Haz click aquí para copiar la URL

Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho... ahora?

Comedia Claude y Marie Verneuil, que pasaron un mal rato cuando tuvieron que hacerse a la idea de que sus cuatro hijas se casaban con maridos de origen extranjero, aunque acabaron aceptándolo, atraviesan de nuevo una crisis. Los cuatro yernos, Rachid, David, Chao y Charles, han decidido irse de Francia por motivos distintos. Los Verneuil se ven ya viviendo en el extranjero...
Regreso a las cavernas
En la primera entrega de esta presunta sátira francesa, el matrimonio formado por Claude y Marie Verneuil, tradicional y católico donde los haya, hubo de afrontar que sus adoradas hijas se casasen con un musulmán, un judío y un chino. Parece ser que en el siglo XXI aún suponen un conflicto semejantes cuestiones. Y que se puede hacer una comedia de ello. Nefasta, aburrida y troglodita, pero comedia, dicen…

Ahora bien, la comedia popular francesa (¡ese género!) se cuida mucho de no molestar demasiado, de no levantar ampolla alguna y de servir de alimento para biempensantes… con algún chiste procaz que otro, para aderezar la cosa. Las mismas señas de identidad que la comedia popular española, vaya, aunque esta sea más abundante en gags soeces.

Pues bien, la cosa es que con "Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?" hubo mucha gente que se rió de lo lindo, de modo que aquí llega esta secuela con ánimo de repetir los mismos patrones (¿para qué cambiar, si la taquilla refrenda la fórmula?). Y a reírse todo el mundo. Porque aún quedan más problemillas en la familia Verneuil: a Claude y Marie aún se les puede proporcionar algún berrinche, aunque leve, nada que no se pueda solucionar con alguna sonrisa y un poco de buena voluntad. Resulta que sus cuatro yernos, por diferentes motivos, han decidido marcharse de Francia. Y como a la madura pareja no le agrada separarse de sus hijas, aunque ya estén talluditas, se ven emigrando, los pobres…



Tan nefando planteamiento está adornado por una colección de chistes cavernícolas, por un sentido del humor tan ajado que ya era viejo en el Pleistoceno y, ¡ah!, por las gracietas de Christian Clavier, que reina, poderoso, constante, pantagruélico, en toda la función. Clavier, ese actor ya imposible de dirigir, instalado en su propio personaje, dueño de una única interpretación que repite sin cesar y constreñido en una naturalidad solo aparente, convertida ya en artificio, en la que el actor devora por completo al personaje.

Entre todo ello, la película no se priva de acumular modelitos que vistan a las actrices, chaquetas de lujo que adornen a los guapísimos yernos, planos a cámara lenta de las hermanas paseando, risueñas ellas y, claro, no se priva de mostrar a los multirraciales nietecitos corriendo a cámara lenta hacia los brazos de los abuelos… Cine de 2019, señoras y señores.

"Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho... ahora?" es un producto de laboratorio, calculado hasta la última imagen, que regurgita sin pudor elementos ya manejados hasta el empacho, que repite tópicos sin el menor pudor y en el que la caricatura deja de ser gruesa para convertirse en absolutamente obesa. Mientras, los chistecillos con aroma xenófobo se hacen presentes para que el espectador, un tanto avergonzado, aparte la mirada de la pantalla (lo que sirve para, al menos, ahorrarse alguna imagen que otra del dislate). El chauvinismo, ridículo e irritante, también está presente, como método narrativo que pelee contra la marcha de Francia de los gallardos yernos.



Envuelta en la corrección formal más anodina posible, la cámara de Philippe de Chauveron se mueve entre los protagonistas de tanto desastre con la tranquilidad que proporciona el hecho de saber que jamás ha de ser creativa, sino funcional, y las imágenes se suceden entre los decorados de diseño que acogen a los presuntos personajes, movidos por el cliché como marca de fábrica. Resulta complicado pensar en una película en la que ni un solo encuadre, ni un solo movimiento de cámara abandone el adormecimiento, pero de Chauveron vuelca toda su tenacidad en conseguirlo y sale más que airoso de su empeño, hasta llegar a un desenlace nupcial tan remilgado y tan ahogado en gazmoñería que abochorna al espectador más templado.

Y uno abandona la proyección, estupefacto, pensando en tantas horas perdidas en las salas de cine, en el consumo de tanto celuloide emborronado… y en que, sin embargo, el veneno del cine es tan poderoso, que ha de consumir lo más pronto posible otra película que borre el recuerdo del mal suelo en que se convierte esta acumulación de desatinos.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
arrow