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La luz de mi vida

Drama Un hombre y su hija viven solos en el bosque después de que una pandemia mortal alterara radicalmente el mundo. (FILMAFFINITY)
Mujeres ausentes
Existe un abismo entre las dos películas que ha dirigido, por el momento, el actor Casey Affleck. Han pasado nueve años desde el alucinado 'mockumentary' que supuso "I’m Still Here", con el que dinamitaba las difusas fronteras entre realidad y ficción, hasta este drama post apocalíptico y a Affleck le ha dado tiempo de vivir tanto el coronamiento del Oscar como las acusaciones de acoso sexual que se remitían precisamente al rodaje de su primera película como director. Y lo cierto es que, pese a que Affleck ha asegurado que no existe un mensaje consciente en "La luz de mi vida", y que en ella no hay más que un retrato del amor entre padres e hijos, buena parte de su contenido se asemeja mucho a una petición de disculpas.

Ahora bien, el guion de "La luz de mi vida", o al menos el inicio de su escritura, se remonta a hace casi una década, inspirado por los cuentos que Affleck contaba a sus hijos pequeños cada noche, antes de dormir. Precisamente es la narración de un cuento la que da forma al inicio de la película, una secuencia de casi doce minutos en la que, en el interior de una tienda de campaña, un padre relata una historia a su hija, enfrentado a las constantes interrupciones irónicas de la niña ("¿Quieres que te cuente una historia?" será el motivo recurrente del relato). Muy pronto descubriremos que se encuentran solos en el bosque y que ella se hace pasar por un niño. Un inicio que se mueve entre lo tierno y lo inquietante, entre lo dulce y lo amenazador, que marca a fuego el tono del resto de la obra.



"La luz de mi vida" desvela de inmediato su armazón narrativo: en una suerte de cruce argumental entre "En la carretera" e "Hijos de los hombres", retrata un mundo bárbaro y primitivo, resultado de una pandemia que ha exterminado a todas las mujeres del planeta. Salvo a la niña protagonista. De modo que el padre y su hija han de sobrevivir en un entorno hostil y, ahora, primario. Con suma astucia, Affleck añade al relato un interesante fleco: el padre sobreprotege a su hija, sí, la preserva como un bien precioso, desde luego, pero también se encarga de enseñarle las claves para un futuro quizá no muy lejano, en el que él desaparezca o ella se convierta en un ser independiente. De esta intención narrativa nacen algunas de las emociones más intensas de la obra, algunas de las líneas de diálogo más conmovedoras.

Hay que descubrirse ante el riesgo asumido por Casey Afleck en una película áspera y rocosa, que indaga en los rincones de la existencia humana y que defiende la importancia de la educación y la moral como armas de supervivencia en un mundo adverso, una empresa que se revela difícil: la hija se muestra, poco a poco, más seducida por las viejas revistas que ambos encuentran en edificios y casas abandonadas que por las palabras del padre. Tampoco falta el hecho fundamental de esta nueva existencia: la total ausencia de referencias femeninas en un mundo en el que estas solo podrán llegar desde la literatura y desde esas publicaciones encontradas.



"La luz de mi vida" abunda en instantes sensibles, en los que se busca la complicidad del espectador sin falsos alardes, sin artificios (el doloroso momento en que el padre ha de explicar a su hija qué es la menstruación). También de tensión narrativa, por más que Affleck utilice una puesta en escena de asumida lentitud, en la que juega con abundantes planos fijos que retratan los monólogos del padre. Y resalta el afán por llenar a su hija de valores en un mundo deshumanizado, donde deja caer la idea de que la personalidad propia, formada, no se podrá lograr en soledad ("No conozco a nadie, solo a ti", afirmará la niña) y solo será posible a partir de la presencia del otro, algo a lo que padre e hija tienen difícil acceso. Más aún cuando el nuevo mundo resulta un universo patriarcal en el que el poder absoluto está en manos de los hombres. Por ello, no es gratuito que la película integre algunos breves flashbacks que muestran la presencia anterior de la madre, interpretada por Elisabeth Moss, en una asumida referencia a "El cuento de la criada", otra distopía a costa de un mundo devastado y sostenido en el más feroz heteropatriarcado. Porque Affleck entona un canto, quién lo iba a decir, a la feminidad, al poder de las madres, al legado de las mujeres.

Hay mucho trabajo de puesta en escena en "La luz de mi vida", mucha precisión visual, mucho mimo volcado en las imágenes: en las miradas de padre e hija, en su relación de afecto y temor, vive la tensión de unas vidas marcadas por la huida tanto como por la búsqueda. Affleck confía en sus imágenes, duras, ariscas, que explotan en planos de larga duración, muchos de ellos estáticos, que aferran las emociones y fijan la mirada del espectador en el interior del encuadre. El tenebrismo y la austeridad visual son las señas de identidad de una obra que ahonda en miedos y temores (hoy más presentes que nunca), pero que también ofrece una catarsis. Narrada con aspereza, sin concesiones, pero catarsis al fin. Y que culmina en el desenlace más emotivo y más reposado que pueda imaginarse, centrado en una mirada, nacido únicamente de un plano fijo inundado por la luz que entra por una ventana.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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