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Taxi a Gibraltar

Comedia León Lafuente. Un taxista español. Siempre enfadado. Acosado por las deudas. Jodido por lo rápido que cambian las cosas: su taxi, su barrio, su mundo, y el vientre de su mujer embarazada. Todo está cambiando para León. Diego Manfredi. Tan mentiroso como encantador. Tan guapo como embaucador. Acaba de salir de la cárcel. Nadie ha venido a buscarlo. Los años en la cárcel lo han dejado sin familia ni porvenir. Y con un montón de deudas. ... [+]
El oro del peñón
Antes siquiera de que la cámara nos haga abrir los ojos, el micrófono capta una conversación. Dos hombres deciden combatir, a base de chistes, la tensión de la situación en la que están envueltos. Son dos presidiarios que se dirigen hacia las duchas comunitarias de la prisión. La escena es incómoda por aquello que nos imaginamos, pero también por lo que estamos a punto de descubrir. El aire apenas se puede respirar, de modo que como se ha dicho, toca distender el ambiente estimulando la risa fácil. Sobre el papel, la ecuación se explica con una serie de bromas que conforman un gag (atención, manchado de sangre) que sirve para englobarlo todo.

La primera secuencia del nuevo trabajo de Alejo Flah no desaprovecha la temprana ocasión de la apertura para emitir una declaración de intenciones que ayuda a contravenir todo lo propuesto por la promoción del propio proyecto. Las imágenes y sensaciones arpiorísticas están capitalizadas por una de las caras ahora mismo más de moda en el cine español con vocación más comercial. Dani Rovira sigue con su particular conquista de la omnipresencia en la industria patria, a costa de otra comedia con los disparates geográficos (hacia Gibraltar nos dirigimos ahora) como excusa principal.



No obstante, sorprende el que la presentación de la historia corresponda al aquí no tan conocido Joaquín Furriel, actor bonaerense que no tarda en descubrirse como el principal activo del conjunto. Pero sorprendería aún más (sobre todo si no se conocieran los antecedentes del autor) que los primeros llamamientos a la carcajada se hagan a través de circunstancias mucho más amigas de la tragedia. Como en sus anteriores trabajos, Alejandro Flah sigue sintiéndose cómodo en la transición entre distintas maneras de enfrentarse a la vida.

Cuando Rovira entra en escena, la película confirma buena parte de su identidad en el tránsito de la lágrima a la sonrisa. Un taxista sale desquiciado de su oficina bancaria. Al parecer, ni el algoritmo financiero más sofisticado es capaz de hacerle cuadrar números a final de mes. El negocio, ya lo sabemos, no es lo que era, y el precio de la vida, ya lo sabemos, no para de aumentar. El ahogo es tal... que te tienes que reír.

Éste es el auténtico combustible de ‘Taxi a Gibraltar’, una buddy movie de carretera, alimentada también por las arquetípicas (pero efectivas) dinámicas de las “extrañas parejas”. La química entre Rovira y Furriel está cimentada en la ineludible atracción de los polos opuestos: la ira en el volante del primero va a contrarrestarse con la calma picaresca del segundo... y ya puestos, se complementará con la locura casi-suicida de Ingrid García Johnsson, tercera pieza no muy bien encajada en un triángulo que se siente cómodo en su disfuncionalidad. A Alejo Flah le sucede lo mismo.



Las penurias económicas y sentimentales de los personajes centrales componen un fresco más ubicable en el drama social, pero que rápidamente vira hacia la comedia alocada, merced al cuento para niños más efectivo del mundo. Esto es, la búsqueda de un tesoro, escondido en tierra ignota. El llamamiento a la aventura (magnificado por el uso de una banda sonora fantasiosa) como evasión perfecta para una realidad insoportable. El cine, también tiene esto. Ante la mala leche crónica a la que nos condena la realidad, nada mejor que un poco de humor de esa ficción de la que todos queremos ser cómplices.

Así, las tensiones que surgen de la lucha entre taxis y VTC’s, o del secesionismo mal llevado del Brexit, adquieren aquí la categoría de chascarrillo, en una celebración descaradamente frívola del acto de refugiarse, durante hora y media, y en una sala oscura, de las preocupaciones del día a día. Una broma de bromas. Intrascendentes todas ellas, pero igualmente acertadas en su bien gestionado ritmo y falta de pretensiones. Como aquellas comedias de la factoría Cerezo tipo ‘El oro de Moscú’, pero sin el mal gusto marca de la casa. Aquí no duele ni el tópico del argentino como multi-profesional impostado, porque nada pretende ni el más mínimo rasguño. Al contrario. La comedia popular como bálsamo. Como respiro; como escape que, para bien o para mal, tanto nos merecemos.

Puntuación: ★★½ (sobre 5)
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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