- Sinopsis
- Tati, un joven de la provincia de Misiones, es un fan loco de Maradona, como la mayoría de los argentinos. A pesar de haber perdido su trabajo y de que su situación económica sea dramática, Tati no pierde su espíritu jovial. Cuando la televisión informa del internamiento de Maradona en la Clínica Suizo Argentina de Buenos Aires por un problema cardíaco, Tati decide viajar a la capital para hacerle entrega personalmente de una talla esculpida en madera. Atraviesa el monte a pie cargando la escultura envuelta en papel de diario y un bolso con otras tallas que espera vender. Una vez en la ruta, conoce a Warguinho, comenzando así su periplo, rico en sorpresas y encuentros. ¿Logrará entregar la escultura a su ídolo? (FILMAFFINITY)
- Género
- Drama Fútbol
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 2006 / Argentina
- Título original:
- El camino de San Diego
- Duración
- 98 min.
- Guion
- Música
Premios
"La ternura de los perdedores. (...) la película discurre por una senda de seda, agradable y llena de bonanza. (...) dibuja a la perfección ese mundo de los parias (...) Puntuación: ★★★ (sobre 5)."
José Manuel Cuéllar
[Diario ABC]
En el camino... (Rousseau hace las maletas)
14 de enero de 2008
“El camino de San Diego” (2006), merecidísimo Gran Premio del Jurado en el Festival de San Sebastián, es el quinto largometraje del argentino Carlos Sorin. Como en la mayor parte de sus trabajos anteriores -”Eterna sonrisa en New Jersey” (1989), “Historias mínimas” (2002), “Bombón, el perro” (2004)...-, en “El camino...” el espectador se asoma a una película de carretera, al itinerario de personajes que cruzan regiones casi inabarcables empujados en todos los casos por sueños de engañosa fragilidad.
Hay algo profundamente tierno en el cine de Sorin, algo extraordinariamente veraz que justifica el que, pese a lo exiguo de su producción, haya sido reconocido con una veintena larga de premios nacionales e internacionales. Sus imágenes, sus argumentos, su propia puesta en escena derrochan respeto hacia la población más humilde de la inmensa Argentina. Situados en la Patagonia o en la norteña provincia de Misiones, son retratos de hombres y mujeres radicalmente dignos, a quienes las dificultades económicas no han robado un ápice de integridad. Acercándonos a rostros castigados, a tenderetes precarios, a viviendas elementales, el director realiza una pedagogía de primer orden: condicionado por un cine poblado a menudo por personajes carentes de moral, gratuitamente violento, el espectador sigue las tramas de Sorin con cierto desasosiego, esperando que en cualquier instante la ingenuidad inerme de sus protagonistas desemboque en drama. Pero no: la visión del realizador parece nacer del espíritu bonancible de Rousseau, aquel que considera al hombre naturalmente bueno.
No se trata, sin embargo, de un ejercicio candoroso: llevando a las pantallas a esos seres al límite de sus fuerzas, Carlos Sorin reivindica la necesidad de que los poderosos reparen en su existencia, de que se tracen y apliquen políticas más igualitarias en un país, cuarto exportador mundial de alimentos, en el que la riqueza de sus recursos no impide hambrunas vergonzosas como las que en los últimos años mataron por desnutrición a un número desconcertante de niños.
Pero “El camino de San Diego” es, desde luego, algo infinitamente más rico y complejo que un estricto ejercicio de denuncia social. Hay esperanza y paz en esos personajes representados casi siempre por individuos sacados provisionalmente de sus oficios cotidianos, que nada tienen que ver con el cine. Sus interpretaciones transmiten credibilidad, espontaneidad, basadas muy probablemente en la explicación que aventuraba Sorin en una reciente entrevista : “el personaje y la persona deben ser muy parecidos”. Así, “Tati” Benítez -el entusiasta protagonista de “El camino...”, admirador confeso, como tantos otros argentinos, de Diego Armando Maradona- fue encarnado por Ignacio Benítez, empleado de un vivero de de El Dorado, localidad de Misiones. Y Paola, su mujer en pantalla, es Paola Rotela, su esposa en la realidad. Ellos, como la práctica totalidad del elenco, se estrenan ante una cámara. Una joya...
Cocalisa
Hay algo profundamente tierno en el cine de Sorin, algo extraordinariamente veraz que justifica el que, pese a lo exiguo de su producción, haya sido reconocido con una veintena larga de premios nacionales e internacionales. Sus imágenes, sus argumentos, su propia puesta en escena derrochan respeto hacia la población más humilde de la inmensa Argentina. Situados en la Patagonia o en la norteña provincia de Misiones, son retratos de hombres y mujeres radicalmente dignos, a quienes las dificultades económicas no han robado un ápice de integridad. Acercándonos a rostros castigados, a tenderetes precarios, a viviendas elementales, el director realiza una pedagogía de primer orden: condicionado por un cine poblado a menudo por personajes carentes de moral, gratuitamente violento, el espectador sigue las tramas de Sorin con cierto desasosiego, esperando que en cualquier instante la ingenuidad inerme de sus protagonistas desemboque en drama. Pero no: la visión del realizador parece nacer del espíritu bonancible de Rousseau, aquel que considera al hombre naturalmente bueno.
No se trata, sin embargo, de un ejercicio candoroso: llevando a las pantallas a esos seres al límite de sus fuerzas, Carlos Sorin reivindica la necesidad de que los poderosos reparen en su existencia, de que se tracen y apliquen políticas más igualitarias en un país, cuarto exportador mundial de alimentos, en el que la riqueza de sus recursos no impide hambrunas vergonzosas como las que en los últimos años mataron por desnutrición a un número desconcertante de niños.
Pero “El camino de San Diego” es, desde luego, algo infinitamente más rico y complejo que un estricto ejercicio de denuncia social. Hay esperanza y paz en esos personajes representados casi siempre por individuos sacados provisionalmente de sus oficios cotidianos, que nada tienen que ver con el cine. Sus interpretaciones transmiten credibilidad, espontaneidad, basadas muy probablemente en la explicación que aventuraba Sorin en una reciente entrevista : “el personaje y la persona deben ser muy parecidos”. Así, “Tati” Benítez -el entusiasta protagonista de “El camino...”, admirador confeso, como tantos otros argentinos, de Diego Armando Maradona- fue encarnado por Ignacio Benítez, empleado de un vivero de de El Dorado, localidad de Misiones. Y Paola, su mujer en pantalla, es Paola Rotela, su esposa en la realidad. Ellos, como la práctica totalidad del elenco, se estrenan ante una cámara. Una joya...
Cocalisa
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25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Neorrealismo argentino
26 de noviembre de 2006
Pelicula muy en la línea de Historias Mínimas, (es prácticamente un calco muy bien hecho). Se nos muestra la realidad de un país, de un amplio sector de la sociedad argentina que permanece agarrada a unos sueños, a unos ideales que permanecen muy arraigados. Pero sobre todo, es un trabajo de cine-realidad, de los parias de la vida que no tienen nada, pero que son grandes personas en el amplio sentido de la expresión.
A destacar la cadencia de la forma de expresarse que tienen los argentinos, es hipnótico.
Es una road-movie: de la provincia norteña de Misiones a Buenos Aires.
Se puede ver y se deja ver. No decepciona.
A destacar la cadencia de la forma de expresarse que tienen los argentinos, es hipnótico.
Es una road-movie: de la provincia norteña de Misiones a Buenos Aires.
Se puede ver y se deja ver. No decepciona.
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22 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
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