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Viento de libertad

Thriller. Drama En los años 80 dos familias alemanas de la Alemania oriental (RDA) intentan pasar a la Alemania occidental (RFA) en un globo aerostático casero.
Voladores y vencidos
El contexto en el que se sitúa esta historia es el siguiente. Estamos en Alemania, y el año es 1979. De acuerdo, entonces... ¿en cuál de las dos alemanias estamos? En la del este. En la República Democrática, vaya, donde los vientos parece que siempre soplen hacia el oeste, es decir, hacia la República Federal. Esto lo sabe la familia protagonista, y también sus vecinos... y también los residentes de la calle contigua. Lo que pasa es que la mayoría prefiere ignorarlo, porque saben el tremendo riesgo que corren al cometer la osadía de luchar contra el destino que les ha asignado la geopolítica.

Todavía faltaban unos pocos años para que el mundo bailara al ritmo pegadizo de Nena y sus míticos “99 globos rojos”, ese éxito pop que en realidad era un himno liberador. A pesar de esto, ya había quienes no podían aceptar esta intolerable realidad, y que no temían las posibles represalias que ésta les pudiera imponer. Es el caso de los protagonistas de esta función, a quienes les basta con cruzar un par de miradas para dar a entender que todo está listo, y que su plan maestro ya puede ser ejecutado.

Así arranca ‘Viento de libertad’, un thriller en el que la fuga es la meta a alcanzar... pero también, esa promesa que actúa como principal motor narrativo. Las primeras escenas de la película sirven para ampliar, ligeramente, ese contexto en el que ya nos habían introducido unos títulos explicativos al principio de todo. A la fecha y al lugar mencionados, se añade un dato escalofriante: el de las 38.000 personas que murieron en su intento por cruzar esa frontera prohibida. En la oscuridad protectora de la noche, un grupo de desesperados empieza a correr a campo abierto... hasta que las autoridades del supuesto orden les descubren, y les disparan sin piedad alguna.

Con esta brutal escena, el director Michael Herbig establece el tono bicromático de la historia. La geografía divisoria cala en el retrato, a posteriori, de una realidad vista en blanco y negro. Para entendernos: en el oeste están los buenos, y en el este los malos. Volvamos a esa cifra escalofriante, a esa certeza científica que, no obstante, se convierte aquí en legitimadora del maniqueísmo con el que se construye el relato. La cámara no solo está interesada en retratar los hechos, sino también en captar la expresión facial y el lenguaje corporal de quien aprieta el gatillo. Y visto lo visto, aquello no puede ser humano, porque carece de cualquier atisbo de humanidad. Aquello solo puede ser el mal.

La historia se sitúa, así pues, en este contexto que no pretende cuestionarse lo más mínimo el discurso de los vencedores. A partir de ahí, y sin que apenas nos haya dado tiempo a sentarnos en la butaca, echa a volar. Los primeros compases de ‘Viento de libertad’ transcurren con la extrañeza y desconcierto de ese relato que ya parece empezado cuando nosotros, justamente, empezamos a leerlo. Es, para hacernos a la idea, como empezar a ver una serie de televisión a partir de su penúltimo episodio.

Se enciende el proyector, y la película ya avanza a velocidad de crucero, o para emplear la jerga al uso, a toda llamarada, y sin ningún lastre que la retenga. Es tan fuerte esta sensación que, de hecho, parece que todo vaya a terminar a los diez minutos. Pero no, siguen quedando casi dos horas de metraje. Después de una intensa escena de acción, vemos cómo los protagonistas deben seguir luchando contra todos los elementos, si quieren dejar atrás el infierno del comunismo. Pues bien, su periplo, que de esto trata el asunto, es retratado con un peligroso gusto por el efectismo.

Y es que parece que Michael Herbig esté utilizando esta historia basada en hechos reales para cumplir unas fantasías más típicas del cine-espectáculo. Estamos en las antípodas del cine de aventuras de, por ejemplo, el maestro Peter Weir: aquí, el presunto autor detrás de las cámaras se apropia de la historia... con el agravante de unas capacidades en la puesta en escena que no alcanzan para justificar tal osadía. El globo aerostático se convierte pues en un vehículo de lucimiento personal que, desgraciadamente, no consigue llegar demasiado lejos. La supuesta espectuacularidad del plano secuencia (recurso utilizado en los momentos de máxima tensión) queda reducida a un aparatoso, gratiuto y poco impresionante lucimiento de músculo.

Del mismo modo, algunas de las escenas de mayor impacto se descubren, a los pocos segundos de concretarse, como un desvío de la ruta principal que en realidad no va a ninguna parte. Como un injerto innecesario que mata la posible dimensión épica de la propuesta, y que ahonda en la obviedad (ridícula, por tantas veces repetida) de que las fuerzas malignas disfrutan infringiendo dolor, y que las benignas merecen ser liberadas. Ahí va la única brújula en este viaje. En este sentido, y por ejemplo, el dibujo del cuerpo policial encargado de frenar a los protagonistas, delata demasiado las intenciones de un conjunto que huele mucho a ajuste de cuentas con una Historia que, como siempre, está en manos de su solo bando: del que logró escapar, claro.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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