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Los hermanos Sisters

Western 1850. Los hermanos Charlie y Eli Sisters viven en un mundo salvaje y hostil, en plena fiebre del oro. Tienen las manos manchadas de sangre, tanto de criminales como de personas inocentes. No tienen escrúpulos a la hora de matar. Es su trabajo. Charlie (Joaquin Phoenix), el hermano pequeño, nació para matar. Eli (John C. Reilly), sin embargo, sueña con llevar una vida normal. Ambos son contratados por el Comodoro para encontrar y matar a ... [+]
La belleza nihilista del cine del Oeste
No deja de ser sorprendente que haya de ser Jacques Audiard, un francés, quien haya firmado el mejor 'western' de los últimos años. Más aún si se tiene en cuenta que es su primera película rodada en inglés y que ha viajado fuera de sus terrenos estéticos habituales, si bien es cierto que el fondo narrativo de este relato comulga con muchas de las preocupaciones temáticas de su autor: las emociones convulsas llenan todas las películas de Audiard, un cineasta que gusta de zarandear al espectador y enfrentarlo con sensaciones al límite. Cimas como "De latir, mi corazón se ha parado", "Un profeta" o "De óxido y hueso" son ejemplos palmarios.

Para empezar, cabe felicitarse por la presencia en las pantallas de un género que había firmado su acta de defunción en los años ochenta, una década en la que solo Lawrence Kasdan con "Silverado" y Clint Eastwood con "El jinete pálido" estrenaron relevantes películas del Oeste. En 1992, el éxito de "Sin perdón" reavivó los rescoldos del género y, desde entonces, aunque con cuentagotas, se resiste a volver a la tumba. Y, para continuar, la celebración debe aumentarse ante la talla fílmica de "Los hermanos Sisters", que muestra un respeto por el ‘western’ y una hondura narrativa solo propia de los cineastas que profesan su amor por el clasicismo.



El inicio de "Los hermanos Sisters" supone ya una memorable muestra del quehacer creativo de su director. Una secuencia volcada en un tiroteo nocturno en la que lo único que puede verse son los fogonazos de los disparos de las armas, hasta llegar a una cabaña iluminada solo por una lámpara de gas y, más tarde, por su propio y poderoso incendio. Los causantes de todo ello son los hermanos protagonistas; en su retirada del lugar, con la cabaña llameante al fondo del encuadre, aparecerá sobreimpresionado el título de la película. –"¿A cuántos hemos matado?" –"No sé, seis, siete…" serán sus líneas de diálogo.

Los sanguinarios Eli y Charlie son nuestros héroes. Su trabajo es matar y en ello los acompañaremos. Aunque entre ambos hay diferencias. Eli desea abandonar su labor criminal y acercarse a una vida normal (como muchos de los grandes héroes del género) y Charlie, por su parte, no concibe otra existencia que no sea la de entregarse a su ocupación asesina. Audiard, junto con su inseparable coguionista Thomas Bidegain se basa en una excelente novela de Patrick deWitt (publicada en España en 2013) para crear un retrato de ambos hombres, una estampa en la que recaerá uno de los mayores méritos de una película entregada a la mítica. Porque, finalmente, entre las tareas más difíciles del 'western' está la de crear sus propios héroes. Hoy parece sencillo porque han existido cineastas como John Ford, Nicholas Ray o Anthony Mann, pero reanudar su labor en el nuevo milenio y combinar una mirada moderna que respire, al mismo tiempo, aire clásico, está al alcance de muy pocos.

Audiard es un cineasta eminentemente masculino, hábil retratista de la virilidad y la camaradería varonil, especialmente interesado en los lazos que se crean entre los sujetos marcados por una cierta concepción de la hombría. La relación entre los dos hermanos muestra dos alternativas vitales que han de convivir a la fuerza, unidas por los lazos de sangre. Dos caracteres opuestos, pero complementarios, de los que nace un aluvión de veracidad fílmica que, por otro lado, dará pie al autor para indagar en la imagen icónica de los héroes (y los antihéroes) del Oeste, reflejada con precisión en sus heridas, en sus frustraciones y en sus improbables posibilidades de redención (por descontado, el eco temático de Sam Peckinpah no anda muy lejos).



Eli y Charlie persiguen, por encargo, a un químico que parece haber dado con una infalible fórmula para localizar oro. Será otro cazarrecompensas (un ajustado Jack Gyllenhaal) quien deba localizarlo para que ellos lo liquiden. En su viaje, Audiard abraza con inconmensurable cariño los paisajes del género, ahonda en su carga legendaria y da cuenta de la imposible permanencia de un Oeste que se encuentra al borde de su extinción, mientras apunta a la confrontación entre la barbarie y la civilización, entre la visceralidad y la razón.

Los largos planos de "Los hermanos Sisters" respiran vida en cada fotograma y recrean un Oeste desvencijado, por supuesto, pero tan sentido como palpable, en el que aún se puede encontrar cierto lirismo, cierto aire poético. Y Audiard sabe encontrar en todo momento el encuadre adecuado para potenciar la cercanía a unos rostros encerrados en pertinentes primeros planos, tanto como la distancia de los exultantes planos aéreos que muestran a sus protagonistas fundidos con los paisajes.

Como la norma del cineasta es la de no retratar nunca personajes monolíticos, de una pieza, siempre ha necesitado de buenos actores. Y John C. Reilly y Joaquin Phoenix lo son más que de sobra, en especial un Reilly que entrega un trabajo inconmensurable, convertido en un intérprete que ha logrado la magia de manejar los mínimos elementos expresivos para exteriorizar todas las emociones posibles de su personaje, capaz de demandar a una prostituta que le pida robarle un beso antes de embarcarse en un tiroteo salvaje y sangriento (en su sola mirada se leen sus anhelos, en especial el de encontrar una improbable y lejana paz vital). Ninguno de los dos es una estrella, pero ambos muestran desde hace años un inagotable crecimiento interpretativo según pasan y pasan las películas. Con su apoyo, "Los hermanos Sisters" ilumina la pantalla pese a tratarse de un relato sombrío y descorazonado, cubierto de un inevitable poso nihilista que, sin embargo, sabe encontrar algunos asideros emocionales que serán siempre eternos: la camaradería, el honor, una cierta esperanza… Pocos directores podrán ofrecer más a un género eminentemente clásico, tras dos décadas de un nuevo siglo.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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