Lo que es bueno para el ganso... (1969)

“Lo que es bueno para el ganso, es bueno para la gansa”, reza el dicho y con él se quiere decir que si tu pareja puede tomar licor, también tú estás autorizado(a) a hacerlo. Y si tu marido puede salir con sus amigas, también tú estás autorizada a salir con tus amigos. Pues dice la ley del equilibrio que No existe entre la pareja ningún derecho que sea privativo del hombre.

De esto trata -infortunadamente con muy poca gracia y con un guión bastante lamentable- esta película que realizara el productor, y ocasionalmente director, Menahem Golan, para la cual consiguió como protagonista al comediante Norman Wisdom quien, extrañamente, acepta estar en una historia frívola hasta la médula que lo pone a la altura de un Lando Buzzanca o un Alvaro Vitali, bastante populares por aquellos mismos años.

Wisdom es aquí el nuevo gerente de un banco, padre de tres hijos y casado con una de esas mujeres que se van a la cama con rulos y cremas en la cara, dejando la impresión de que uno se ha acostado con una de esas terribles actrices que han llegado a los 60 años con tres o cuatro estiramientos en la cara… Bueno, la mujer de Wisdom asusta menos.

Cuando viaja a un congreso bancario, el “desafortunado” Timothy Bartlett (así se llama ahora Norman), tiene la suerte de tropezarse con dos chicas aventureras que hacen auto-stop… y una de ellas, de nombre Nikki, aunque no tiene mayor gracia física, actúa de manera tan coqueta y facilona que quizás le recuerda a la Ewa Aulin de “Candy” o a cualquiera de las Lolitas a la americana, y nuestro hombre queda atrapado por el afán de volver a sentirse joven y otras cuantas ansias reprimidas.

Con este manido tema se han hecho cosas bien interesantes, pero Golan sabe tanto de comedia como los republicanos gringos de democracia, y “LO QUE ES BUENO PARA EL GANSO…” resbala y cae de una escena a otra, dejando a Norman Wisdom en un completo avispero y luciendo como un asalta-cunas, aunque la protagonista, Sally Geeson (hermana de Judy Geeson), ya ha cumplido sus 18 añitos al momento de rodar la película.

Al final, la resarcida vida matrimonial huele solo a “demos conformidad a los patrones sociales”, porque el voyeurismo del director deja la clara idea de que estaba más fascinado que Bartlett con la jovencita y bastante insulsa Sally.

Patinadas de viejos que, para algunos, se convierte en su caída definitiva.