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A 47 metros 2

Aventuras. Terror Secuela de "A 47 metros". Sigue la aventura de 4 jóvenes que deciden explorar una Ciudad Maya sumergida. Una vez adentro, la emoción de vivir una gran aventura se convierte en una descarga de terror al descubrir que estas ruinas están custodiadas por un enorme y temible tiburón blanco. Con la reserva de aire escaseando, las 4 amigas deberán de bucear por un laberinto de cuevas y túneles claustrofóbicos en búsqueda de la salida de lo que ... [+]
Y venga tiburones…
Apenas goza de prestigio entre los cinéfilos, pero lo cierto es que Johannes Roberts es un director más que interesante, un cineasta que bucea en el cine de terror con una notable capacidad para crear atmósferas turbias y con una estimulante intención de servirse de la cámara para capturar visualmente momentos insanos. Un autor que, con mayor o menor acierto, trabaja su puesta en escena. Así lo atestiguan películas como "Storage 24", una divertida y modesta combinación de géneros, y "Los extraños: cacería nocturna", su tan notable como incomprendida secuela de "Los extraños", la obra maestra con la que Bryan Bertino debutó en 2008. Incluso en fiascos como "El otro lado de la puerta" se mostraba como un director que sabía dejar caer algunas esforzadas secuencias construidas con rigor.

Roberts obtuvo en 2017 un pequeño triunfo con "A 47 metros", un entretenimiento veraniego, ligeramente sádico, que atrapaba a dos jovenzuelas bajo las aguas de México en una jaula de avistamiento de escualos, ante el doble peligro del agotamiento del oxigeno de sus bombonas y de los tiburones blancos que acechaban el lugar. Una obra que, más allá de los tópicos argumentales, mostraba a un autor hábil en el mantenimiento del suspense y afanoso en la búsqueda de los encuadres y los movimientos de cámara que acentuasen la asfixia del relato.



Por todo ello, duele que en "47 metros 2", Roberts patine a conciencia. No tanto porque su puesta en escena baje enteros, que también lo hace, sino porque sus imágenes suenan a repetición de una fórmula, a un dejarse llevar por lo ya conocido que extraña en un artista que hasta el momento había hecho del riesgo una de sus señas de identidad. Los suplicios de las muchachas protagonistas cambian de escenario, ahora a una antigua ciudad maya sumergida en unas cuevas, y la película predispone al espectador desde sus primeros minutos a desear el pronto fallecimiento de sus personajes, en ocasiones anodinos, en ocasiones mentecatos.

La forma y el fondo de esta fruslería permanecen dentro de los raíles construidos en la anterior entrega: las jóvenes, insensatas ellas, quieren aventurillas fuertes y desean salir del turismo establecido. Y allá que se van, sonrientes y gozosas, a bucear en un laberinto submarino en el que las espera un destino que predeciría no ya un espectador medio, sino un alumno de preescolar. "¡Hagan caso a los adultos, jovenzuelos inconscientes!", es el grito que parece escucharse desde la pantalla.

El mérito de "A 47 metros" consistía en obviar los elementos más rutinarios de su guion para extraer de él una situación única que se convertía en una especie de cápsula narrativa en la que se encerraba el terror. Esta secuela pretende hilar un relato más continuado y naufraga en el empeño. Cuando quiere ser grave resulta cómica y cuando quiere aterrorizar solo logra invocar el recuerdo de su predecesora (algunas secuencias son un calco casi plano a plano).



Y como parece ser que todo vale, la trama se enfanga en inverosimilitudes varias y entra en barrena cuando se agota la suspensión de la incredulidad del espectador, que es bastante pronto. A ello ayuda la sensación de que la película ya la hemos visto antes. Y mejor contada. Es una pena, porque en Johannes Roberts hay un buen director y si uno se deja llevar puede encontrar algunos momentos filmados con brío. Pero la rutina con la que se ha enfrentado a la película salta desde la pantalla con insultante crueldad. A Roberts habrá que exigirle mucho más si quiere llegar a ser un cineasta de envergadura y no un copista de sí mismo.

Refugiémonos, pues, en otras películas con tiburones malísimos en su interior: solo en el nuevo milenio, el recorrido que lleva desde "Open Water", de Chris Kentis, hasta "Infierno azul" de Jaume Collet-Serra, muestra que hay celuloide para dar y tomar. E incluso existen las demenciales entregas de "Sharknado", que asumen que no hay letras en el abecedario más allá de la Z para definirlas y hacen alarde de desvergüenza cinéfila desde su mismísimo póster. El que no encuentre ejemplos de cine gourmet o de cine basura para su paladar, más allá de naderías como "A 47 metros 2", será porque no quiere. Ah, por pudor mitómano, dejaremos atrás la presencia de John Corbett, el legendario Chris de "Doctor en Alaska" en semejante mediocridad.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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