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A dos metros de ti

Romance. Drama Dos adolescentes que se encuentran en el hospital, ambos con enfermedades muy graves que amenazan sus vidas, se conocen y comienzan a enamorarse. Stella Grant es la típica joven de 17 años, que vive pegada a su portátil y adora a sus amigos. Pero a diferencia de la mayoría de chicas de su edad, pasa gran parte de su tiempo en un hospital debido a la fibrosis quística que padece. Su vida está plagada de rutinas, límites y autocontrol, ... [+]
La enfermedad del amor
Stella y Will son dos jóvenes que afrontan un romance prohibido. Y lo hacen por la causa más desesperada. Estos nuevos Romeo y Julieta no pertenecen a familias enfrentadas: es la adversidad la que ha marcado su existencia. Padecen fibrosis quística, una dolencia pulmonar genética que deja a sus afectados una corta esperanza de vida y que obliga a quienes la sufren a mantener entre sí una distancia física, para evitar una infección cruzada, lo que supone un sufrimiento añadido para los adolescentes de “A dos metros de ti”, atacados también por la enfermedad del amor precisamente en una edad en la que todos nos creemos inmortales.

Un tanto en la línea de “Bajo la misma estrella”, pero lejos de los abrumadores clichés que sostenían “El amor es todo, todo”, esta obra no deja de ser, por descontado, un producto comercial, tendente al subrayado, envuelto en melosas canciones pop, ligeramente edulcorado en algunos momentos y pasado de azúcar en otros. Sin embargo, no machaca al espectador con dramatismos exorbitantes ni utiliza la truculencia como arma emocional. En su momento, filmes que sí lo hicieron como “Love Story” o “El chico de la burbuja de plástico” se convirtieron en referentes en el subgénero de amores dolientes. Pese a sus defectos, no cuesta demasiado aventurar que “A dos metros de ti” soportará bastante mejor el paso de los años, por su falta de condescendencia hacia sus personajes y por la honestidad de sus planteamientos fílmicos.



La primera secuencia del filme da buena cuenta del gusto narrativo del director Justin Baldoni, que debuta en el largo de ficción, así como de sus intenciones: en lo que creeremos la habitación típica de una adolescente, abundante en pósters y fotografías, Stella y dos amigas hablan con el apasionamiento de la juventud. Solo tras la despedida de sus compañeras, un pequeño gesto de Stella y un brusco corte de plano mostrarán que el lugar, realmente, es la habitación de un hospital.

Existe una evidente intención didáctica en la película, en la que casi se puede encontrar, como subtexto, un informe sobre la enfermedad. No en vano Justin Baldoni ya había dirigido la serie documental “My Last Days”, centrada en personas que viven con una dolencia terminal. Uno de sus episodios giraba en torno a Claire Wineland, una joven con fibrosis quística que había documentado su vida en YouTube. La experiencia con la muchacha está presente en la obra, no solo en su deseo pedagógico, sino también en el personaje de Stella, siempre activa en la Red, donde alimenta con sus vídeos un canal de Youtube con el objetivo de crear conciencia sobre su padecimiento.

Stella afronta su drama con cierta entereza. A su amigo Poe, que se refugia en el humor, se le intuye mucho más débil. Y el joven Will, su enamorado, enmascara su miedo y su dolor bajo una capa de rebeldía y de indiferencia. Son personajes bien trazados, que pocas veces caen en la impostura. No es cuestión de exagerar bondades, porque “A dos metros de ti” exhibe palpables deficiencias (algunas nacidas del riesgo, muchas otras, del acomodamiento): frases de manual que se cuelan en los diálogos, el uso de la trivialidad en los personajes secundarios, un forzado esteticismo visual que empobrece muchas secuencias... Y también la acumulación de las melifluas tonadillas que ensucian las imágenes. Pero no está de más defender un producto con el que, de nuevo, uno aprende que los prejuicios no son buenos consejeros. Porque, al menos, se trata de una película honesta y eficiente.



Baldoni cae en muchas ocasiones en el recurso facilón y utiliza burocráticamente el plano-contraplano, sin profundidad de campo, para ahorrarse problemas con el hecho de que Stella y Will no puedan aparecer casi nunca juntos en el encuadre. Pero ocasionalmente encuentra recursos interesantes, como en la secuencia (de leves resonancias fálicas) en la que ambos personajes utilizan un palo de billar para mantenerse en los extremos y respetar el alejamiento, que culmina en un momento de suma emotividad, el baño de Stella y Will en la piscina, en el que ambos aceptan mostrar al otro las cicatrices que marcan sus cuerpos.

Y cuidado con la solvencia interpretativa de Haley Lu Richardson, que aguanta con impecable naturalidad la persecución de la cámara durante todo el metraje y responde con energía interpretativa en las secuencias dramáticas. Si escoge bien sus proyectos, puede llegar a ser una actriz de referencia en los próximos años.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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