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Diecisiete

Drama. Comedia Héctor es un chico de 17 años que lleva dos interno en un centro de menores. Insociable y poco comunicativo, apenas se relaciona con nadie hasta que se anima a participar en una terapia de reinserción con perros. En ella establece un vínculo indisoluble con un perro, al que llama Oveja. Pero un día el perro es adoptado y Héctor se muestra incapaz de aceptarlo. A pesar de que le quedan menos de dos meses para cumplir su internamiento, ... [+]
El mejor hermano del hombre
Los seis años que han tenido que pasar hasta poder volver a ver un nuevo largometraje de Daniel Sánchez Arévalo, yo los considero como uno de los mayores “expedientes X” a los que nos ha sometido, durante los últimos y extraños tiempos, la ya de por sí paranormal industria cinematográfica patria. El hombre venía, no está de más recordarlo, de ‘La gran familia española’, esa comedia que flirteaba constantemente con la tragedia, y que con esto, se acercaba más y más a la consideración de milagro.

La idea consistía, básicamente, en hacer convivir, bajo la misma carpa, las sonrisas y lágrimas que solo podía despertar la compañía de los seres queridos... y que solo podían ser magnificadas (ahí estaba la jugada maestra) con aquella bendita final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica. Es decir, con esos ciento veinte minutos de juego en los que la catarsis colectiva por poco no se convirtió en ataque cardíaco masivo. Pero no, ahí estuvo “San Iker” y “Don Andrés” para que la fiesta no se convirtiera en funeral... y ahí estaba un cineasta que parecía haber alcanzado el punto óptimo de madurez.



Y ahí lo dejó... hasta ahora. Y visto lo visto, es casi como si no hubiera pasado un solo día desde entonces. ‘Diecisiete’ es, al fin y al cabo, el testigo de un tiempo que, para unos pocos afortunados, no avanza. O sea, que las virtudes a las que llegó el cine de Sánchez Arévalo, permanecen intactas. Inalteradas, en un estado de permanente juventud que, esto sí, tiene muy claro que el siguiente paso a dar es el de la edad adulta, esa liberación; esa condena. En este punto vital se encuentra la primera pata de esta historia: en la edad que pone título a la propuesta y que, de hecho, marca tanto las pulsiones como las pulsaciones del film.

Un chaval (estupendo Biel Montoro en su mirada esquiva pero decidida; en su hablar precipitado pero certero) está enfrascado en una serie de ejercicios (por así llamarlos) que, a la que nos hemos querido dar cuenta, lo llevan a ocupar un centro comercial a altas horas de la noche. O sea, que estamos donde (y cuando) no deberíamos estar, presenciando lo que sin lugar a dudas es un gran golpe. El cuidado con el que Sánchez Arévalo retrata cada proceso de este heist nos acerca, de algún modo, a la esfera material en la que se definían los personajes de Robert Bresson.



Pero a diferencia de lo que sucedía con el maestro francés, aquí la emoción se descubre tanto en la meta como, sobre todo, en el medio para llegar a ella. Resulta que este chico (que algún día no muy lejano será hombre) es también otro caso que roza lo paranormal: si de lo que se trata es de pasar revista a sus virtudes, destaca al principio un físico privilegiado, muy acorde a su edad, pero por encima de esto, impresiona una mente si cabe más sobresaliente. Un cerebro que parece moverse permanentemente a la velocidad de cien ideas por minuto.

Lo que pasa, y ahí está la anomalía, es que todas ellas (brillantes, sin lugar a dudas), dibujan un destino funesto. Daniel Sánchez Arévalo coge el Código Penal y lo convierte en punto de partida para esta su nueva película. La línea de meta hacia la que apunta la providencia parece ser un centro para menores conflictivos... que en breve se va a convertir en prisión. La edad biológica vista como preocupante fecha de caducidad; la edad mental vista como refugio. Como bunker en el que evidentemente uno se puede refugiar... pero en el que no se puede quedar para siempre. Y si suena a libro de auto-ayuda, es seguramente porque así desea que suene su autor.



‘Diecisiete’ es, al fin y al cabo, una película de carretera que transita por la geografía de lo humano. Toda la importancia que pudiera llegar a tener el espacio físico visitado, se reduce (es un decir) a potenciar la segregación de endorfinas que concretarán el Santo Grial del cine popular. Esto es, sentirse a gusto en el arte de sentirse bien. El director y guionista cumple el objetivo descubriéndose como una especie de divinidad cuya naturaleza omnisciente se plasma en la utilización de un artificio cinematográfico que, al igual que los mencionados paisajes, debe ayudarnos a circular por todas las sensaciones propuestas.

De la alegría pasamos a la tristeza, y de ahí volvemos a la casilla de salida. Un recorrido tan típico que es directamente tópico... y aun así, reconforta. Daniel Sánchez Arévalo interviene emocionalmente cada situación propuesta. Lo hace hablando y ladrando, y cómo no, interpretando esa partitura que se sabe de memoria: el manual de la feel good movie. Con un descaro que solo puede ser síntoma de la confianza con la que se están tocando todas las notas (y ya puestos, las fibras). ‘Diecisiete’ convierte a los hermanos enfrentados en mejores amigos; el tropiezo en primer movimiento hacia la victoria... o si se prefiere, la angustia de la huida hacia adelante, en una aventura que, a la larga, debe calar como terapia. La ficción como cura del cinismo; como llamamiento real a la empatía. El cine como fuerza sanadora, y Sánchez Arévalo como en casa; como si no pasara el tiempo.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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