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Pequeñas mentiras para estar juntos

Comedia. Drama Siete años después de lo acontecido en "Pequeñas mentiras sin importancia", angustiado y al borde de la depresión, Max (François Cluzet) decide pasar solo un largo fin de semana en su casa de la costa. Pero sus viejos amigos Eric, Marie, Vincent, Isabelle y Antoine han planeado visitarle para darle una fiesta sorpresa de cumpleaños. Una oportunidad para ponerse al día después de mucho tiempo separados, y de paso para comprobar qué queda de su amistad. [+]
Reencuentro entre bostezos
El actor y director Guillaume Canet filmó en 2010 la película más taquillera del año en Francia, "Pequeñas mentiras sin importancia", un mamotreto de dos horas y media de duración que relataba la reunión de un grupo de amigos, pretendidamente catártica, tras un accidente que dejaba en coma a uno de ellos. Se trataba de un canto a la explicitud narrativa, regado por unos cuantos chistes de saldo y beneficiado, al menos, por la presencia de algunos de los mejores intérpretes del cine francés, entregados, eso sí, a unos personajes tan falsos como cargantes. Y he aquí que regresan todos ellos, con algún añadido, unos cuantos años después.

Aquejado de una notable elefantiasis fílmica, Canet rueda con fruición. De sus seis películas como director, ninguna ha bajado de las dos horas de metraje, dos de ellas llegan casi a las dos horas y media y una la sobrepasa. Canet rueda como interpreta: instalado en una planicie emocional. Salvo cuando se pone un poco intenso, es decir, un poco autor, que es el momento en que empieza a resultar cargante y, lo que es peor, pretencioso (su thriller "Lazos de sangre", en el que juega a ser James Gray, es un ejemplo palmario), pero en general está situado en un término medio en el que reina lo anodino, lo que ni irrita ni divierte, sino todo lo contrario. En este caso, se ha conformado con unos nada someros 135 minutos para agrupar de nuevo a los colegas (y dinamitar otra vez las taquillas francesas). Al igual que ocurría con la primera entrega, el recuerdo de una película fundacional como "Reencuentro", de Lawrence Kasdan, planea sobre la historia. Sus logros, sin embargo, ni se atisban.



Esta congregación amistosa se convierte de nuevo en una oda al cine complaciente y gazmoño, ausente tanto de riesgo como de intensidad, lo que entra en grave conflicto con su intención de que los sentimientos vibren en primer término. El grupo se convoca en esta ocasión para lucir sus heridas vitales e intentar sanarlas con el mismo método de la primera entrega: parlotear sin cesar.

Max (François Cluzet), que se enfrenta con un proceso de divorcio, cumple sesenta años y sus colegas lo visitan por sorpresa, para paliar, además, un cierto distanciamiento. Marie (Marion Cotillard) aún arrastra el dolor por la muerte de Ludo en la primera entrega y es una mujer resentida y huraña (¡fuma y bebe!) que no afronta su responsabilidad como madre; Vincent (Benoît Magimel), que confesó años atrás su amor por Max, ahora tiene un amante maduro; su ex mujer Isabelle (Pascale Arbillot) ha permanecido integrada en el grupo, pero no oculta su rencor; Eric (Gilles Lellouche) sigue siendo el tipo jovial que, tarde o temprano, nos arrancará una sonrisilla…



Sí, claro que el abultado reparto muestra su solvencia desde la pantalla. Aunque se nota, no obstante, que Cantet, ocupado en la nada, empeñado en la desaparición laboral, le ha dado vía libre. Y en el caso de François Cluzet, un actor espléndido cuando se le aferra convenientemente, eso es peligroso y se traduce en un trabajo desaforado y consciente de sí mismo (Marion Cotillard le sigue los pasos); otros, más sobrios, como Gilles Lellouche, Benoît Magimel o Laurent Lafitte, se muestran más ajustados.

Insertada en el reino de lo previsible en su máximo esplendor, "Pequeñas mentiras para estar juntos" permite que sus burgueses dolientes, pero felices, coman y beban, canten y bailen (como la anterior, la película está repleta de canciones… en inglés, claro, que Cantet tampoco va a empeñarse en hacer patria), se amen y se odien durante un rato para demostrar que son los mejores amigos del mundo y que no hay drama ni encono que pueda separarlos. Personajes todos ellos que funcionan como prototipos, acartonados, falaces y definitivamente imposibles.

Cantet se encierra en una burbuja narrativa y vital tan idealizada como farisea, irreal hasta lo asombroso, contra la que nada pueden ni intentos de suicidio, ni enfermedades, ni bancarrotas financieras, ni amigos muertos… Un país de las maravillas (tanto da que la acción se desarrolle en Francia como en Pernambuco) con el que vuelve a aburrir solemnemente, filmado con la funcionalidad como emblema. No hay ni una sola imagen en "Pequeñas mentiras para estar juntos" que escape de la corrección más inmaculada, en un alarde de atonalidad visual que parece asumido por un director robótico. Una vez más, las taquillas francesas nos han mentido en toda regla…
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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