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En los 90

Drama Stevie, un chico de 13 años que vive en el Los Ángeles de los años 90, pasa el verano lidiando con los problemas de su vida doméstica y divirtiéndose con su nuevo grupo de amigos, que ha conocido en una tienda de skate. (FILMAFFINITY)
Postal de una imagen en movimiento
Los Ángeles, a mediados de los años 90. En un pasillo cualquiera, de una casa cualquiera... estalla una escena que seguramente ya habremos vivido o presenciado fuera de una sala de cine, pero que aun así, impacta por la veracidad con la que se ejecuta. Una cámara plantada con trípode registra, de forma muy estática, a dos cuerpos en brutal movimiento. El primero es bajito, enclenque, y parece que se vaya a romper en cualquier momento. Pero no, de algún modo, aguanta las acometidas del segundo, que a su lado, es un auténtico portento físico.

El primero es el hermano pequeño; el segundo es el hermano mayor. El primero se ha estampado contra la pared (tan literalmente, que duele solo verlo); el segundo se ha puesto encima de él, y le golpea con toda la rabia, ira y frustración que lleva encima. Una escena hogareña cualquiera... filmada, como ya se ha dicho, con un gusto naturalista que parece atentar directamente contra la naturaleza artificiosa del cine. Lo que estamos viendo es un set, y aquellos son intérpretes (más o menos profesionales), pero ante nuestros ojos, todo luce como la vida misma.



Es una de las escenas de introducción de ‘En los 90’, sorprendente debut del actor Jonah Hill como guionista y director de largometraje. Justo antes de esto, por cierto, hemos visto uno de los logos más cotizados del cine moderno (el de la productora y distribuidora A24) construido a base de skates alineados en un parque. La toma, sacada en plano cenital, es repentinamente invadida por unos chavales que destruyen, entre risas, tan -aparentemente- improvisada construcción. De nuevo, la planificación y el control que asociamos al arte fílmico, es alegremente destruido por esa concepción lúdica de la vida, siempre asociada a la juventud.

De esto nos habla Jonah Hill en ésta su contundente ópera prima. Y lo hace contraponiendo, como sucedía en aquel pasillo, lo inmóvil con lo que no puede contenerse. Después de pelearse, aquel mequetrefe de cuerpo insignificante entra en la habitación de su hermano, suerte de museo con carácter de templo sacro, cimentado éste a partir de esas reliquias (del mundo de la música, del cine, del videojuego...) que casi treinta años después, nos permiten encapsular la esencia de aquellos tiempos pasados.



Así pues, en esta película hay una fuerte voluntad de preservar... eso sí, a través del retrato de esa etapa vital en la que todo parece estar en -perpetuo- movimiento. Otro ejemplo: Jonah Hill decide agitar desde la comodidad de la sala de edición. Es decir, que si el jovencísimo protagonista de esta función tiene que enfrentarse a ese rito iniciático consistente en subirse a un patinete, el director nos lo mostrará mediante un dinámico montaje en el que el principio de prueba y error vaya tomando cuerpo a través del empalme de micro-secuencias tomadas siempre desde el mismo punto de observación.

De nuevo, nosotros miramos desde una actitud estática (la nostalgia ya tiene esto) a una colección de personajes que, sin embargo, no pueden estarse quietos. Porque así lo determina la revolución hormonal que se está produciendo en el interior de sus respectivos cuerpos, pero también porque así lo piden unos códigos sociales que invitan a salir del nido, a descubrir... a empaparse de los placeres de los procesos de aprendizaje. En definitiva, es esa historia que tanto conocemos. Porque nos la han contado incontables veces antes, y porque (esto es aún más importante) ya la hemos experimentado en nuestras propias carnes.



Por mucho que el escenario y las circunstancias (además de un cameo más que esclarecedor) nos lleven a aquella revelación que supusieron los ‘Kids’ de Larry Clark y Harmony Korine, lo cierto es que Jonah Hill no da ninguna señal de querer descubrirle al cine ninguna nueva experiencia. “Simplemente” desea ser fiel a ese momento, que en realidad era esa transición. Las malas influencias se descubrían como modelos a imitar, la corrupción se confirmaba como liberación y las figuras paternas (en este caso, dolorosamente ausentes) eran sustituidas por esos amigos que, a los pocos días, se descubrían como la familia más fiable.

‘En los 90’ es, en este sentido, un impresionante catálogo de todos esos escenarios, diálogos y, en esencia, liturgias que la experiencia y la cultura popular (lo llaman memoria colectiva) hacen que asociemos a la crucial entrada en la edad adulta. El coming of age se convierte así en un relato cuya naturaleza compiladora para nada afecta a la autenticidad de unas escenas en las que siempre logra imponerse la -pasmosa- naturalidad en la puesta en escena. La excelente dirección de actores, sumada al estiloso uso de los recursos estéticos (claro síntoma de la comprensión del objeto de estudio), afianzan el logro casi milagroso de dotar de frescura a ese regreso que, de la mano de Jonah Hill, nos recuerda la gloria de aquellas primeras veces.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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