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Una gran mujer (Beanpole)

Drama Leningrado, 1945. La Segunda Guerra Mundial ha devastado la ciudad y derruido sus edificios, dejando a sus ciudadanos en la miseria tanto a nivel físico como psíquico. El asedio, uno de los peores de la Historia, ha terminado, pero la vida y la muerte continúan combatiendo en el desastre que la guerra deja tras de sí. Dos mujeres jóvenes, Iya y Masha, tratan de encontrar un sentido a sus vidas para reunir fuerzas de cara a reconstruir la ciudad. (FILMAFFINITY) [+]
Demasiado lejos
Para mí, la 70ª edición del Festival de Cine de Cannes estaba terminando como la de cualquier otro certamen cinematográfico. Si a alguien le interesa, estaba agonizando por los fríos pasillos del Palais, pensando en regresar a casa, más que en cualquier otra cosa... pero también reservándome las últimas energías para acercarme, en condiciones mentalmente aceptables, a la que ya me había llegado que podía ser la mayor revelación de ese año en la Croisette. Por los pelos llegué a la última proyección de ‘Tesnota’ (posteriormente, ‘Demasiado cerca’), y con ello, remonté el vuelo.

Más allá de la gloria reservada a la Sección Oficial, y de los primeros atisbos de desavenencias entre el equipo del festival y cierta plataforma de VOD, creo que lo que más recordaré de dicha edición fue la irrupción de Kantemir Balagov en el panorama cinéfilo internacional. El hombre (o mejor dicho, el chico) lo hizo con la contundencia de una fuerza de la naturaleza que, como tal, palpitaba a ritmo y a intensidad igualmente desbocadas. Iba de la mano de la actriz Darya Zhovar, otra bestia que encerraba, en su salvaje mirada, una apabullante verdad que no se podía concretar, pero que se sentía viva en cada uno de sus gestos furtivos.



Fue una sociedad formidable, que dejó tan fuerte impresión, que inevitablemente nos tuvo a la espera de nuevas señales de vida. Y estas acabaron llegando, concretándose en la película a la que dedico este texto. La lástima es que, por lo que a mí respecta, recordaré este segundo encuentro mucho más por la decepción que me supuso, que no por sus innegables virtudes. Como en ‘Demasiado cerca’, Balagov hace del retrato femenino el punto de apoyo para llegar a entender una realidad irremediablemente marcada por la voluntad de lo colectivo.

Con ‘Una gran mujer (Beanpole)’, lo remoto pasa de tener consideración geográfica, a temporal, o para ser más exactos, histórica. Ahora nos encontramos en Leningrado, en una ciudad que todavía se está lamiendo las heridas de lo que sin duda ha sido uno de los episodios más calamitosos que jamás haya tenido que sufrir. Terminó la Segunda Guerra Mundial, pero los efectos del terrible asedio perpetrado por las fuerzas nazis, son todavía visibles, tanto a nivel de infraestructuras como, sobre todo, humano. El mundo es una ruina, vaya, y entre tanto escombro, destaca especialmente la única (o última) torre que se tiene en pie.



De entre las cenizas emerge otra figura “balagoviana”. Viktoria Miroshnichenko toma el relevo de Darya Zhovar, y contempla, desde sus alturas, una devastación que parece hecha a la medida del joven director. ‘Una gran mujer (Beanpole)’ confirma el talento de este en un apartado técnico que, no obstante, luce como una arma de doble filo. Es tan subyugante a nivel de puesta de en escena; en un plano visual manejado con sensibilidad pictórica... que en ocasiones, da la sensación de que la historia tenga que contemplarse desde la lejanía.

La terrible escena que sirve como detonante de la trama llega de una forma tan abrupta (y en parte por esto, cruel), que parece insinuar que Balagov va a usar el desconcierto como principal combustible narrativo. Por desgracia, acaba optando por lo contrario, es decir, por el subrayado. A lo largo de más de dos horas de metraje, la dupla protagonista sufre las miserias de una sociedad que encasilla a cada una, y con escalofriante facilidad, en el rol que supuestamente debe desempeñar. O sea, que el horror de las cicatrices de posguerra se concretan en una pesadilla determinista con el punto de mira puesto en cuestiones de género.



Podríamos hablar de la tragedia de a quien se define a partir de los demás (pongamos, una cuidadora, una madre o una esposa). El director y guionista aborda la condición femenina con ideas potentes y valientes, tanto en el plano visual como desde la escritura, así que al final, la pantalla actúa como impresionante punto de encuentro entre ambos frentes. De tal modo que, por ejemplo, parece que el texto no pueda acabar de entenderse sin haber desencriptado antes el uso de unos colores que aspiran a algo más que plasmar cierto concepto de belleza. El verde y el rojo trascienden así la consideración de mero estímulo cromático, y se comportan como pulsiones emocionales, o directamente espirituales.

Con todo esto, Kantemir Balagov sigue engrosando una batería de recursos que más que confirmarle como alumno aventajado, habla más bien de un consumado maestro del arte cinematográfico. El problema, como decía, está en que pasada aquella sorpresa, y con la sangre ya más fría, queda precisamente la frialdad de una fuerza a lo mejor demasiado ensimismada. Muy ocupada en celebrarse a sí misma, y por ende, no tan pendiente de, por ejemplo, la evolución narrativa por la que teóricamente debiera velar. Los postulados que defiende “Beanpole” se quedan pues en postes inamovibles; en declaraciones que más que enriquecer las tesis de inicio de su autor, las convierten, a fuerza de repetición, en poco más que una engorrosa obviedad.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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