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Hellboy

Fantástico. Acción La Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal (AIDP) encomienda a Hellboy la tarea de derrotar a un espíritu ancestral: Nimue, conocida como "La Reina de la Sangre". Nimue fue la amante del mismísimo Merlín durante el reinado del Rey Arturo, de él aprendió los hechizos que la llevaron a ser una de las brujas más poderosas… Pero la locura se apoderó de ella y aprisionó al mago para toda la eternidad. Hace siglos consiguieron ... [+]
Destrózala como puedas
Leer cualquier artículo, entrevista o crónica concerniendo la producción de la última ‘Hellboy’ (la que ahora nos ocupa, vaya) se ha convertido, en los últimos meses, en uno de los mayores placeres perversos de internet. La mecha prendió en una prestigiosa publicación que sigue la actualidad hollywoodiense. Ésta se hacía eco los detalles del que parecía ser el enésimo escándalo sexual en el seno de la Meca del cine... y de rebote, acababa hablando de lo desastrosa que iba a ser la nueva película de Neil Marshall.

Grosso modo, resulta que la actriz Charlotte Kirk tenía en jaque a varios peces gordos de grandes productoras. Al parecer, éstos le habían prometido papeles en sus proyectos a cambio de sexo. Nada nuevo en las putrefactas colinas de Los Angeles. ¿Y dónde entraba ‘Hellboy’ en todo esto? Pues en el momento en que su director conocía a dicha intérprete, se enamoraba perdidamente y decidía huir con ella, para escribir guiones de films en los que pudiera aparecer. Todo esto sucedió, y ahí viene la bomba, durante el rodaje de la película de marras.



Así, el proyecto que debía erigirse en versión definitivamente oficial del celebrado cómic de Mike Mignola, acabó reducido a una especie de gag alternativo de ‘Bowfinger el pícaro’, aquella desternillante sátira sobre la industria fílmica estadounidense, firmada por Frank Oz y Steve Martin. Unas semanas después, cuando ‘Hellboy’ llega por fin a nuestras pantallas, puede constatarse (dígase ya) que la película es el desastre que insinuaban todos los heraldos. De hecho, es tan adefesio, que en su exagerada fealdad, encuentra cierta belleza.

Es la teoría de la valoración circular de una pieza de arte. Cuando un chiste, por ejemplo, es insufriblemente malo, despierta inevitablemente una carcajada pura. Un brote de alegría que no puede responder a cinismo o segunda lectura alguna. Y así luce, desde la primerísima escena, el ‘Hellboy’ del siniestro total. El prólogo, de hecho, parece un guiño directo a uno de los accidentes cinematográficos más impresionantes (y por ello, en cierto modo, admirables) de la última década: ‘Transformers: El último caballero’.



La quinta y de momento última entrega de los Autobots de Michael Bay se descubrió como un apabullante ejercicio de cine browniano. La historia (y los personajes, y los escenarios... todo) lució con un cuerpo gaseoso de forma evidentemente incontenible, a lo mejor indescifrable. Aquello era una ruidosa aventura que vivía-en y se definía-por el delirio, algo no muy alejado de las obras más memorables del movimiento surrealista. Pues bien, este ‘Hellboy’ arranca de forma exactamente igual. Y sigue por tan peligrosa senda, con el gusto suicida de mandarlo todo al infierno.

La acción se dispara en el año 517 después de Cristo, en la “edad oscura”, que solo pudo ser iluminada por el esplendor de la leyenda artúrica. Como con Michael Bay, el tono empleado y las formas que lo presentan (peligrosamente cercanas al fanmade), hacen que cueste horrores distinguir la epopeya de la ópera bufa. El cine americano vuelve pues a profanar mitos ajenos con la alegría, despreocupación y, claro, irresponsabilidad del niño que estrena un juguete... del que se va a cansar y olvidar al poco rato. Ahí, en parte, está la gracia. En la poca mesura con la que se gestiona un material que, siendo justos con los responsables de tan maltrecho proyecto, se presta a ello.



No en vano, este ‘Hellboy’ funciona (y muy bien) cuando tiene permiso para librarse a la locura (visual y conceptual) propuesta por Mignola. En este sentido, la visita a la morada de Baba Yaga o las visiones apocalípticas que eventualmente invaden el relato, se traducen en pequeños momentos de gloria terrorífica, que llevan uno o dos pasos más allá el tenebroso imaginario gótico de la marca Guillermo del Toro, y nos hacen aterrizar en un universo mucho más cercano a la creatividad desquiciada del genial Junji Ito. Destellos oscuros, mal cocinados, sí, pero invocados de forma suficientemente contundente. Ya es algo.

Pasamos de las maldiciones light de Ron Perlman a los poemas faciales de David Harbour. En dicho salto, la franquicia se instala en un tono más adulto (y a la vez, pueril), decisión que casa con las evidentes intenciones de Mignola de crear, con ésta falsa tercera entrega, un canon más intachable que el que pudieran crear las dos anteriores. El problema, como ya se ha dicho, es que la envergadura de súper-producción que exige la propuesta no se sustenta con ningún elemento palpable. Los efectos especiales son dignos de una serie B televisiva apadrinada por Sam Raimi, la dirección de actores nos hunde en las cloacas del exploitation y el montaje es una práctica cruel que descuartiza cualquier atisbo de coherencia al que pudiera aspirar la historia. Todo está fuera de lugar, nadie va al volante. Neil Marshall se fue, y su lugar lo ocupó tal despropósito, que a la fuerza tiene que erigirse en título de culto maldito.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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