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La caída del imperio americano

Comedia. Drama Pierre-Paul, de 36 años, un intelectual y doctor en filosofía se ve obligado a trabajar como repartidor para tener un salario decente. Un día, mientras entrega un paquete, se topa con la escena de un robo a mano armada que ha salido mal con un resultado de dos muertos. Se encuentra con dos bolsas de deporte repletas de billetes. Pierre-Paul se enfrenta a un dilema: largarse con las manos vacías o coger el dinero y huir... Sucesora ... [+]
Conciencia o dinero
En España, en los años ochenta, el director canadiense por excelencia era David Cronenberg, aunque ya estuviera instalado en la industria de Hollywood tras despuntar en los setenta con películas de terror filmadas en su país natal como “Rabia” y “Vinieron de dentro de…”. Sin embargo, otro cineasta canadiense estrenaba en las salas españolas, sin hacer demasiado ruido, dos películas estupendas, “El declive del imperio americano” y “Jesús de Montreal”. Su nombre era Denys Arcand y quienes las vieron en los cines (no olvidemos que por entonces no existía Internet y las televisiones privadas empezaron a emitir en 1990) descubrieron a un director atípico, centrado en los dramas humanos, hábil con los diálogos y certero en el retrato de personajes. Y también preocupado por trazar incisivos retratos sociales de su tiempo.

Muchos años después, en 2003, Arcand retomaba a algunos de los personajes de “El declive del imperio americano” en la excelente “Las invasiones bárbaras” y ahora llega una suerte de cierre de esta trilogía en el que la interrelación viene dada por el título y por las ácidas intenciones del autor, ya que los personajes de las anteriores están ausentes. Arcand sigue los pasos de Pierre-Paul, un joven filósofo obligado a trabajar como repartidor, que se convertirá, por las leyes del azar, tanto en millonario como en acosado, tras asistir a un atraco frustrado del que llegará a hacerse con el botín.



Arcand juega con maestría con el ritmo narrativo y consigue superar ciertas inverosimilitudes del guion, disfrazadas de coincidencias, gracias a su afán por llenar la película de bifurcaciones narrativas y a su acierto a la hora de retratar personajes certeros, vivos y reconocibles. En realidad, el dinero con el que se hace Pierre-Paul funciona como “Macguffin” y solo es una excusa para disertar sobre lo que al director le interesa. Los encuentros del protagonista con diferentes personajes (mafiosos, policías, prostitutas…) le permiten trazar un discurso sociológico y explorar territorios en ocasiones contrapuestos como la envidia, el arribismo, la solidaridad y el amor.

“La caída del imperio americano” tiene munición para todos y dispara a bocajarro; nadie está a salvo de su censura, desde el ciudadano medio hasta las grandes fortunas, pasando por los evasores de impuestos, la clase política, los adictos a paraísos fiscales y hasta las ONG. De este modo, convierte su película en un ataque, tan certero como cruel, a una sociedad movida por el afán de lucro, la conveniencia y las pulsiones descontroladas. Una sociedad que educa a sus ciudadanos para que se conviertan en monstruos y después intenta aniquilarlos.



Nunca ha sido Denys Arcand un autor con afán de trascendencia ni un orador al que le guste alzar la voz. De hecho, “La caída del imperio americano” abunda en toques casi surrealistas y siembra en el sarcasmo sus mejores aciertos. El monólogo de Pierre-Paul con el que comienza el relato marcará desde el primer momento la esencia del personaje y las intenciones críticas de la película, volcada en una mezcla de géneros en la que sobresale el thriller, por supuesto: Arcand juega con las convenciones del cine negro e imprime una estética en cierto modo clásica a sus imágenes, ayudado por una iluminación que realza los contrastes de luz y los ambientes sombríos. Pero también están presentes los elementos de la comedia y muchas de las secuencias están recorridas por una soterrada ironía, nacida de una mirada distanciada y reflejada en unos diálogos al tiempo densos y sarcásticos, en los que el cineasta se muestra, una vez más, diestro en el logro de la naturalidad y hábil en el juego con los dobles sentidos.

Desde el año 2000, Arcand solo ha rodado cuatro películas. Demasiado pocas en tiempos de uniformidad cinematográfica. Hay tantos directores prescindibles que filman sin cesar, atiborrando de imágenes las salas de cine de imágenes vacías, que no queda más que desear que el canadiense se anime a ser un poco más prolífico.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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