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Godzilla: Rey de los monstruos

Ciencia ficción. Acción. Fantástico Los criptozoólogos de la agencia Monarch tratan de enfrentrarse a un grupo de enormes monstruos, incluyendo el propio Godzilla. Entre todos intentan resistir a las embestidas de Mothra, Rodan o del último némesis de la humanidad: King Ghidorah. Estas ancianas criaturas harán todo lo posible por sobrevivir, poniendo en riesgo la existencia del ser humano en el planeta. (FILMAFFINITY)
Godzilla Vs Ghidorah
La última vez que lo dejamos, Godzilla había hecho una entrada de impresión en nuestras vidas. En un abrir y cerrar de ojos, comprendimos que habitábamos en un mundo en el que los monstruos son una realidad científica. Los mitos y leyendas que se acumularon durante los milenios en los que nos erigimos como amos y señores de la Tierra, eran en realidad las reminiscencias de unas criaturas (“los titanes”) que a lo mejor se retiraron, pero que para nada desaparecieron. El caso es que cuando éstos volvieron, causaron un trauma acorde a sus gargantuescas dimensiones.

Esto ya lo sabíamos... lo que no llegamos a ver fue la cara B de dicho acontecimiento. Y es que mientras los edificios de San Francisco se derruían al insostenible ritmo del caminar de aquella lagartija radioactiva, millones de personas (insignificantes al lado de tan formidable animal) corrían y luchaban por sobrevivir. A vista de águila, el espectáculo era apabullante, pero a pie de calle, el asunto degeneró en una carrera que no tuvo nada de civilizada. Ahí, una familia se rompió. Estaba el padre, la madre, la hija y el hijo... hasta que el último murió, literalmente aplastado por los sucesos que le rodeaban.



Y si todo esto resulta familiar, es porque efectivamente ya lo vivimos, de forma muy similar, en una de las superhero movies más desastrosas de los últimos años. ‘Batman Vs Superman’, recordemos, arrancaba de forma muy parecida. Demasiado. En aquella ocasión, el justiciero de Gotham era presentado intentando salvar, desde el suelo, las vidas que se ponían en riesgo desde el cielo, en una poderosa idea que debía servir para empezar a desgranar uno de los principales ejes temáticos de aquella película: la difícil (si no imposible) convivencia entre dioses y hombres.

Pues bien, para mayor susto, ‘Godzilla: Rey de los monstruos’ decide indagar en las mismas preocupaciones. En la capital política de los Estados Unidos, una organización llamada Monarch (encargada de monitorizar a los susodichos titanes) tiene que dar explicaciones ante el gobierno de la primera potencia mundial. Por lo que parece, la humanidad está en el punto de debatir los términos de coexistencia con los monstruos. El affair se reduce, como en la mayoría de estos casos, a una pregunta de opción múltiple: ¿les damos la mano o les disparamos? Sigue el déjà vu.



Y es que como sucedía con Zack Snyder, el antecedente más inmediato (ahí, aparte del más evidente, también pueden cogerse los últimos trabajos de Jordan Vogt-Roberts o de Hideaki Hanno & Shinji Higuchi) se convierte no solo en una cima inalcanzable, sino más bien en un agravante que ahonda en las vergüenzas que debería despertar cualquier comparativa. Venimos, conviene no olvidarlo, de la ‘Godzilla’ de 2014, extraña (y a mucha honra) monster movie en la que Gareth Edwards dio otro recital marca de la casa. En sus manos, la mítica bestia del estudio Toho se convirtió en una especie de cuadro en movimiento de estilo casi expresionista; en una atípica cinta de aventuras en el que el principal activo, qué cosas, no era la acción, sino un sentido poético de las distintas escalas, que tenía que empequeñecernos ante la otra gran baza del conjunto.

Esto es, un gusto por maravillarse ante la inmensidad de aquello que ningún encuadre puede llegar a capturar. Ahí quedaron, para el recuerdo, esas imágenes neblinosas, que más que hablarnos de un sentido estético propio (que también), nos sugerían esta misma indomabilidad de los bichos retratados. Y así mismo luce ‘Godzilla: Rey de los monstruos’, solo que en este caso, la decisión no parece sustentarse en ningún otro motivo que no tenga que ver con las modas estéticas. Así pues, como cabía esperar, a Michael Dougherty hay que irle a buscar en el guion...



Pero es que ahí tampoco da demasiadas señales de vida. El mayor logro de su nuevo largometraje es adaptar los mecanismos y necesidades del kaiju-eiga a la sensibilidad y preocupaciones ecologistas que ahora mismo impregnan la actualidad global. Así, criaturas como Rodan, Ghidorah, Mothra o, por supuesto, Godzilla, se manifiestan en enclaves y con (súper-)poderes que inevitablemente nos remiten a la huella nociva del ser a humano a nivel planetario. Llegados a este punto, se propone otra duda existencial: ¿merecemos la oportunidad de arreglarlo todo, o por el contrario se nos tiene que aplicar el borrón y cuenta nueva? O sea, ¿reconstrucción o destrucción? Ahí está el dilema.

Más allá de esto, el texto no pasa de ensalada de referencias y pseudo-conocimientos más o menos populares, poblada ésta por personajes de motivaciones confusas, y cuya absoluta falta de profundidad se contradice con la actitud trascendental con la que encajan cada noticia. Ahí está, a lo mejor, la raíz de todos los males de esta cinta: en lo seria e importante que considera la naturaleza de un relato que más bien invitaba a la alegre celebración de la destrucción masiva. Pero no, en lugar de esto, el tiempo se rellena con diálogos cuyo absurdo pretende ser maquillado con gravedad (ni Bradley Whitford encuentra la gracia, así está el nivel). Con esto, y con un barroquismo ocular que, evidentemente, lleva a la saturación de la retina. Godzilla se juega el reinado con Ghidorah, en medio de una traca de efectos digitales tan poco inventivos que la épica se convierte irremediablemente en agotamiento. A alguien tan fresco como Michael Dougherty cabía pedirle más que revalorizar (por demérito propio) los precedentes.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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