenta sin someterlo a las servidumbres de la realidad. Una vez dentro, olvidadas ya las cadenas de lo “real”, corresponde al creador dotar a ese mundo de una lógica y coherencia interna para que no sean necesarios continuos actos de fe. El voto habrá merecido la pena cuando, dentro del microcosmos en que accedimos a sumergirnos, todo tenga sentido y justificación en virtud de sus normas propias, de su magia; sólo cuando los personajes, humanos o no, pero iguales a nosotros en su naturaleza, nos resulten creíbles dentro de esas galaxias muy lejanas en que decidimos creer, entonces habrá sido cumplida su parte del pacto por parte del creador. Desgraciadamente, no es el caso. Ni de lejos.

Los efectos especiales puede que sean técnicamente perfectos, pero cada vez tienen menos alma y han perdido cualquier capacidad de generar asombro; la metahistoria que debería evocar el diseño de producción es cada vez más pobre y superficial, sin capacidad para despertar ya ninguna curiosidad por mundos sugeridos; el guion carece de sentido o coherencia siquiera interna (sin tener en cuenta el resto de la saga), recordando más a la inconexa sucesión de escenas de una serie animada de canal infantil que a una película siquiera juvenil; la épica se sustituye por el ruido y nos encontramos con una historia absurda que no puede emocionar, dónde nada cuesta esfuerzo y no hay héroes porque todos “pueden serlo” y cualquiera, por mediocre que sea, que pase por allí puede marcar la diferencia simplemente por un giro azaroso del (no) guion. Los actores se esfuerzan sin conseguirlo por dar peso dramático a unos personajes a los que la historia convierte en secundarios todos casi comicos prescindibles y olvidables. Por último, el Deus Ex Machina constante sustituye a cualquier norma o dinámica interna que pudiera permitirnos mantenernos dentro la película. Posee otro pecado sin embargo difícil de prever con tanto ruido de por medio: es aburrida y difícilmente puede soportar un segundo visionado cuando ya se hace tediosa en el primero.

Es así, y, en resumen, una mala película tanto para mayores como para jóvenes, para fans o para ocasionales, para cinéfilos y para pasotas. Mala para todos. Una mala película de Star Wars y un mal relato de Ciencia ficción o Fantasía. No posee más valor que el de la venta del merchandising que será capaz de promover. Afortunadamente, para aquellos que ya no necesitamos tomar partido y para los que su Star Wars está donde y como ellos desean construirlo, “Los últimos Jedi” acaba y, liberados del bodrio y ya confirmadas las sospechas, podemos ir a casa a buscar, imaginar y vivir mundos de fantasía que nos exijan suspensión de la incredulidad, pero no del cerebro.

Aun miro las calles con nostalgia, tratando de que mi deseo transforme los insulsos edificios en construcciones decadentes de ciencia ficción. Mientras escucho a Vangelis, me pregunto si Deckard es consciente, perdido en su microcosmos, de la gran historia que vive, de las pasiones que despierta en espíritus menos afortunados. Y el saxofón sigue sonando, como si un gran lago en mitad de la noche tratase de hacer escuchar su vaivén. Bendito gemido.

Jamás vi ejércitos moviendose tan gráciles, como agua fluyendo. Jamás sangre tan ardiente ni guerra tan triste; y nunca hombres tan humanos. Un cuento en el que el viejo sufre de vejez y el joven de juventud, y todos, como animales, viven y mueren por obligación. Si en lo estético Kurosawa es el mejor pintor, en lo humano quizás sea el mejor filósofo.

Raramente se ve tanta carne e instinto en una pelicula. Uno de los mejores retratos de la lujuria que se han llevado al cine. Y eso es sólo la maldición de Beowulf. El resto es aventura, monstruos, mujeres y vikingos demasiado humanos como para decir algo en contra del como. Una pequeña joya valiente y rica en matices, significados y, por supuesto, épica.