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Wild Rose

Drama Rose-Lynn Harlan (Jessie Buckley), tiene 23 años, talento, carisma y un sueño: salir de Glasgow y triunfar como cantante de country. Acaba de salir de la cárcel y tiene dos hijos pequeños a los que mantener. Marion (Julie Walters), su madre, quiere que acepte su realidad y se responsabilice de sí misma de una vez por todas; pero cuando un encuentro casual acerca a Rose-Lynn a sus sueños se enfrenta a una difícil decisión: su familia o el estrellato. [+]
Tres acordes y la verdad (soñada)
La disforia como estado anímico, es decir, como exacto opuesto a la euforia, se está asociando últimamente a las cuestiones de género. Hay, efectivamente, gente que siente que su cuerpo no se corresponde con aquel que se le ha asignado por nacimiento. La biología, ahora lo sabemos, no es tan sabia como creíamos, y las cuestiones de sexo, digámoslo las veces que haga falta, no se resuelven con la posibilidad de solo dos respuestas. Y ya puestos, recordemos que dicha desazón puede estar ligada a otras materias.

En lo que a tiempo se refiere, el ahora denostado Woody Allen firmó en 2011 (o sea, cuando aún no era persona non grata en determinados círculos) un excepcionalmente divertido film sobre la desubicación en el momento histórico. Era ‘Medianoche en París’, comedia amarga sobre la imposibilidad de sentirse a gusto en el presente que nos ha tocado vivir (y que viva la ironía). Pero hay más, porque la geografía, por lo visto, también puede ser fuente de conflictos internos. Pongamos que en la fría y gris Glasgow, una chica escocesa siente que su vida está muy lejos de ahí.



En el otro lado del “charco”; en la soleada y siempre animada Nashville. En la Meca de la música country, sacro lugar de sepultura del compositor Harlan Howard, quien declaró que “con tres acordes y la verdad”, ya se puede crear una buena canción. La sentencia, por cierto, está literalmente tatuada en uno de los brazos de la protagonista de esta función. Rose-Lynn Harlan, que así se llama, acaba de salir de la prisión entre los vítores de sus compañeras de celda. Éstas la despiden anunciando, a los cuatro vientos, la inminente llegada de “la nueva Dolly Parton”.

Ante tan atrevida profecía, ella se crece, porque por mucho que todos los elementos que componen su realidad indiquen lo contrario (pues en el hogar aguardan dos críos cuya corta edad exige ser correspondida con cuidados intensivos), solo le basta un rápido vistazo a esa inscripción subcutánea para recordar que, efectivamente, el talento le corre por las venas (y por las cuerdas vocales), y que ya con esto, tiene al menos la posibilidad de conquistar su sueño. A esta esperanza se aferra, a esta promesa... a esta voz celestial y a estos tres acordes, cuya verdad la hace pasar de la categoría de pobre diablesa, a la de ángel con unas alas que pueden llevarla hasta donde ella se proponga.



Son, en definitiva, los típicos ingredientes de ese cuento (de hadas) en el que el éxito se conquista a través de las aptitudes innatas, de la perseverancia... y de algún que otro golpe de suerte, camuflado éste con la -ligera- sospecha de intervención divina. La “altísima” gracia tiene especial predilección (nos lo recuerda constantemente la gran factoría cinematográfica) por los soñadores anónimos destinados al estrellato. De esto parece que nos habla ‘Wild Rose’, una película que, precisamente, está sostenida por tres pilares cuyo nombre y apellido, a priori, no deberían encender demasiadas alarmas.

Dirige Tom Harper, escribe Nicole Taylor y protagoniza Jessie Buckley, en lo que supone una ficha artística todavía poco familiarizada con la gran pantalla... pero que vistos los resultados, ésta a ratos le queda pequeña. Ahí va, al fin y al cabo, uno de los sleepers espirituales del año. Una de esas películas que desembarca en la cartelera privada del ruido previo con el que normalmente conviven los pesos pesados del mundo del arte, pero cuyas virtudes deben elevarla, tarde o temprano, al lugar -privilegiado- que le corresponde.



Así pues, Rose-Lynn Harlan y su película lo tienen todo para trazar trayectorias idénticas. Pero la gracia en esta meta-historia está en ver cómo se desmonta el clásico relato de la conquista de la fama... solo para montarlo, al poco rato, con la conciencia que piden estos tiempos (los nuestros) de sobre-población de fantaseadores. Así avanza ‘Wild Rose’, moviéndose constantemente en terreno abonado para el tópico... pero evitando con la misma frecuencia (y con suma dignidad) la tentación del lugar común. Ésta es la base del buen trabajo de Tom Harper y Nicole Taylor, una sociedad cuya sintonía es potenciada de forma contundente por esa tercera pata, una Jessie Buckley encantada de comerse los escenarios y, por supuesto, la pantalla.

“Ha nacido una estrella”... solo que ahora no disponemos del programa de mano. Así pues, como sucede con los mejores espectáculos, solo queda dejarse llevar. Y emocionarse con la pureza de corazón de la composición, y admirar, sobre todo, el equilibrio alquímico en el que ésta se sitúa. ‘Wild Rose’ surge, no en vano, del choque entre la ilusión infantil y las responsabilidades adultas. Es, para entendernos, cine social que se pregunta sobre el derecho-a (o la necesidad-de) fabular; es el consuelo que no cae en lo ingenuo o, si se prefiere, el desengaño que se niega a conformarse con el cinismo. Es una actitud vital que, a pesar de todo, se acerca mucho al ideal de felicidad. Y no es un cuento, es la verdad que solo puede entenderse a través de esos mágicos tres acordes.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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