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Las niñas bien

Drama. Comedia En medio de casas de lujo, autos Grand Marquis y música de Julio Iglesias, Yuri y Menudo, Sofia (Ilse Salas) y un grupo de mujeres viven los devenires del clasismo, las buenas costumbres y las crisis económicas. (FILMAFFINITY)
Cita con los monstruos humanos
En su excelente primera película, "Semana Santa", la mexicana Alejandra Márquez Abella se volcaba en el dramático y dolorido retrato de una familia mexicana cercana a la autodestrucción. Lo hacía desde una notable capacidad para ahondar en personajes complejos a partir de una apariencia de sencillez, apoyada en una factura visual casi transparente que empapaba sus imágenes de sentimiento. Mucho de ello existe también en "Las niñas bien", un dibujo, arisco, agrio y desapacible de la clase alta mexicana en el inicio de los años ochenta, en pleno gobierno de José López Portillo, el presidente que manejó México entre 1976 y 1982. Y entre los espectadores no mexicanos, no está de más un conocimiento previo del contexto histórico en el que se desarrolla la trama.

Hablamos de un dirigente que aportó al país la Reforma Política de 1977, con la que México pudo viajar de un régimen en el que reinaba un partido hegemónico a otro con una presencia abierta del pluripartidismo, pese a que el PRI no llegase a abandonar el poder hasta el año 2000, tras 60 años de gobierno ininterrumpido. Pero también hablamos del presidente que hizo alarde de su nepotismo, que encomendó a su mujer la política cultural del gobierno y que llegó a nombrar subsecretario de Estado a su hijo José Ramón; del líder político que obligó a que el viaje del papa Juan Pablo II en 1979 hiciera una parada en su la residencia oficial para celebrar una misa especial para su madre o que afeó en público los reproches de un periodista con un significativo "No te pago para que me pegues". El presidente, en fin, que culminó su mandato dejando a México sumido en una de las crisis económicas más feroces de su historia mientras disfrutaba de un retiro dorado, enriquecido hasta límites insospechados tras su paso por la jefatura del país.



Es en el mandato de Gómez Portillo donde vive la historia de "Las niñas bien", que se sumerge en el nido habitado por Sofía, rica de profesión: una mujer florero de manual (interpretada con implacable rotundidad por una magnífica Ilse Salas). Sofía ejerce de ama de casa y de amiga de sus adineradas amigas. Y se encuentra instalada en la impunidad moral, emocional y económica de quien se sabe protegida por un sistema en el que se halla acomodada como ciudadana privilegiada y como mujer mantenida. Pero no sabe que acecha el peligro del descalabro económico en el que se sumirá México. Inflexible y glacial, el guion de la propia directora sume a Sofía en el peor de sus miedos: deberá asistir al colapso de su idílico entorno, al derrumbe de sus privilegios, a la desaparición de su status.

Márquez Abella sitúa su película en uno de los terrenos más complicados, el de la farsa. "Las niñas bien" es un drama obligado, sí, pero dominado por la mirada de la pantomima, casi del esperpento en ocasiones (¡las delirantes fantasías de Sofía con Julio Iglesias!), pero que jamás caerá en la caricatura de sus personajes. Márquez Abella muestra un extraordinario temple narrativo para acercarse a su frivolidad, a su vacuidad moral y a su desapego emocional (incluso en el caso de los que caen en la más abierta inmoralidad) sin que la mirada volcada sobre la película parezca un juicio de valor. Un retrato implacable, aunque nacido de la distancia fílmica, que convierte a Sofía en el emblema de quienes, instalados en su placentera existencia, se creyeron dueños de un país, de quienes aferrados a sus privilegios vivieron en un limbo aparentemente inaccesible que, al mostrar su fragilidad, se resquebraja sin remedio.



La tragedia que retrata Márquez Abella es la tragedia del ser humano indecoroso, de la sociedad clasista y machista, de la falta de valores éticos de los grupos de privilegiados, de la fatalidad que rodeará a Sofía y que "Las niñas bien" acentúa al eludir cualquier atisbo de humor. Una desdicha ante la que esas niñas bien reaccionarán poniéndose la capa de la falsa dignidad, un manto que apenas las cobija y que acentúa el patetismo del desclasado.

"Las niñas bien", cuyo arco dramático crece secuencia a secuencia en una progresión inexorable, afianzada en su frialdad narrativa, culmina en una demoledora secuencia que termina de exhibir, ya por completo al desnudo, su desaprensivo y obsceno universo: la mendacidad, incluso en momentos de desesperación, solo necesita de una brizna de aire para explotar. En pocas ocasiones se ha visto una estampa tan aniquiladora, tan precisa y tan brutal de la falta de dignidad humana.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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