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Adiós

Thriller. Acción Sevilla. Juan (Mario Casas) es un convicto que comienza a disfrutar de su libertad durante los fines de semana, después de pasar años en la cárcel. Tras la muerte accidental de su hija pequeña, Juan acudirá a su brutal familia, apodados Los Santos, para aclarar lo ocurrido y ejercer su propia justicia. Mientras Eli (Ruth Díaz), la agente de policía a cargo de la investigación, tratará de evitar que el dolido padre se tome la justicia ... [+]
Tu hija
Una década se cumple ya del estreno de ‘Carne de neón’, ese thriller criminal muy canalla, y aún más a rebufo de la estela marcada por gamberros estilosos como Guy Ritchie, que en aquel momento estaban tan de moda. Fue ésta también, a título ya más personal, la primera película en la que consideré seriamente la viabilidad de ese actor llamado Mario Casas, quien tuvo a bien aportar algo de poso humano en un producto que parecía condenado a ser engullido por un ejercicio estético de ritmo e imágenes ciertamente pegadizas, pero en el fondo, precisamente, bastante deshumanizado.

Pero no, el experimento se mantuvo estable y, a ratos, incluso insinuó un potencial ilusionante. Tanto, que el director y guionista, muy inteligente él, aprovechó la ocasión para cargar la maleta y largarse. Para instalarse en Estados Unidos, vaya. Ahí, el hombre ha estado llevando una carrera prolífica sobre todo en una pequeña pantalla que, ahora mismo, ya lo sabemos, tiene pocos complejos de inferioridad ante su hermana mayor. Total, que ha sido casi una década saldada con dos largos (uno de ellos, junto a Nicolas Cage, ese mito) y un buen puñado de capítulos en series muy cerca de la primera línea de relevancia.



Pues bien, ‘Adiós’ marca el regreso de Paco Cabezas a su terreno natal. Sevilla acoge al “hijo pródigo” para que éste la corresponda con otro thriller, ahora con el tono cómico mucho más rebajado, pero con todos esos elementos genéricos imprescindibles para alargar, en principio, el idilio que ahora mismo está manteniendo la capital andaluza con los tonos noir. Recordar, ya que estamos entrando en materia, que venimos de ‘Grupo 7’, de Alberto Rodríguez, o de ‘Tu hijo’, de Miguel Ángel Vivas. Especialmente de esta última película, de recuerdo más reciente y de pretexto mucho más similar a la que ahora nos ocupa.

Estamos en Sevilla, sí... pero como cabía esperar, nos movemos por esas barriadas alejadas (a años luz) de las postales turísticas; ahí donde el orden estatal ha desaparecido para permanecer, a lo sumo, con el sabor amargo de las promesas incumplidas. Para situarnos espacial y espiritualmente, la cámara nos muestra una pintura del graffitero Joe King que nos da la bienvenida, al más puro estilo de Las Vegas, a “las fabulosas 3000 Maravillas”. La imagen, por mucho que pudiera parecerlo, no es fruto del paso de Paco Cabezas por este terreno, pero salta a la vista que a él le va como anillo al dedo.



Referencias americanas para una realidad muy nuestra: en principio, el hombre debería sentirse como en casa. Ahí mismo regresa, precisamente, el protagonista de la función, tras un período entre rejas finalmente aliviado por la concesión del tercer grado penitenciario. Se alcanza a ver, tras mucho sufrimiento, la luz al final del túnel... lo que pasa es que los sucios negocios en los que andaba metido el tipo, se debían a las imposiciones de sus apellidos, y claro, ya se sabe que no se puede escapar tan fácilmente de la familia.

Paco Cabezas usa los lazos de sangre como catalizador de la gravedad de la vida criminal, pero cualquier parecido con -el primer- James Gary se reduce a las bases de las que parte el relato. A partir de ahí queda claro, desde las primeras escenas, que ‘Adiós’ quiere aventurarse por callejones distintos a los frecuentados por el maestro estadounidense. Y es que una vez más, parece que el director sevillano dedique todo su talento y esfuerzos en levantar un ejercicio de estilo que se contente con quedarse en la superficie. El problema (y es gordo), es que las pulsiones que alimentan todo esto llaman constantemente a un plano mucho más trascendental. En la pantalla, que el contraste entre un punto y el otro nos acerca peligrosamente a lo involuntariamente cómico.



Pero pensemos de nuevo, para no perder el norte, en aquel Miguel Ángel Vivas que distorsionaba y deformaba los sonidos y las imágenes naturales de la ciudad en la que se movía. Esta táctica convertía al cine en una óptima herramienta de aclimatación. No solo para entender mejor el espacio visitado, sino especialmente para ahondar en la torturada alma del personaje central. Aquí, en cambio, cualquier trauma invocado queda reducido a la categoría de mero golpe de efecto; de empujón grosero para que se vayan satisfaciendo los peajes estipulados en el manual del cine de género. La imposibilidad de salir del fango, vista no como fatalismo social, sino como invitación a coger una arma y a apretar el gatillo. Siempre de forma resultona, claro.

Del mismo modo, la violencia se trata no como una respuesta natural vengativa (ante ese otro clan; ante el sistema), sino más bien como esa comidilla con la que matar, durante unos breves instantes, el hambre del gran público. Así se comporta ‘Adiós’ en sus casi dos horas de metraje, intentando acomodarse en esas cámaras lentas, esos juego entre luces y sombras y esos momentos musicalizados que, en teoría, tanto molan. De forma tan descarada, que todo lo demás se confunde. Paco Cabezas va abriendo frentes y avivando conflictos atávicos, y claro, más allá de la pose, se lía. No importa el empeño que Mario Casas y Natalia de Molina pongan en el asunto, porque aquí el contenido es lo de menos; aquí solo pesan (y esto es casi nada) unas formas tan estiradas, que acaban sonando demasiado a caricatura. Las 3000 viviendas como 3000 maravillas con las que construir poco más que un videoclip... Adiós.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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