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Terminator: Destino oscuro

Ciencia ficción. Acción Sarah Connor (Linda Hamilton) y Grace (Mackenzie Davis), una híbrido de cyborg y humano, deberán proteger a una joven del Rev-9, un nuevo Terminator que viene del futuro. (FILMAFFINITY)
El peso (o ligereza) de una herencia
Una vez más, se mezclaron todas las líneas temporales. En un futuro post-apocalíptico, máquinas y hombres deciden resolver sus -sangrientas- diferencias mandando al pasado (o sea, a nuestro presente) a algunos de sus agentes, soldados o simplemente dispositivos más perfeccionados. Se trata de arreglar en el ayer lo que no tiene solución en el ahora... para así labrar un mañana mejor. Es la magia de los viajes en el tiempo, que sus reglas, contraindicaciones y otros efectos secundarios pueden escogerse e interpretarse a conveniencia. Más aún cuando lo que se está cocinando es una ficción palomitera.

Por ejemplo, y trazando un salto ahora meta-fílmico, un rápido vistazo a los precedentes con los que se ha construido la franquicia “Terminator” nos ayuda a entender el caprichoso comportamiento de la herencia identitaria. O si se prefiere, cómo lo que ha venido antes puede ser, dependiendo del momento, o una losa o una plataforma a partir de la cual pueden despegar las expectativas o miedos (y en consecuente, las posteriores sensaciones) que despierta un determinado producto. Pasado esto al caso que nos ocupa: en 1984, James Cameron empezó a sentar las reglas del juego con una cinta de bajo presupuesto (ahora lo llamaríamos cine indie) destinada a hacer Historia.



Siete años después, el hombre ya estaba instalado en la liga de las súper-producciones, y sorprendió, más si cabe, yendo en contra de aquella máxima tan funesta: “segundas partes nunca fueron buenas”. Con ‘Terminator 2: El juicio final’ se invirtió la lógica, y fuimos a mejor. Respaldada por un músculo financiero mucho más potente, esta secuela se convirtió en uno de los picos todavía a superar del cine de acción/ciencia-ficción... Y a partir de ahí, la debacle. En 2003 llegó “La rebelión de las máquinas”, de Jonathan Mostow, en 2008, la serie televisiva de “Las crónicas de Sarah Connor”, en 2009 “Salvation”, de McG, y en 2015 “Genesis”, de Alan Taylor.

Esta última película, un trauma demasiado cercano a la vergüenza ajena. Sobra decir decir que la experiencia fílmica, especialmente aquella por la que podemos llegar a profesar cierto cariño, no debería ser así. El caso es que cada nuevo título liaba más y más el continuo espacio-tiempo, y claro, la propuesta general se liaba ella sola... se perdía. De paso, me obligaba, al final del respectivo primer visionado de cada nueva entrega, a pronunciar la misma sentencia: “Éste es el peor título de la saga”. Y así hasta tocar ese fondo del que, por definición, y por suerte, parece que ya no se pueda bajar más. Y efectivamente.



De modo que el titular nos habla de que ‘Terminator: Destino oscuro’ frena, por fin, la hemorragia insostenible que sufría la franquicia... Lo que pasa es que lo consigue más por el recuerdo de los deméritos ajenos (los cosechados por las últimas películas, vaya), y no tanto por los propios. Así las cosas, es como si Tim Miller, muy confiado por el listón bajísimo con el que afronta el reto, renunciara a él. Es decir, que esta sexta película puede ser vista como una continuación directa de la segunda. Porque a veces, basta con un -impactante- prólogo para justificarse; a veces, las angustias con las que entramos en una sala de cine, pueden reciclarse muy fácilmente en medias-alegrías con las que, visto los visto, ya nos podemos conformar.

No está del todo mal... aunque esto no implica necesariamente que esté realmente bien. Una constatación tan flagrante del carácter mediocre del producto, que a la fuerza tiene que ser síntoma de nuestros tiempos. No en vano, dicha valoración se ha convertido en una especie de mantra con el que enfrentarse, en especial, al estado actual del blockbuster hollywoodiense, este espectáculo a vueltas primero con una nostalgia que aún no se sabe si es motor o si por el contrario es lastre, y después con las sensibilidades de un presente cada vez más sensible. En esto último, ‘Terminator: Destino oscuro’ luce algunas de sus principales (y discretas) virtudes. Para entendernos, ahora el futuro de la humanidad empieza a decidirse por debajo de esa frontera que las fuerzas -políticas- del mal se empeñan en amurallar a principios del siglo XXI.



Resulta que dos décadas después de aquel “Juicio final” salvado in extremis, la fisonomía tanto de la presa como del -desdoblado- cazador responde a rasgos y latinos. Y para mayor gozo de la era “woke”, lo que antes podría interpretarse como “cuota femenina”, ahora se erige en protagonismo prácticamente absoluto. E indiscutible: se mire como se mire, la(s) única(s) forma(s) para resolver un conflicto que de forma muy inevitable vuelve a nosotros, pasa por unas mujeres totalmente empoderadas, y que tienen en el incombustible carisma de Linda Hamilton esa referencia para esquivar, hasta nuevo aviso, el fin del mundo robótico. Total, que tenemos a un planeta que, por mucho que se empeñe en irse cíclicamente al garete, por lo menos avanza en materia de reconocimiento (y apreciación) de la pluralidad que lo compone.

Como dije, ya es algo... Más allá de esto, queda un ejercicio de mínimos que es lo suficientemente satisfactorio cuando la acción lleva el peso de la narración. La adrenalina fluye de manera no especialmente deslumbrante, pero al menos lo hace con un ritmo ideal para encontrar esa salvación. Esto es, la suspensión de la incredulidad... y aún más importante, del aburrimiento. Muy atrás queda la excelencia alcanzada por James Cameron en las labores de dirección, pero al menos, los films de McG y de Alan Taylor se antojan también como sendos tropiezos igualmente lejanos. De nuevo: “ya es algo”. Y ya está, aquí nos quedamos, junto a un Arnold Schwarzenegger que ve pasar la vida con una actitud que mezcla la auto-conciencia del estatus de leyenda y la falta de amor propio. Es el cariño que se puede profesar por lo que antes era importante y sorprendente, y ahora intrascendente... como mucho, entrañable. No estábamos para pedir más.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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