Haz click aquí para copiar la URL

522. Un gato, un chino y mi padre

Drama George convive con una peculiar versión de agorafobia que limita su universo a un perímetro de 522 pasos con respecto a su casa... pero un día su gato, su único compañero, muere y se ve obligada a emprender un viaje singular. Decidida a darle un lugar de sepultura adecuado, instala su ‘hogar’ en una camioneta y emprende un viaje por carretera de regreso a su patria natal, Portugal. Esta aventura revelará que, entre saudade y fados, ... [+]
Fado a la andaluza
La joven George se despierta, dedica a su gato el poco afecto que le queda dentro y se enfrasca en una serie de rutinas matutinas. Algunas de ellas recuerdan sospechosamente a las de aquellos reos de ‘La gran evasión’, que tan meticulosamente planeaban su fuga. Y en efecto, la pobre muchacha vive confinada. Pero no en una prisión al uso, sino en su hogar, y en un barrio cuya delimitación va menguando más y más. Cuando sale del portal de su casa, se pone en marcha un contador de pasos que se detiene, exactamente, en la marca de 522.

La semana pasada eran más, y la semana que viene, seguramente serán menos. El caso es que al llegar al límite, George se desploma, abrumada por la insoportable inmensidad y sobreestimulación de un mundo a todas luces hostil, en lo que bien podría definirse como el reverso más oscuro del síndrome de Stendhal. La causa que explica tanto este extraño arresto domiciliario como ese perímetro que no para de estrecharse, está en unos asuntos de familia muy mal resueltos. En la figura ausente de un padre, un entregado escritor de guías turísticas.



Con estos elementos sobre la mesa, Paco R. Baños vuelve a la gran pantalla. Después de ‘Ali’, repite con el retrato femenino sin miedo a la antipatía. Sin la necesidad de caer bien, su personaje central se libera de la carga angustiosa de tener que conectar con el público... la lástima es que todo lo que la envuelve, parece remar en la dirección contraria. Problemas de agorafobia filmados a través de la asfixia del plano corto; formas cómicas afectadas por poses dramáticas. Así se comporta, constantemente, la película.

Entre el alivio de la risa efímera y el tono cargante de esa mirada semi-llorosa que se pierde en el horizonte. De repente, la barrera de los 522 pasos se destruye con la entrada en escena de otro personaje: una especie de fiel escudero; un ángel de la guarda en forma de dependiente japonés... de un supermercado chino. El hombre, que dispone de una furgoneta, decide construir en el interior de ésta una réplica del apartamento de George, para que su impeditiva condición no sea un obstáculo para que finalmente pueda reencontrarse con su añorado familiar.



Arranca así una road movie que pretende conectar España con Portugal. Dos países que laten con titubeante fuerza en el atormentado corazón de una protagonista cuyas crisis de identidad van mucho más allá del idioma con el que ésta es capaz de expresarse. A la película, precisamente, y como ya se ha insinuado, le sucede lo mismo. Avanza por la carretera debatiéndose siempre entre impulsos y motivaciones que parecen contradecirse los unos con las otras. La sensación de deriva, en ocasiones pasa del desconcierto para aparcar en la desesperación.

Hasta tal punto que es como si ‘522. Un gato, un chino y mi padre’ fuera un film pensado y ejecutado por un grupo de guionistas y directores que no hubieran hablado entre ellos durante ninguno de estos procesos. Como si todos tuvieran claro dónde está el punto de partida y dónde está la línea de meta (la ruta, vaya), pero no tanto el tratamiento de cada etapa. Paco R. Baños desdoblado, más para mal que para bien. Así, el camino se caracteriza por un trazado errático, marcado éste por las dudas estilísticas y emocionales que, a la larga, se descubren como el único factor homogeneizador del conjunto.



La película luce, a nivel superficial, como uno de esos cuentos de Jean-Pierre Jeunet... cuando dicho cineasta francés todavía era un autor de referencia. Ronda, por todo el trayecto, una suerte de toque mágico que, sobre el papel, casa con la sanación escapista que propone el relato, pero que a la práctica se ceba con el carácter demodé que define a la propuesta en cada una de sus escenas. El malestar permanente (y contagioso) experimentado por el personaje al que da vida Natalia de Molina, se convierte pues en el único combustible de una cinta que no acaba de entender el “saudade”, su teórico leitmotiv.

Portuguesas y chinos “a tiempo parcial” se encadenan en una ruta asfaltada con la engorrosa sensación que embarga a quien teme no estar en el lugar que le corresponde. Paco R. Baños da señales de estar afectado por la misma dolencia del alma. Su nueva película podría ser una ‘Pequeña Miss Sunshine’ a la española, pero se queda solo con la parte disfuncional de aquel hito del nuevo cine indie. La naturaleza marciana de la mayoría de sus personajes, más que ser un reclamo de conexión con el público, es otro motivo que la aleja, más y más, de este a la postre tan deseado vínculo empático. La emoción desgarradora del fado es absorbida por la poca inspiración de la banda sonora original; la belleza de la geografía lusa pasa al segundo plano. El primero lo ocupa la profundidad impostada de esa cara de circunstancias que olvidó, hace mucho tiempo, porqué dejó de sonreír.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
arrow