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El sótano de Ma

Thriller. Terror Una mujer solitaria (Octavia Spencer) entabla amistad con un grupo de adolescentes y decide invitarles a una fiesta en su casa. Justo cuando los jóvenes piensan que su suerte no puede ir a mejor, una serie de extraños acontecimientos comienzan a suceder, poniendo en tela de juicio las intenciones de su nueva y misteriosa amiga. (FILMAFFINITY)
Abusadas y abusonas
La carrera de Tate Taylor pareció despegar con el sleeper ‘Criadas y señoras’, un regreso al Mississippi de los años 60, es decir, a esa América actualmente idealizada por ciertas corrientes políticas... pero que en realidad “ardía” por el odio abusivo de la segregación racial. En la superficie, el Sol brillaba y bronceaba amablemente la piel blanca de las señoras y los señores, dueños de aquel lugar. Pero en el sótano de cada casa, si se me permite, latía una panorama mucho más negro.

Ésta era la premisa de aquel inesperado éxito: dejar claro que detrás de cada sonrisa o palmada en la espalda había la reafirmación de una jerarquía social cruel, que en un principio solo admitía estructuras verticales. Dicho de otra manera, si alguien quería estar arriba, tenía que asegurarse de que hubiera alguien abajo. Pues bien, casi diez años después de aquella fábula (interesante en su premisa pero a la postre excesivamente amable), el director sureño vuelve a dar protagonismo a Octavia Spencer, la voz complaciente del pueblo en aquella función... que en esta ocasión adquiere una tonalidad mucho más grave.



‘El sótano de Ma’ propone otro regreso. Al hogar. A ese sitio del que, ya lo sabemos, tenemos que desconfiar. El escenario es un pueblo de interior, con un diseño urbano que recuerda al de aquellos asentamientos del salvaje oeste donde los pioneros ponían a prueba su suerte. Y en efecto, el espacio no miente: en pleno siglo XXI siguen vigentes las terribles leyes que pretendían poner -perverso- orden en aquel mundo todavía por civilizar. Ahora mismo, solo una cosa queda clara: como colectivo aún tenemos que llegar ahí.

Para demostrarlo, nada mejor que explorar esa etapa vital en que a uno se le educa... no se sabe muy bien si para convertirse en alguien de provecho, o si para cometer los mismos errores que nuestros antecesores. He aquí, pues, una película de instituto mucho más interesada en ahondar en todo lo que suelen ocultar los ecosistemas gestados en dichos centros educativos. Es decir, donde todo el mundo se prepararía para la coronación en el baile de graduación, Taylor aprovecha para ir a buscar a los juguetes rotos que en algún momento u otro se quedaron fuera de esa -angustiosa- carrera de popularidad.



Una situación típica: unos estudiantes menores de edad mendigan en la calle el favor de un adulto que les pueda suministrar alcohol. Un giro inesperado: esa persona adulta que por fin se detiene, corresponde holgadamente a todas sus peticiones. De manera inquietantemente sospechosa. Total, que cuando se han querido dar cuenta, los chavales están celebrando una juerga en el sótano de su casa... una morada que se levanta lejos de la protección de sus respectivos hogares, en medio de un bosque que es más bien maleza.

La “película de John Hughes” se ha convertido, de repente, en el clásico cuento de terror donde la curiosidad desmedida de los polluelos recién salidos del nido, es aprovechada por la experimentada voracidad de una bruja cuyas crueles intenciones a lo mejor sean (y ahí está el gancho) el resultado lógico de los traumas con los que tuvo que lidiar en el pasado. Como si “Carrie” se hubiera convertido en la Annie Wilkes de ‘Misery’. Al final, resulta ser todo una historia de venganza en la que, atención, la línea que separa al bien del mal se difumina por una culpa que está tan compartida, que inevitablemente se convierte en una carga a heredar.



Donde todo el mundo iría a retratar los romances y las fiestas en celebración de la ebullición hormonal, Taylor prefiere hablar del cyber-acoso, del bullying, de los peligros de exponerse en las redes sociales, de la humillación pública y de otras formas con que se manifiesta el auténtico monstruo de la función: la presión social. No en vano, ésta es una cara B de la high school movie. Ilusionante por los escalofríos que invoca, pero decepcionante por la poca gracia con la que hilvana la narración. Al fin y al cabo, parece que el director lo fíe todo a un último acto que si bien responde a las -cafres- expectativas que pueda despertar cualquier producción Blumhouse, lo cierto es que llega después de un proceso de preparación y ocultación ciertamente torpes.

Tate Taylor intenta entender tan bien a los adolescentes, que acaba por contagiarse de su confuso ritmo vital; de su cacao mental. Farrear, desmayarse, despertarse y darse cuenta de que hay serias lagunas en el montaje memorístico de la noche anterior. El seguimiento de la película responde un poco a esta engorrosa sensación, lo cual no se sabe si obedece a fallos de planificación, o una coartada muy bien plantada. En cualquier caso, queda una Octavia Spencer atenta de nuevo al vehículo que le entrega éste su cómplice favorito. Esto, y el recordatorio de que no hay que comprar una casa por el atractivo de su fachada, sino por las posibilidades que encierra su sótano.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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