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Historias de miedo para contar en la oscuridad

Terror Un grupo de adolescentes debe resolver el misterio que rodea a una serie de repentinas y macabras muertes que suceden en su pueblo. Producida por Guillermo del Toro. (FILMAFFINITY)
Temporada de leyendas urbanas
En el divertido libro (por paradójico que pueda sonar) titulado “Tened miedo... mucho miedo”, Jan Harold Brunvand se dedicaba no solo a recopilar las leyendas urbanas de terror más célebres especialmente en el territorio estadounidense, sino que además reflexionaba sobre la naturaleza de estas historias; sobre su carácter viral. Y es que sus investigaciones le llevaban a identificar una serie de puntos de convergencia tanto en los detalles más definitorios de los relatos, como en su posible génesis y posterior propagación.

La tesis principal apuntaba hacia la capacidad de estos cuentos para captar esos miedos con los que prácticamente todo el mundo puede sentirse identificado... Lo cual no hacía sino llevar al investigador a la constatación más importante: el terror, más allá de ser una mera reacción instintiva, es seguramente uno de los mecanismos más universales a la hora de enfrentarse al desconcierto en el que nos ha tocado vivir. Total, que incidiendo en las “historias de miedo para contar en la oscuridad”, podríamos alcanzar un conocimiento humano muy profundo, tanto a nivel individual como colectivo.



La nueva película dirigida por André Øvredal empieza, por cierto, con una oscuridad neblinosa acompañada por la voz en off de una niña que parece tomar el relevo de los pensamientos de Harold Brunvand. “Las historias hieren”, afirma, “Las historias sanan”, matiza a continuación. Esta dicotomía se convierte a los pocos segundos en una especie de mantra que incide, de paso, en otro aspecto fundamental de esta propuesta: la repetición. O si se prefiere, el regreso eterno a esos escenarios, esos personajes, eso chascarrillos y esos sustos tan previsibles... y aun así, tan efectivos.

Supongamos que cuatro chavales entran en una mansión abandonada: en la morada del miedo, donde ni hasta los más valientes del pueblo se aventuran, porque saben que ahí campan todos los fantasmas de la comunidad. Pues bien, supongamos que contraviniendo al sentido común, los críos exploran los pasadizos secretos de esta casa de los horrores, y que en la habitación más siniestra de todas, encuentran un libro encuadernado con piel humana, y escrito con una sustancia roja, sospechosamente más densa que la tinta. Y que van, y lo leen en voz alta.



Año siete después de ‘La cabaña en el bosque’, de Drew Goddard... aunque para ser justos con los incautos, no está de más remarcar que la acción transcurre en 1968, año en el que al mundo apenas le dio tiempo para revolucionarse con ‘La noche de los muertos vivientes’, de George A. Romero. Es decir, esa época en la que la inconcreción de las leyendas urbanas, y no tanto los códigos del cine de género, se erigían en único manual posible para la supervivencia. Total, que volvemos, una vez más, a ese momento en que la horror movie moderna apenas echaba a andar.

Lo hacemos con unos gestos y con una actitud que, ahora mismo, y que vivan las carambolas temporales, desprenden cierto aroma a clásico. Aunque claro, otros detectarán en todo esto el hedor de la nostalgia. Sea como fuere, dicho debate parece resolverse casi siempre en favor de quien en esta ocasión produce. El cine de las formas de Guillermo del Toro se apodera de un material de base (a saber, otro memorable y escalofriante trabajo compilador, el de Alvin Schwartz; referente de la literatura juvenil que da título a éste su reflejo fílmico) que, pensado friamente, ciertamente invita a regodearse en las filias estetas características del cineasta mexicano (y si no, basta con consultar la obra del ilustrador Stephen Grammel, aliado natural del mencionado escritor).



Ahí está, pues, una historia de historias en la(s) que el terror gótico se crece con el impresionante y escabroso diseño del tropel de criaturas invocadas, pero que por el contrario es incapaz de sostener el aura de -verdadera- inspiración, al apoyarse excesivamente en herramientas narrativas que a estas alturas (pues al fin y al cabo, no estamos en 1968) suenan demasiado a truco ya superado. André Øvredal parece contentarse con el papel de fiel ejecutor de la voluntad del maestro: en muchos tramos, salta a la vista (nunca mejor dicho) que todo su talento y atención se concentran básicamente en trufar cada plano de detalles que si bien construyen tensión atmosférica, no sirven para que ésta se resuelva más allá del engorroso tópico del jump scare.

El a ratos brillante oficio artesanal vence a una creatividad genérica casi siempre desaparecida en combate, a lo mejor en pos de la ya comentada celebración nostálgica. Con esto, y con un hilo ensamblador-argumental demasiado estirado, se imponen los altibajos habituales en los films episódicos. El conjunto hace justicia a Alvin Schwartz primero confirmándolo como la siguiente etapa a quemar después de R.L. Stine (y la previa a Stephen King), y después desplegando el amplio abanico con el que terror (esa terrible moraleja) nos ayuda a entender el mundo. Con ello, Øvredal no se priva de dejar claras sus preferencias, luciéndose en los capítulos más desquiciados (como el de las luces rojas en el hospital, infernalmente glorioso a todos los niveles) y despachando indiferentemente aquellos más deudores de su base de leyenda urbana (como el del estofado y el dedo del pie cercenado). La lección, triste y esperanzadora a la vez, está clara: a este portentoso brazo recopilador, nada parece que le entusiasme más que escribir su propia historia de terror.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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