Idiotas y ángeles (Idiots and Angels) (2008)

Con "Idiots and Angels" (según propias palabras del creador), Plympton pretendía trazar una parábola intensificada, en este caso, por una atmósfera cercana a Lynch, que confluyese entre todos los elementos habituales del cine de este genio de la animación.

En ella, su inicio, pausado pero tenaz en la presentación de un personaje sombrío y desposeído de cualquier rasgo humano, juega en favor del relato al instaurar paulatinamente los rasgos aparecerán en un grisaceo mundo Plympton reconvertido para la ocasión: un estilo lóbrego para un universo oscurecido, la extraña y atípica evolución del protagonista, la reacción de su entorno, etc...

Sus mejores momentos, pues, están conformados por un arranque que sorprende por la tenacidad con que es usada la imagen y con que es expuesto todo, destacando el interés que genera una historia que no sabes que derroteros tomará, factor bien aprovechado para introducir algunas negras gotas del humor de Plympton y para otorgar las primeras reflexiones en forma de decisiones del personaje principal, un tipo que pese a estar viviendo un momento totalmente surrealista, decide abordarlo como si se tratase de un problema o molestia en lugar de intentar formular cuestiones entorno a lo que sucede.
Destacaría también de este primer tramo la ausencia prácticamente total de diálogos, cosa que ofrece a ese mundo ennegrecido un prisma más inusitado a la par que lírico, pues se sabe combinar la historia de un tipo abocado a un extraño negativismo, sorprendido por un acontecimiento, con ese desgañitado silencio.

Más adelante, todo toma otro cauce radicalmente distinto, y aparecen en pantalla una extravagancia y delirio cercanos a la la parte final de "¡Me casé con un extraño!", que sacuden al espectador una y otra vez con ese particular modo de lograr introspección que posee el cineasta estadounidense, haciendo que "Idiots and Angels" quede en una experiencia interesantísima pero que, tanto por sus bases como por su planteamiento introductorio, podrían haber aspirado a ofrecer como resultado uno de los trabajos más ácidos e incisivos que, finalmente, quedan disertados a sus primeros 40 min. (y, en parte, conclusión).
De todos modos, Plympton siempre luce, y sólo por ese preámbulo su cinta se transforma en un regalo suficientemente recomendable, bien alejado de lo que se suele ver hoy en día en este tan denostado campo.

Un idiota se levanta otra mañana más con el alma animadversada y el triunfo en sus entrañas: odia al mundo al mismo nivel en que este le odia a él. El idiota es grande, malhumorado, impaciente, intransigente y cabronazo como él solo. Cada mañana arranca el coche en un día gris, se mete en el tugurio solitario a beber y ver las curvas de la mujer del dueño pasar mientras destroza la moral de quien ose acercarse a él sin motivo antepuesto.

Pero el mundo decide darle una patada en el trasero y le da un aspecto más versátil e inhumano, se asemeja poco a poco a ese pájaro que canta en las mañanas grises junto a su ventana, para demostrarle que las novedades matutinas cambian hasta al más idiota.

Así que nada le queda al hombre aparte de intentar deshacerse de ellas, unas alas que crecen por voluntad propia y que no están dispuestas a desaparecer sin antes actuar como les plazca, siempre a la contra del cuerpo al que se han unido.

Y ves a un idiota intentando negar esas evidentes protuberancias, obrando maldad sobre la bondad de sus alas, y otro puñado de idiotas que le rodean, que convierten en mofa al dueño alado y en objeto de deseo su propia cruz. Todo ello sin una palabra más alta que otra, algún gruñido lleno de disconformidad, risas maliciosas y mucha música que acompaña a un mundo gris y asfixiado en un presente donde no caben ángeles, ni los hombres se convierten en ellos por tener unas alas.

Ironía en un mensaje sucio dentro de un mundo acabado.