Haz click aquí para copiar la URL

La verdad

Drama Fabienne es una de las grandes estrellas del cine francés, una actriz que reina entre los hombres que la aman y admiran, pero en su mundo interior tiene grandes conflictos con Lumir, su hija. Lumir viaja con su marido e hija a París cuando se publican las memorias de su madre. El encuentro no tardará en convertirse en enfrentamiento: se revelarán verdades, se ajustarán cuentas, se hablará de amor y de resentimiento. (FILMAFFINITY)
Múltiples y medias verdades familiares
Desde sus albores, el arte (y el negocio) cinematográfico ha demostrado que el talento, ese precioso intangible, es en realidad un bien exportable... o importable, claro, según cómo se mire. Esto es una verdad que, como tal, de ningún modo puede ser absoluta, sino que al contrario, ya se ve que es interpretable al gusto del consumidor. Sea como fuere, nos habla de un mundo (más bien de un lenguaje) que está por encima de cualquier frontera que se le haya podido ocurrir a la humanidad. Ni la geografía, ni el idioma ni mucho menos la cultura son excusas.

La Historia, no en vano, está repleta de casos que demuestran la necesidad (o al contrario, los peligros) de creer en esta visión. Poniéndonos en situación, resulta que justo después de conquistar la gloria con la Palma de Oro en el Festival de Cannes por “Un asunto de familia”, a Hirokazu Koreeda se le ocurre abandonar el confort del hogar. Dejar atrás su Japón natal y desembarcar en Francia, donde le espera un reparto en el que brillan, con luz propia, estrellas del calibre de Catherine Deneuve, Juliette Binoche o Ethan Hawke. Tras el anuncio, está aún por ver (porque así lo confirman los antecedentes) si la jugada se concreta en genialidad o en traspié.



Porque sin forzar demasiado la memoria, ahí están, para acrecentar las dudas, los erráticos viajes del iraní Asghar Farhadi en ‘El pasado’ o en ‘Todos lo saben’, o el descalabro absoluto del alemán Florian Henckel von Donnsermarck en el remake hollywoodiense ‘The Tourist’. En el primer caso, tenemos a un cineasta sin excesivas ganas de adaptar sus verdades a las del territorio visitado, y en el segundo, el de un realizador ahogado por los códigos impuestos por parte de una industria ciertamente más poderosa que sus (ahora lo sabemos) pobres tesis cinematográficas. Pero por suerte, hay casos, también recientes, en los que el viaje de marras se ha resuelto de manera mucho más digna. Incluso brillante.

Ahí está la espléndida sociedad que el francés Damien Manivel y el japonés Kohei Igarashi formaron en ‘El viaje de Takara’, la que seguramente sea una de las películas de corazón más puro (y por ello, más impecables) de la última década. O por qué no citar, ya que estamos con conexiones franco-niponas, el esperanzador caso de Nobuhiro Suwa, quien con ‘El león duerme esta noche’ exprimió todo el maná de esa leyenda aún viva que es Jean-Pierre Léaud, para que de dicho proceso surgiera, de manera luminosamente orgánica, una divertida y emocionante lección de vida, a la vez que un muy meditado ensayo cinéfilo sobre la concordia trans-generacional.



Pues bien, vista ‘La verdad’, cabría colocar a Hirokazu Koreeda en este segundo grupo. Al fin y al cabo, hablamos de un cineasta al que, casi una veintena de films después de su debut, todavía no se le conoce ningún tropiezo. Es más, rara es la película que lleve su firma y que no nos confirme, como quien no quiera la cosa, que el cine a lo mejor sí es una invención universal. Ahora lo demuestra un hombre cuyo arte, extremadamente arraigado a su tierra, no da síntomas de debilitarse lejos de su Japón natal.

En Francia (esto es, a miles de kilómetros del punto de partida) surge una película en la que son fácilmente reconocibles algunas de las inquietudes más definitorias del corpus fílmico de Koreeda, pero que al mismo tiempo se empapa, muy gustosamente, de buena parte de los gestos identitarios de este nuevo hogar de acogida. Es la fluidez dialéctica que casa con la filmación reposada. Tenemos, para entendernos, a una hija medio-peleada con su madre; tenemos a una serie de personajes satélite que envuelven a una ex-vedette, y cuyos vínculos con ella diluyen los límites tradicionales de la familia. Tenemos, pues, más asuntos en los que el cineasta japonés pueda seguir afirmando que los lazos de sangre no siempre determinan a los seres amados.



Pero además de todo esto, y ahí viene la pirueta más remarcable, está el rodaje de una película cuyos ensayos y tomas más o menos frustradas, serán un claro reflejo de las alegrías, rencores, cariños y riñas que se fraguan en el hogar de los protagonistas. Koreeda diseña un sofisticado aparato meta-fílmico en el que la narración (y todas aquellas que conviven en su interior) es el síntoma de una representación (lo llaman cine) que en realidad no es más que un rodeo para llegar, a lo mejor, a esa verdad. A ese relato de apariencia cambiante, pero con unas pulsiones emocionales que no admiten disparidad en su interpretación.

El resultado no dista mucho del que Olivier Assayas logra con sus creaciones marca de la casa, expertas en fundir realidad y ficción; vida y arte. La diferencia es que en esta ocasión, detrás de las cámaras está alguien que no permite que la esfera intelectual absorba el calor humano en el que debe cobijarse la historia. Entonces, es absurdo que cuando una reputada actriz publique sus memorias, todas las personas que la rodean se pongan a debatir sobre las posibles inexactitudes en dicha biografía. Porque no saben que ningún documento es capaz de plasmar “la verdad”... porque ésta, en efecto, se construye a partir de la acumulación (o directamente confrontación) de puntos de vista. Palabra de Hirokazu Koreeda, un cineasta verdadero, se diga como se diga.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
arrow