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España España · Miranda de Ebro
Críticas de Cocalisa
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
9
20 de julio de 2007
59 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida nos viene grande... Esta es, al menos, la certidumbre que insidiosamente va minando los días de la familia Mitchell y de su reducidísimo círculo de amistades una vez que, en una bobalicona resolución, optan por abrir la “caja de los truenos”. A partir de ese instante, personajes movidos por una progresivamente explícita codicia intentan conducir un destino ingobernable. Peor aún, un destino que parece seguir milimétricamente el plan trazado por una mente maliciosa, cruel, alentada por una perversa variedad del humor negro.
Recuerdan estos definitivos antihéroes a los que protagonizaban el “Fargo” de los hermanos Coen. Unos y otros actúan en un universo cubierto de nieve, útil metáfora de su desamparo. Unos y otros exudan un aura de indefensión, de arbitrariedad, del más profundo desconcierto. Unos y otros toman, por una vez, una decisión importante en sus vidas... y no tardan en intuir el desastre que traerá aparejado ese gesto.
“A simple plan”, la magnífica traslación al cine de la novela homónima de Scott B. Smith, supone una incontestable reivindicación del talento de Sam Raimi, un director al que muchos daban por definitivamente echado a perder tras una serie de fiascos. Aclamado a los veintidós años por su primer film, ”Posesión infernal”, proyectado a la popularidad por su divertido “El ejército de las tinieblas”, criticado por “Rápida y mortal” o “Entre el amor y el juego”, Raimi demuestra en “Un plan sencillo” una madurez y maestría narrativa excepcionales.
Nada es superfluo en estos 123 intensos minutos de buen cine, de cine sólido. Sobran en la obra motivos para el disfrute del espectador. Por ejemplo, la perfecta estructura de su argumento, también escrito por S.B. Smith, que vería recompensado su trabajo con la candidatura al Oscar al mejor guión adaptado. O el espléndido trabajo de los actores, entre los que cabe destacar un inconmensurable Billy Bob Thornton en puro estado de gracia. Su construcción de Jacob Mitchell -también nominada al Oscar- es tan emocionante como prodigiosa, en línea con sus magistrales interpretaciones de Ed Crane, en “El hombre que nunca estuvo allí”, o de Hank Grotowski, en “Monster´s Ball”.
Si a usted -que se sienta a oscuras, frente a la pantalla- le resulta difícil alejar una leve sombra de mala conciencia por asistir tan lleno de gozo a las crecientes complicaciones de los protagonistas... concédase a sí mismo una indulgente coartada : después de todo, ellos eligieron una talla excesiva.
Cocalisa
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10
20 de julio de 2007
35 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1980, en su obra especializada “Golden Turkey Awards”, Harry y Michael Medved distinguieron a Ed Wood y a su largometraje “Plan 9 from outer space”, respectivamente, como “Peor Director y Peor Película de la Historia”. A la vista de los títulos rodados por Edward David Wood Jr., tendremos que convenir que en pocas ocasiones ha sido concedido con tanta justicia un reconocimiento.
Increíblemente dotado para la chapuza, firme defensor de teorías tan discutibles como la de que “los errores cometidos por los actores dan realismo a la película” o la de que “los espectadores, atentos a la trama, no reparan en que en mitad de una escena se caiga el fondo o algún que otro objeto”, Ed filmó, entre 1948 y 1971, algunas de las películas más infumables de todos los tiempos. Para lograrlo, contó con un buen número de colaboradores : por ejemplo, con Bill Thompson, tal vez el único director de fotografía daltónico de quien se tenga noticia; con Tony McCoy, convertido en protagonista de “La novia del Monstruo” como condición indispensable para que su padre, mejor progenitor que empresario, produjera la película; con Criswell, futurólogo famoso por no haber acertado jamás en una sola de sus predicciones; con el inconmensurable Bela Lugosi, con quien colaboró Wood cuando la adicción a la morfina había convertido en un paria al gran intérprete de “Drácula”; con Vampira, presentadora de televisión que describió su relación con el director como “un suicidio profesional”; con Tor Johnson, luchador profesional sueco a quien el hecho de vivir durante más de cuarenta años en Estados Unidos no exoneraba de hablar un inglés nefasto; o con tantos otros que, con inagotable entusiasmo, acompañaron a nuestro realizador en su patético sueño de convertirse en un segundo Orson Welles.
En su película biográfica sobre tan extraordinario personaje, el director Tim Burton reconstruye, con un humor impregnado de ternura y de amor por quienes tanto amaron el cine, las aventuras del grupo.
En su cálida aproximación al “Peor Director de la Historia”, Tim Burton levanta un auténtico, genuino monumento a un personaje entrañable, sorprendentemente laborioso en su carrera de desatinos : dieciséis films como realizador, treinta y cuatro guiones, casi ochenta novelas, una obra teatral... constituyen un legado y una prueba irrefutables de que la más absoluta falta de dotes no puede, ni debe, arredrarnos en nuestros proyectos personales. Después de todo, como mantenía Edward, “los errores dan realismo a la película”.
Cocalisa
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8
20 de julio de 2007
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre sin pasado -un hombre al que una agresión brutal, gratuita, ha robado la memoria- nos conduce, a través de un viaje iniciático, a la marginalidad finlandesa. La elección de un tema recurrente en la cinematografía clásica, la amnesia, sirve a Aki Kaurismäki (guionista, director y productor del film) para proyectar una mirada supuestamente imperturbable, fría, sobre la realidad. Desapego aparente, porque lo que esta enésima incursión en la crítica social de uno de los realizadores más personales del panorama europeo ofrece es, muy al contrario, un auténtico recital poético, un relato profundamente humano y humanista, una apasionada reivindicación del valor de cada individuo, del potencial de felicidad que cada cual posee.
Personajes antológicos en un marco de pobreza extrema y solidaridad (a veces organizada, como la que presta el Ejército de Salvación; a veces instintiva, como la que prodiga el protagonista, un magnífico Markku Peltola) que ponen más de manifiesto la radical injusticia de un sistema socioeconómico que se pretende carente de alternativas. Personajes regidos no por el absurdo o el humor negro -como han sostenido algunos de los comentaristas que se han ocupado del film, una vez que éste mereció el “Gran Premio del Jurado”, presidido por David Lynch, en el Festival de Cannes del pasado año-, sino por una inalienable dignidad, por una insobornable bondad que pone más y más de manifiesto que el absurdo preside, precisamente, el actuar de los otros, de los asentados, de los acomodados en unas reglas del juego irresolublemente zafias.
El hecho de que su actriz principal -Kati Outinen, esposa del director, dando vida a una sobria asistente- recibiera el “Premio a la Mejor Interpretación Femenina” también en Cannes, o de que la obra fuera declarada como “Mejor Película del Año 2002” por la Federación Internacional de la Crítica, no impidió que este trabajo espléndido de Kaurismäki, comparado por más de un crítico con lo mejor de Dreyer, pasara casi desapercibido por las salas comerciales de, entre otros, nuestro país. Se suma así a la difícil trayectoria que en el mercado español han tenido otras de sus siempre originalísimas producciones (La chica de la fábrica de cerillas, 1990, Contraté un asesino a sueldo, 1990, La vida de bohemia, 1992, o Nubes pasajeras, 1996). Dificultad que, felizmente, no parece preocupar a Aki Kaurismäki, quien -tras haber dirigido en 1998 Juha, la última película ¡muda! en blanco y negro del siglo XX- se permite bromear sobre sí mismo declarándose “claramente un hombre de negocios”. Hei -hola-, santos inocentes.
Cocalisa
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8
20 de julio de 2007
25 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
La aparición fugaz en la primera secuencia de Lila dice de la cubierta de “L´avalée des avalés” -la mítica novela de Réjean Ducharme tan determinante en Léolo, obra maestra, hermosa y terrible a un tiempo de Lauzon- supone toda una declaración de motivos de este segundo largometraje del libanés Ziad Doueiri. “L´avalée...”, “Léolo”, “Lila...”..., la necesidad crucial de reinventarse para escapar de un entorno demoledor, para modificar los márgenes presuntamente ineludibles del destino. La reivindicación radical, en los tres títulos, de la palabra como elemento redentor.
Léolo -aquel chaval enfrascado en el desesperado intento de mantenerse alejado de la locura que destruye a cada miembro de su familia, a base de construir una biografía personal situada en las antípodas de la miseria, de la escatología asfixiante, del miedo- encontraba el primer escalón de la dificultosa rampa hacia una vida mejor en “L´avalée...”. Chimo, el coprotagonista de Lila dice, apunta también tácitamente, con ese mutismo que le caracterizará durante prácticamente toda la película, el potencial liberador del título del escritor franco-canadiense.
Si Léolo vive en los suburbios de Montreal, el mundo de Chimo, el joven árabe nacido en Francia, se encierra en un barrio marginal de Marsella, en uno de esos escenarios de la cólera vivida en Francia en los últimos meses: ya saben, enfrentamientos, fuego, destrucción y autodestrucción, reivindicación de un yo excluyente en la presunta cuna de la integración. Si Léolo encontraba su guía en “el domador de versos” -el personaje magnífico que rescataba de los contenedores de basura las palabras escritas, las imágenes capaces de transmitir ternura, conciencia, amor-, Chimo hallará ese aliado insólito en una bellísima adolescente, recién aterrizada en su mundo, acoquinado por un machismo rampante, por la zafiedad, por la fácil tentación de arrojar sobre los otros cualquier atisbo de responsabilidad.
Lila muestra su capacidad insólita de expresar su sexualidad, sus fantasías y fantasmas. Conoce la virtualidad liberadora del erotismo, el impacto de decir aquello que nadie dice, de establecer retos infinitamente más allá de los límites que dicta la moralina imperante no sólo, por supuesto, en la cultura islámica; de despertar en el otro la llama vivificante del deseo. “Me gusta tu mirada cuando te hablo”, terminará confesando a su elegido.
En su construcción de Lila dice, Doueiri introduce -como hacía en West Beirut, su opera prima- vivencias personales, recuerdos de juventud y la terca determinación de enfrentar una indomable vitalidad a la marea aparentemente irresistible de la barbarie.
¿No está Lila legitimada, como lo estaba Léolo, para declarar “porque sueño, no lo soy”?.
Cocalisa
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Promises
Documental
Israel2001
7,9
2.483
Documental
8
20 de julio de 2007
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yarko, Daniel, Mahmoud, Shlomo, Sanabel, Faraj, Moishe. Siete niños -judios unos, palestinos los otros- que viven a escasos minutos. Siete niños separados, sin embargo, por la vertiginosa distancia creada por la historia de sus respectivos pueblos. Por años de violencia, terror y desarraigo. Por una cotidianidad marcada por el adoctrinamiento, el prejuicio, el fanatismo. Siete niños convertidos, en el magnífico documental Promises, en portavoces de un sector de población especialmente vulnerable al que nadie pide opinión, y en protagonistas de una experiencia reveladora: vivir, aún durante un breve espacio de tiempo, el descubrimiento del “otro”.
La nominación de este trabajo al Oscar de 2002 como Mejor Documental no es sino el justo reconocimiento a la decencia, valentía y habilidad narrativa demostradas por sus tres codirectores : la californiana Justine Shapiro, el bostoniano B.Z. Goldberg (interlocutor de los chavales ante la cámara) y el mejicano Carlos Bolado (responsable también del montaje, cuyo dominio ha demostrado en Como agua para chocolate o en Amores perros.
Rodado entre 1997 y 2000 -esto es, en un periodo de relativa calma, antes del inicio de la Segunda Intifada-, incluye algunas secuencias añadidas dos años después, cuando la reactivación del odio y su cosecha de dolor abren fisuras en la esperanza de los tempranos adolescentes.
El trío realizador nos sumerge en la vida de la abigarrada Jerusalén y en la de los campos de refugiados situados en su entorno con una notable inteligencia; esto es, descubriéndonos la pavorosa complejidad del conflicto palestino-israelí sin obviar ninguno de sus matices, sin construir un discurso unidireccional, abandonándose con toda sabiduría a la espontaneidad de sus personajes. Su recorrido por ese universo en el que son omnipresentes las armas, la amenaza latente o el recuerdo de las víctimas de uno y otro lado, desborda de esa manera emoción y sinceridad. Derrocha también un cálido humor y hallazgos narrativos tan brillantes como un improvisado duelo de eructos o la cómica declaración de principios de una princesilla atrapada por dos sillas apilables.
Hijos de judíos liberales descendientes de víctimas del nazismo o de rabinos integristas, hijas de militantes presos o de colonos sionistas, habitantes de los barrios árabe o judío de Jerusalén, de campos o de asentamientos... los niños ofrecen el reflejo nítido del laberinto iniciado aquel ya lejano 29 de noviembre de 1947, cuando la ONU aprobó partir el territorio recién abandonado por Gran Bretaña en dos zonas, una israelí y otra palestina.
El deseo de un futuro mejor, representado en la imagen de un recién nacido envuelto en una manta de voluntarista estampado, no oculta una realidad que tiempo atrás apuntaba el filósofo George Murrel: “cuando dos elefantes se pelean, es la hierba la que sufre”.
Cocalisa
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