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El hoyo

Ciencia ficción. Thriller El futuro, en una distopía. Dos personas por nivel. Un número desconocido de niveles. Una plataforma con comida para todos ellos. ¿Eres de los que piensan demasiado cuando están arriba? ¿O de los que no tienen agallas cuando están abajo? Si lo descubres demasiado tarde, no saldrás vivo del hoyo.
La bestia humana
Cuando Goreng despierta en una celda de paredes desnudas que, por todo mobiliario, reúne un pequeño lavabo y dos camastros, poco sabe acerca de dónde se encuentra y de qué reglas debe asumir. Al igual que nosotros, desconcertados espectadores. Por suerte, tiene enfrente a un tipo maduro e inquietante llamado Trimagasi que le servirá, a regañadientes, de cicerone. Los preceptos son sencillos: están (estamos) en El hoyo, un lugar con un número desconocido de celdas (Trimagasi asegura que son más de 200), situadas en vertical, unas sobre otras, comunicadas solo por un gran agujero en el centro de la estancia. La abertura sirve para que pueda descender una enorme plataforma llena de una suculenta comida. Manjares que degustan primero quienes se encuentran en el nivel 1 de El hoyo (Goreng y Trimagasi están en el 33) y que, según desciende el soporte, menguan hasta convertirse en sobras y, por último, hasta desaparecer. No es ilusorio pensar que quienes ocupen niveles muy bajos no sobrevivirán. Trimagasi desvela otra única regla: cada mes, los internos de El hoyo cambian de nivel según convenga el azar. De modo que no está mal disfrutar de la estancia en el 33…

Esta es la original (y, según pasen los minutos, angustiosa y feroz) propuesta del estupendo guion servido por David Desola y Pedro Rivero, que se presta desde el primer momento a ser leído como una alegoría con claras implicaciones sociales, políticas y religiosas. La lucha de clases, expresamente dibujada en el "arriba y abajo" que propone la película, puede exacerbarse solo a raíz de unos metros de distancia. Aunque también entra en juego el talante con que se asuman las propias decisiones (pronto se devela que algunos sujetos están encerrados por obligación, pero otros han accedido al lugar voluntariamente). Porque, por si alguien lo había olvidado, el hombre es un lobo para el hombre. Los fuertes y los débiles, eterna cuestión. De manera que el hecho de que los de arriba se diviertan defecando sobre los de abajo puede llegar a ser literal.



Las posibles interpretaciones y los dilemas éticos que contiene "El hoyo" se acrecientan según avanza el relato y, aunque, por momentos, resulten un tanto obvios, no afean el devenir narrativo de una historia que exhibe un desarrollo que acumula ideas para aumentar el suspense. No, “El hoyo” no busca la sutileza, sino la belicosidad y la provocación. Y alza la voz con considerable potencia.

Con su insólito debut como director, el bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia propone un viaje tan existencialista como desesperanzado que lanza una denuncia sobre la crueldad humana, por supuesto, pero también analiza la manera en que la toma de resoluciones particulares resulta decisiva en el devenir social. Y más allá de su evidente intención de apelar al espectador y de obligarle a tomar partido sobre las posibles determinaciones que asumiría en un entorno similar, arroja una demoledora llamada a la responsabilidad. En su alegoría cabemos todos. Los activos, los pasivos, los desengañados, los iracundos, los inanes, los desplazados… Porque todos somos, afirma finalmente "El hoyo", partícipes del destino de nuestros semejantes. Un discurso que llega envuelto en un brío narrativo que empapa todas las imágenes de la película. Galder Gaztelu-Urrutia demuestra que sabe filmar con tanta convicción como desparpajo. Estaría bien ver cuántos cineastas pueden aceptar el reto de rodar en un espacio tan reducido, casi minimalista, y arriesgarse a que su cámara vuele, encarcelada en tantas restricciones visuales.



El juego con los espacios que propone Gaztelu-Urrutia deja boquiabierto en muchas ocasiones, al igual que su habilidad para cercenar los encuadres y confinar a los personajes en planos cerrados para detonar las imágenes en el momento en que, calculadamente, pasa a planos generales o a planos medios que abren la acción para introducirnos en ella con virulencia. Y en su inmersión en la crueldad y el sadismo de muchas secuencias, que no ahorran sangre y vísceras, cuida a conciencia que la brutal violencia no resulte jamás atractiva, ni mucho menos lúdica. El salvajismo de las imágenes de "El hoyo" siempre es pertinente y jamás se muestra condescendiente ni con los personajes ni con los espectadores.

De ahí que esta combinación de cine de género y cine político, que se revela como una de las apuestas más arriesgadas del año, no tenga nada de juguetona. Más bien invita a no volver a jugar jamás. Ni con la violencia cinematográfica, ni con la que consumimos a diario en televisión, pertrechados en el bienestar y adormecidos por la costumbre, ni con la que se vive, lejos de la ficción, en el mundo real.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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