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Viaje a Citera (1984)

Viaje a Citera
134 min.
7,1
487
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Escena (GRIEGO)
Sinopsis
Un viejo comunista, Spyros regresa a Grecia ya anciano, tras pasar los últimos 32 años en la Unión Soviética. Gracias a un permiso de unos días, el hombre puede volver a su hogar en su país natal. El regreso servirá para desenterrar fantasmas del pasado, y el reencuentro con su familia abrirá también heridas cerradas. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Grecia Grecia
Título original:
Voyage to Cythera
Duración
134 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Grecia-Italia;
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Premios
1984: Festival de Cannes: Mejor guión y premio FIPRESCI
7
LA ISLA DE AFRODITA, AÚN HOY
En la isla griega de Citerea se formó durante la Antigüedad un culto a Afrodita, la diosa del amor. Continuando la tradición, el Occidente Barroco convirtió el ‘Embarque para Citerea’ en un motivo erótico, asociado a la plena expansión amorosa.

Angelopoulos actualiza el tema a una luz tenue (sus películas son fotografiadas siempre en días nubosos), tan política como trágica.
Que una historia de amor continúe cuando el hombre regresa de la URSS, tras más de treinta años de exilio, es una apuesta fuerte. Aunque lo que forzó dicho exilio sigue ahí pese al tiempo transcurrido, el argumento da para poesía profunda, y el film la logra por el camino visual.
En el cine de Angelopoulos todo lo conmovedor es visible. Sobreviviría perfectamente en el mudo. Lo audible (o legible) es muy parco y secundario. Los diálogos están forzadamente reducidos al mínimo, lo que imprime cierto hieratismo, buscado pero no siempre eficaz.

El cineasta griego evita por principio el dinamismo, el énfasis, la estridencia: las parrafadas y los primeros planos. De hecho, no tenemos un primer plano del protagonista hasta pasada hora y media (!), lo que nos hurta información sobre procesos psicológicos que, sin embargo, están en el mismo centro del relato. También influye que el nivel de expresividad del actor que encarna al anciano sea bajo. Igual le pasa al hijo, una presencia inerte que en más de un momento exaspera por su nulidad. Claro que, centrado en la inspiración, Angelopoulos le da al guión una importancia secundaria, como a la dirección de actores. De ello se beneficia lo lírico, y la potencia poética abunda. Hay planos de extraordinaria belleza, que hablan con elocuencia por sí mismos, con independencia de la historia en que se inscriben.
Y hay ese color siempre matizado, terciario, suave hasta el límite; y el idilio con la niebla y lo difuso…

Lo narrativo se resiente y, aunque en el plan del director no sea lo esencial, no debería ser abandonado sin más, como sucede en varios tramos.
El alejamiento brechtiano, adoptado al proponer que el hijo está filmando una película sobre sus padres, queda sólo apuntado, y abre zonas de confusión.
Es difícil dejar en manos de un guionista aspectos tan dependientes de la inspiración de un autor que tiene, como éste, visión tan personal e intransferible, pero lo cierto es que en lo sucesivo prefirió encomendar los papeles importantes a actores carismáticos (Ganz, Mastroianni, Keitel, Josephson), y que esta película habría ganado enormemente con la decisión.

A pesar de estos descuidos del pulso, que aportan algo de lastre y a veces amenazan con desbaratar la película en lagunas y estancamientos, el interés de la bella y conmovedora historia de amor que se dice a través de las imágenes, de tantos planos tan compuestos, pensados y redondos, compensa ampliamente: la retina cinéfila queda halagada y satisfecha.
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24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Ulises desterrado
Un revolucionario griego vuelve a su país tras treinta y dos años de ausencia. Sus hijos van a recogerlo al puerto del Pireo. Penélope le aguarda en el umbral.

¿Qué se dicen?

¿Qué ha sido de la patria y de la casa?

Angelopoulos rueda el regreso de un Ulises demacrado y comunista que ha quedado mudo por el desencanto. La empresa es formidable. La factura abunda en tomas elegantes y cuadros estremecedores, cargados de melancolía. El director empapa las raíces de su obra en la cultura de la vieja Europa y se distancia de la narrativa norteamericana.

Angelopoulos transforma una expresión que hiede a burocracia: “aguas internacionales” en un poema visual, imagen memorable del destierro.

Echo de menos una línea que conduzca a los momentos culminantes. Echo de más la mano del autor diciendo: mira, compañero, te vas a emocionar. El énfasis desluce la poesía.

Angelopoulos deslumbra con su gama de grises. Suprime el horizonte.

La sucesión de planos exquisitos no basta para dar vida al poema, igual que un río no es el inventario de sus gotas. La esencia del poema es su fluir.

La isla es muy hermosa, pero carece de la magia que conduce hasta Citera.
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24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
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