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El vendedor de tabaco

Drama Viena, 1937, durante la unión de Austria y la Alemania nazi. Un chico de diecisiete años es aprendiz de un vendedor de tabaco, entre cuyos clientes está el médico neurólogo y padre del psicoanálisis Sigmund Freud.
Preludio del totalitarismo
En 1937, en Viena, un joven de 17 años comienza a trabajar para un estanquero que cuenta entre sus clientes nada menos que con Sigmund Freud (interpretado por el gigantesco Bruno Ganz, en uno de sus últimos trabajos). La amistad que nace entre el adolescente y el científico se entreteje con la inminente llegada a la ciudad de las tropas nazis. Estos son los sencillos mimbres narrativos de "El vendedor de tabaco", adaptación de una novela de Robert Seethaler que se caracterizaba por su ligereza y su empaque un tanto insustancial.

Por ello, "El vendedor de tabaco" tenía todas las papeletas para convertirse en una película populachera y banal. Si no llega a serlo es, en parte, por el refinamiento interpretativo de Bruno Ganz en todas sus intervenciones, pero también por el trabajo tras la cámara de Nikolaus Leytner, que acierta a escapar tanto de la trivialidad como del engolamiento de voz. Leytner empaqueta una película de firme pulso narrativo que juega de manera majestuosa con la elipsis, ese recurso tan olvidado por los directores jóvenes contemporáneos. Y sabe cómo evitar tanto las obviedades como los ternurismos. Por eso, "El vendedor de tabaco" refleja con acierto la vida cotidiana de una ciudad en la que el antisemitismo y la violencia germinan día a día. Y sabe expresarlo sin subrayados: una de sus bazas ejemplares es el escenario de un cabaret en el que se parodia al Führer y en el que, meses después, proliferan los chistes sobre judíos.



Resulta brillante la precisión en el retrato de una sociedad en la que se instala progresivamente la miseria moral y en la que acecha el totalitarismo, un dibujo sobrio y contenido, que no necesita de violencia explícita para atrapar el horror. A Nikolaus Leytner le basta con medir el 'tempo' narrativo y mostrar la llegada del fanatismo a los periódicos, la aparición de pintadas nazis en la fachada del estanco, la presencia cada vez mayor de banderas nacionalsocialistas… Incluso el propio Führer no es más que una presencia en 'off', una amenaza que gravita sobre las imágenes, pero que nunca estará presente. No hace falta. Su sola presencia en las conversaciones de los vecinos hace que su peso invada las imágenes de la película tanto como las vidas de sus protagonistas.

La trama de "El vendedor de tabaco" se apoya en una estupenda fotografía, abundante en tonos pastel que se tornarán progresivamente más duros y contrastados según la amenaza de la ocupación nazi se instale en el metraje, y se desarrolla con un ritmo narrativo minucioso, pausado, de tono expositivo, acorde con el aire de "descubrimiento" de su adolescente protagonista, que lo llevará tanto a encontrar su primera atracción sexual como a enfrentarse con el horror de una realidad que acecha, agazapada, dispuesta a acabar con su inocencia. Un protagonista anclado aún en la figura materna, acompañado por sueños recurrentes que se muestran como secuencias oníricas en las que se ve sumergido en agua, remando en un lago y lanzado contra una roca por la corriente e incluso acurrucado en posición fetal dentro de un huevo de piedra, símbolo tanto del útero materno como de la nueva y acogedora vida que asume en su trabajo con el estanquero, ante la que el propio personaje intuye que se extiende un incierto futuro.



Es en esos momentos en los que la película alcanza su tono más alto hasta asentarse en un desarrollo que funde con pericia la historia individual y la colectiva. De este modo, "El vendedor de tabaco" remonta una historia que en la novela original no pasa de una modesta anécdota, relatada con absoluta simpleza literaria, para convertirse en una película filmada con tanta convicción como falta de vanidad. Una película que entrelaza un fragmento de una vida con un fragmento de historia. A su término, como espectadores, ya conocemos el devenir de la segunda, pero ignoraremos el de la primera.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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