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Cielo negro (1951)

Cielo negro
93 min.
7,2
1.647
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Trailer (ESPAÑOL)
Sinopsis
A Emilia, una modesta empleada de una casa de modas, la invita a ir a la verbena un compañero de trabajo del que está enamorada. Como no tiene ningún vestido adecuado, toma prestado uno de la tienda, pero nada saldrá como ella espera. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Discapacidad Melodrama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Cielo negro
Duración
93 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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9
Como rodar lo que no se puede rodar sin que se note demasiado
Me gusta el cine antiguo. John Ford y los clásicos. No tanto el melodrama ni los bigotillos anticuados del de Cádiz (Gable) o del de Tasmania (Flynn), aunque sí algunas de sus actuaciones e incluso el audaz documental de este último (Cuban Story, 1958). Y me gusta Madrid. “Cielo negro” es cine antiguo, es melodrama y es Madrid. Recuerdo haber visto esta película años atrás, cuando era oficinista y un día vino a trabajar una nueva compañera, muy parecida a Susana Canales, a Emilia en “Cielo negro”, con sus gafas y su timidez. Casi nadie la hacía caso pero, poco a poco, comenzamos a hablar de camino a casa por las calles de Madrid; ella decía diez palabras por cada palabra que salía de mí, aunque nunca me atreví a comentarle su parecido con Emilia. Más tarde, me echaron de la empresa y nunca más volví a verla. Pero sí volví a ver “Cielo negro” y recorrí la calle Bailen hasta la Basílica de San Francisco en el magnífico travelling final de la película que logró sortear a la censura.

He escrito la palabra cielo en el buscador de películas de Filmaffinity: hay 140 films destacando el drama crítico “Sólo el cielo lo sabe” (Sirk, 1955), el western simbólico “Cielo amarillo” (Wellman, 1948) o el musical trágico “Dinero caído del cielo” (Ross, 1981). Sin embargo sigo recomendando esta melancólica película del polifacético director de Condenados (1953) que, pese a sus pequeños fallos de guión, mantiene aciertos como la contenida narración cinematográfica de la sumisión, sacrificio, resignación y entrega de las trabajadoras españolas de posguerra (a través de la ceguera de la protagonista), el uso de los elementos simbólicos (el travelling inicial desde el viaducto hasta la jaula, pasando por la lluvia que abre y cierra el drama), el estilo más insinuante que explícito, como la sutil presencia del padre muerto republicano (ella trabaja en el Instituto IBYS, empleador de expresos políticos) y las más que aceptables interpretaciones (en el encuentro con Fernando Rey, ella tiene un notable proceso de indiferencia-sorpresa-desgarro-indignación). Pero el regate a la censura llega al final:
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63 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
"Ya sé que no volveré nunca a la verbena"
En los años cincuenta floreció en el cine español una tendencia desangeladamente realista, dejándonos joyas dramáticas como la presente, "Calle Mayor" de Juan Antonio Bardem o, ya en los años sesenta, "La tía Tula" de Miguel Picazo, que esbozaban con crudo pesimismo el rol de la mujer española de la mitad del siglo XX. Una límpida y cercenante denuncia que ataca el injusto, hipócrita y degradado rasero de una sociedad en la que no hay lugar para los soñadores, ni para los románticos, ni para quienes aspiran a ideales nobles como el amor verdadero y la bondad.
En la que no hay lugar para las mujeres solteras que sueñan con una verbena perpetua junto al hombre que aman.
Ser mujer ya era duro de por sí en un mundo donde las mujeres tenían vetado el responder por sí mismas y alcanzar una posición digna y justamente remunerada en el entorno laboral. Donde no alcanzaban un rango de verdadera independencia, siempre a la sombra de un cabeza de familia que, o era el padre, o era el marido. Donde absorbían junto con la leche materna que el matrimonio era el único destino decente y la máxima aspiración. Donde la sumisión a los hombres se daba por entendida. Donde la obsesión por "cazar un partido" daba lugar a envidias y rivalidades feroces en una especie de competición femenina. Donde el prosaísmo de unos valores superficiales hasta la crueldad solía destruir y arrastrar por el fango a los corazones sensibles que no se conformaban con cualquier sobra.
Manuel Mur Oti escoge a una mujer plena de belleza en alma y cuerpo, que alimenta sueños de amor y felicidad, y la coloca en un ambiente destructivo cuyo clima cambia en función de las engañosas ilusiones de la protagonista, de sus alegrías y de sus decepciones.
Nuestra percepción del entorno suele guiarse en función de nuestro estado de ánimo. Clima externo y clima emocional están más ligados de lo que creemos. La percepción de lo que nos rodea siempre tiene un grado de subjetividad. De ese modo, cuando nos sentimos felices, el día más gris se torna luminoso; y cuando caemos en el más negro de los pozos, el día más soleado se cubre de nubes negras. El clima emocional de Emilia se muestra simbólicamente a través de un cielo que a veces reluce de azul, a veces se apaga, y finalmente se torna negro.
Ella, una joven soltera y modesta empleada, se permite ser una soñadora, la más vituperada de las cualidades femeninas. Enamorada de un hombre que no le corresponde (quien refleja la inseguridad y el temor ante los sentimientos intensos y el compromiso), arriesgará su puesto en la tienda de modas en la que trabaja sustrayendo un vestido que no puede permitirse comprar, para vivir su imposible ficción de amor en una verbena efímera y malograda que será lo más cercano a la felicidad que ella jamás podrá alcanzar.
Ridiculizada y engañada por personas malintencionadas, Emilia va a aprender que en esta vida los sueños a veces se pagan muy caros.
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51 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
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