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Sauvage

Drama Léo (Félix Maritaud) tiene 22 años y vende su cuerpo por un poco de dinero. Los hombres van y vienen, y él se encuentra a sí mismo buscando el afecto en cualquier lugar donde pueda obtenerlo. No sabe qué le deparará el futuro. (FILMAFFINITY)
El fuego camina con él
Pequeña interioridad festivalera: la Semana de la Crítica de Cannes (esa sección dedicada a mostrar los primeros o segundos trabajos de esos directores que, en un futuro más cercano que lejano, parece que estén llamados a marcar tendencia en el séptimo arte) renueva cada año su imagen a partir de una de las películas que más sensación causaron, ahí mismo, en la edición anterior. En 2019, el póster de esa parte tan fundamental del certamen correspondió al retrato fotográfico de Félix Maritaud, actor protagonista de la que, efectivamente, fue una de las películas que más impacto causó en el curso pasado.

Es solo un síntoma (un premio honorífico, si se prefiere) que confirma a ‘Sauvage’ como uno de los debuts más impresionantes de la temporada. Su director y guionista, Camille Vidal-Naquet, se deja detectar, con mucha contundencia, por los radares cinéfilos, en un ejercicio en el que, como sucedía con el mejor Jacques Audiard, intérpretes y cámara forman parte del mismo cuerpo. De una amalgama de músculos, tendones y articulaciones que parece que estén a punto de reventar al unísono. La apreciación de la belleza, para más indicaciones, se convierte en un acto brutal. Salvaje, desde luego.



En la consulta de un médico, un joven expone las dolencias que últimamente le mortifican. Se desnuda para pasar chequeo, y la imagen con la que nos quedamos es la de un físico tan bello como vulnerable. El chico es un portento, y aun así, es presa de una tos que en ocasiones parece más bien convulsión. Y por si todavía no había quedado claro que las apariencias engañas, el buen doctor se abalanza sobre él, en una maniobra mutuamente consentida que termina, evidentemente, con un acto sexual.

El protagonista de esta historia se gana la vida (y también la pierde) ejerciendo la profesión más antigua. Su campamento base se encuentra en la frondosidad de esos bosques de extra-radio en los que parece que las leyes de la civilización no cuenten demasiado. En esos paraísos del cruising donde no hará tanto Alain Guiraudie campaba a sus anchas, Vidal-Naquet crea un ecosistema muy cercano a la fábula. El personaje central es ese cándido objeto de deseo, que no obstante también desea volcar (y no solamente recibir) pasión; a su lado está una especie de ángel de la guarda que no tiene nada de asexuado... y más allá, acecha un lobo feroz con forma de tétrico pianista.



Todas estas piezas se mueven llevadas por los constantes cambios de temperatura registrados en sus respectivos cuerpos. De calientes pasan a ardientes, y de ahí, alcanzan un punto muy cercano al de ebullición. Este calor insoportable deriva, por pura reacción orgánica, en una serie de violentas sacudidas que convierten el follar y el hacer el amor, en dos prácticas irreconciliables. Y aun así, Camille Vidal-Naquet se pregunta sobre la posibilidad de estos intangibles sin los cuales parece que no podamos encontrar la felicidad.

La amistad, la familia y, por supuesto, el amor, se manifiestan aquí reducidos (o ampliados, según cómo se mire) a una expresión casi animal. Lo hacen por coherencia con las bestiales condiciones laborales que marcan el día a día de los personajes, pero también por la comprensión del autor de los instintos más primitivos que, en mayor o menor medida, nos gobiernan a cada uno de nosotros. En este sentido, el retrato del prostituto encarnado por Félix Maritaud (perfecta encarnación de esas fuerzas incontenibles de las que nos habla el film) supone un portentoso abordaje a las contradicciones a las que nos condena la mismísima condición humana.



El anhelo de libertad como puerta cerrada, con llave, a la posibilidad de una vida que no termine demasiado pronto. Aquella maldita tos como recordatorio permanente de que a lo mejor no se están tomando las decisiones acertadas... y a pesar de todo esto, ¿cómo resistirse a otra sudorosa noche de desenfreno? Los pecados de juventud como reafirmación enfermiza (incluso desesperada) de un esplendor biológico que se desvanece. No por el inevitable paso del tiempo, sino más bien por ese fuego invocado, que arrasa con todo.

Es ahí cuando ‘Sauvage’ concreta la jugada magistral: yendo a buscar tan descaradamente la carne, acaba trascendiendo en lo espiritual. Los jadeos que se producen en pleno polvo son en realidad los gritos de socorro de un alma a punto de quebrarse. Dicho de otra manera, el carácter abiertamente explícito de las escenas sexuales, es una manera de materializar el sentido más figurado de la expresión “abrirse en canal”. Y yendo a lo que nos concierne, al principio, la empatía que podemos establecer con Maritaud se debe a la pena que sentimos al ver a un animal herido, pero al final, es por cómo sus gestos (su lenguaje corporal, vaya) reflejan esas debilidades y fortalezas que nos abrasan a nosotros mismos.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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