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El ojo de cristal (1956)

El ojo de cristal
92 min.
6,3
384
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Sinopsis
Enrique mata a un hombre mayor para robarle la indemnización por un accidente de trabajo. Sin embargo, resulta que el anciano aún no la había cobrado. Intentará entonces falsificar la firma del cheque. Al mismo tiempo que la policía investiga el caso, el hijo del inspector de policía, indaga por su cuenta. (FILMAFFINITY)
Género
Cine negro Intriga Crimen
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
El ojo de cristal
Duración
92 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción España-México;
Grupos
Adaptaciones de Cornell Woolrich
7
Los ojos dejan huellas.
Muy a propósito resulta el título de la clásica película negra española de Sáenz de Heredia para encabezar este comentario, en el que un falso ojo se convierte en la clave para resolver un crimen.

La película es una adaptación notable de un relato de William Irish, cuyo verdadero nombre era Cornell Woolrich, y que es sin duda uno de los escritores estadounidenses más y mejor adaptados al cine (pensemos en "La ventana indiscreta" de Hitchcock, "La dama desconocida" de Siodmak, "La ventana" de Tetzlaff, "La novia vestida de negro" de Truffaut, etc). Especialista en el género criminal y de suspense ambientado durante la Gran Depresión, es uno de mis escritores de relatos preferidos, siendo el aquí adaptado ("Through a Dead Man's Eye", 1939) uno de los mejores. La traslación de la acción a Barcelona se realiza con bastante fidelidad al original, manteniendo las claves argumentales básicas del relato, aunque operando algunos cambios más o menos acertados.

El resultado es un filme lleno de sugerencias interesantes, pero que no llega a explotar plenamente todas las posibilidades que proporcionaba el excelente argumento de Woolrich; así, pese a que el guión es respetuoso con la historia original y reproduce los personajes fundamentales de la misma, los diálogos son en muchos casos poco naturales, y se concede una excesiva importancia a la pesquisa policial, mientras que en el relato el hilo conductor era siempre la investigación de los niños. Es precisamente cuando esta se apodera del argumento -aproximadamente hacia la mitad del metraje- cuando la película se eleva, ganando enteros hasta el final, algo que se aprecia también en la realización, que encuentra en el seguimiento del sospechoso a través de las oscuras callejuelas del Barrio Gótico y aledaños barceloneses, sus mejores momentos. Por lo tanto, es fácil concluir que el filme resulta más acertado cuando sigue el argumento original, y que flojea cuando los guionistas añaden de su cosecha algunos fragmentos (todo el crimen de la mujer, los interrogatorios policiales...), aunque tales añadidos sean comprensible para alargar la historia, que originalmente no alcanza ni treinta páginas.

Aceptablemente interpretada, destacan como suele ser habitual los niños, siempre tan naturales ante la cámara, y el inimitable Sazatornil, que compone con su comicidad reconocida a un iracundo tintorero. La fotografía cobra especial importancia y lucimiento en el tramo final, todo él nocturno y ambientado en callejas oscuras y zonas industriales lóbregas, haciendo un hábil uso de las sombras y de los ángulos. En cuanto a la música, un poco folclórica, no resulta desagradable, pero no llega a casar bien con la historia, y a veces se elige mal el momento de insertarla (como en la pelea final).

En conjunto, una película muy recomendable, tal vez algo desigual, pero que se disfruta fácilmente, especialmente en la segunda mitad del metraje, y que de paso sirve para rendir homenaje a quien fue uno de los mejores escritores de relatos de suspense -y de relatos a secas, diría yo-, un Woolrich a quien debemos mucho quienes somos tanto lectores como espectadores.
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25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
La noche del cazador cazado
Cuando un director se propone lidiar con el espectador en el terreno de la suspensión, una buena apuesta consiste en fichar a un narrador especialista en tales menesteres.
Con William Irish, el muy certero Antonio Santillán ha escogido para ariete de su plantilla a un gran maestro de ese género policiaco, que conviene distinguir del género policiaco de misterio. Este último es asimilable al juego de adivina adivinanza, y el primero al juego del escondite entre un culpable que conocemos y las fuerzas sabuesas.

Santillán se muestra a la altura de tal prestigioso aporte, consiguiendo plasmar una auténtica obra maestra. Su película es fiel reflejo de la maestría de Irish en idear lúcidas pesadillas con meticuloso rigor, en elaborar con maniática precisión detallista tramas y situaciones, que aquí se pone por ejemplo de manifiesto con la preciosista coartada urdida por el asesino y su posterior interrogatorio y confrontamiento con los testigos, todos ellos perfilados con esmero.

William Irish se ha adueñado del mundo de los despiertos sueños propios de la infancia en numerosos relatos que desarrolla desde el punto de vista y el protagonismo de niños involucrados en asuntos criminales.
Ejerce este tipo de narración especial fascinación, pues nos retrotrae a la inocencia perdida sumergiéndonos en un mundo calcado sobre el del clásico cuento de hadas donde es el niño quien, enfrentándose al ogro, toma por su cuenta la defensa y salvación de la familia acechada por fuerzas malvadas.
Por cierto que para el papel ogresco no podía haber mejor elección que la de Carlos López Moctezuma, famoso villano del cine mejicano. Los acertados enfoques en primerísimo plano de su expresivo rostro bastan a infundir escalofríos de mieditis.

Simple aficionado al cine, y con conocimientos asaz superficiales de las técnicas que le son afines, suelo prestar más atención al clima que se desprende de una cinta y a las meras sensaciones que provoca, que a sus aspectos prácticos.
En El ojo de cristal, sin embargo, es tal y tan llamativo el súblime uso del juego de contrastes del blanco y negro, que la fotografía adquiere categoría de personaje adicional de la película.
Ese singular protagonismo se hace sobre todo notar en el portentoso último tramo de la cinta, con el recorrido nocturno por las calles adoquinadas y las proyecciones de la sombra del ogro perseguido que se agigantan amenazantes.
En una situación inversa a la de La noche del cazador, aquí es el niño-desfacedor de agravios quien viene a afrontar en desigual duelo al asesino-dragón en su propio antro, con esa magistral secuencia en la que los dos contrincantes se retan cara a cara con el cristal desempolvado por medio.

Raro misterio insoluble / último fin del saber:
¿Cómo es posible que tal maravilla de película no haya alcanzado categoría de gran clásico?
¿Cómo es posible que el de Antonio Santillán no figure entre los nombres de grandes maestros del cine policiaco?
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15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
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