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One Cut of The Dead

Comedia. Terror La grabación de una película de serie B de muertos vivientes es interrumpida por un auténtico apocalipsis zombi. (FILMAFFINITY)
La juerga del Zine
Empecé a preparar la 51ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges fiel a un ritual que, en las últimas ediciones, me había dado muy buenos resultados. Pocos días antes de que todo empezara a rodar, conseguí contactar con una de las integrantes del comité de selección de películas. El objetivo principal era, cómo no, que me marcara en el programa sus recomendaciones imprescindibles. Aquella vez, recuerdo que su tiempo de reacción fue digno de la depredadora más famélica. La respuesta fue puro acto reflejo, testigo de una certeza tan flagrante que no necesitaba ser meditada, antes de ser disparada.

“Fácil”, dijo, “Apunta: ‘One Cut of the Dead’, de Shinichirô Ueda”; “¿De quién?”, pregunté yo, a lo que ella, incesante en su inagotable despliegue de respuestas inmediatas, contestó: “Tú simplemente hazle un hueco”, y cuando parecía que ya había dejado constancia de todo lo que tenía que decir, se giró y añadió “Esto sí, ¡dale media hora de gracia!” Y ahí me quedé, con el misterio inquietante de esa última instrucción de uso, pero también con la fe que seguía pudiendo justificar gracias a sus últimas recomendaciones. Y cuando me di cuenta, empezó el festival.



Y fueron sucediéndose las proyecciones, y aquella película de la que había tomado buena nota, y que estaba dirigida por alguien cuyo nombre no había escuchado ni leído jamás, se fue confirmando como una de las sensaciones del certamen. A mí me tocó esperar al último turno; a la tercera y última proyección programada. Una experiencia que jamás olvidaré. Una sesión que contó con la presencia del -entusiasta- staff del film, un equipo de jóvenes japoneses que, por aquel entonces, estaban dulcemente embriagados (en sentido figurado y literal) del éxito que estaban cosechando.

Antes de que se mostrara la película de marras, subieron al escenario del cine Prado cantando, bailando y haciendo bromas más o menos inteligibles, en una especie de celebración previa de lo que estaba por venir. Noventa minutos después, cuando volvieron a encenderse las luces de aquel antiguo teatro (a todo esto, ya estábamos a medianoche), se concretó todo lo prometido. Cuando me di cuenta, vi que la sala seguía llena a rebosar, y que muchos de sus ocupantes estaban de pie, aplaudiendo y vitoreando a aquellos nuevos héroes, encantados de la vida con una juerga que parecía no tener fin. La ovación, por cierto, seguía sonando cuando me fui del recinto, y se oía mucho más allá de sus límites.



Había nacido un título de culto. Un fenómeno que nos recordó que el cine sigue siendo un arte de contar historias, y que éstas, a veces, pueden justificarse con la brillantez de una idea tan poderosa, que incluso sea capaz de crecerse en la alarmante falta de medios que la rodea. Aquello era, y es, una película hecha por estudiantes, evidentemente sostenida por un presupuesto ridículo, o sea, destinada a luchar contra todos los elementos y probabilidades con tal de existir. Y de esto trata, precisamente, ‘One Cut of the Dead’, una cinta de zombies que habla (ya se puede decir) sobre las tremendas dificultades para hacer... una cinta de zombies. Aquella primera media hora de gracia que se me había pedido, se ve con la curiosidad y desconcierto que solo puede ofrecer el más disfuncional (y a mucha honra) de los espectáculos.

Se trata de un plano secuencia (de ahí el título) en el que Shinichirô Ueda y compañía ya descubren la naturaleza de pirueta meta-fílmica de la propuesta. Sin corte alguno en la sala de montaje, vemos cómo un director se desgañita para que los -pésimos- actores con los que le ha tocado trabajar, muestren y transmitan ni que sea un mínimo de interés ante el escenario apocalíptico al que presuntamente se van a enfrentar. Están todos en una nave industrial abandonada, entorno ideal para la típica invasión de muertos vivientes, un ataque de gules que se ejecuta de forma tan torpe, que hasta nos hace contemplar la posibilidad (por qué no) de que todo esté sucediendo de verdad.



Dicho efecto se logra a través del regodeo cómico en la precariedad de un dispositivo de ficción al que la lógica (artística, empresarial...) parece negarle la existencia. ‘One Cut of the Dead’ parte de la deconstrucción de la magia (o mentira) cinematográfica... la cual coquetea, al poco rato, con la destrucción total... solo para confirmarse, en un acto final apoteósico, como enaltecimiento definitivo a esta demencial manera de concebir historias. Es, para entendernos, la serie B (o directamente Z) vista como la sublimación del esfuerzo épico que se esconde detrás de cualquier manifestación cinematográfica.

A medida que avanza, la película va ganando en sofisticación. El plano ininterrumpido deja paso al relato fragmentado de una especie de making off, suerte de invitación a rehacer y reinterpretar cada paso andado. El esperpento de apertura, ahora lo sabemos, tiene una razón de ser, y ésta, se explica a través de una fuerza mucho más fuerte (e importante, por supuesto) que la que pueda plantear cualquier inconveniencia técnica. Cuando Shinichirô Ueda y su equipo descubren todas sus cartas, quedan claras, por fin, las intenciones de un conjunto muy hábilmente diseñado para ennoblecer, desde la humildad más incontestable, uno de los más cariñosos homenajes jamás dedicado a esa loca especie: la de los técnicos, la de los actores, la de los artistas... la de los cineastas. La de esos apasionados maestros de la improvisación y el sacrificio, capaces de obrar esa tarea titánica; ese milagro: levantar una película (de zombies).
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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