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Los años más bellos de una vida

Romance. Drama Un hombre y una mujer, hace años, vivieron una historia de amor fulgurante, inesperada, atrapada en un paréntesis convertido en un mito. En la actualidad, él, antiguo piloto de carreras, se pierde un poco por los caminos de su memoria. Su hijo entonces intenta ayudarle a encontrar a la mujer que su padre no supo guardar junto a él, pero a quien rememora continuamente... Secuela de "Un hombre y una mujer" (1966) que a su vez tuvo otra ... [+]
53 años después
En el momento de su estreno (esto fue en el año 1966), ‘Un hombre y una mujer’ aprovechaba los primeros momentos de proyección para vanagloriarse de los éxitos cosechados en la que fue su puesta de largo oficial. Ésta se produjo en el vigésimo Festival de Cine de Cannes, donde conquistó ni más ni menos que la gloria máxima de una Palma de Oro (ex aequo, eso sí, junto a ‘Señoras y señores’, de Pietro Germi), que por aquel entonces todavía se conocía como “Gran Premio”. Recuperando dicha experiencia, la primera reflexión que inevitablemente viene a la mente es que el tiempo, efectivamente, sigue implacable su avance, y que éste no perdona a nadie.

Ni a certámenes cinematográficos, ni a los directores que pasan por ellos, ni mucho menos a los actores que están a sus órdenes. Cómo éramos antes y cómo somos ahora... quién nos ha visto y quién nos ve. Y así. Esta línea de pensamiento, comprensible cada vez que miramos atrás (y es que el cine, en parte, existe para esto) cobra aún más sentido cuando lo que tenemos delante es ‘Los años más bellos de una vida’. Una película que parece que no pueda ser vista por primera vez; un objeto fílmico que afirma, una y otra vez, que solo puede ser redescubierto. La propuesta, para entendernos, podría definirse como la tercera entrega de una trilogía que, nos guste o no, está llegando a su fin.



Volvamos a 1966, año en el que Claude Lelouch, cineasta francés cuya edad apenas rondaba la treintena, conquistó esa dulce aura de autor de prestigio, gracias a la asociación que levantó junto a Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée, dos actores de su misma generación. Tenemos pues a tres talentos que, por aquel entonces, desbordaban juventud. Y así mismo se comportaba el proyecto que entre todos habían creado: como una especie de borrachera en la que el sentimiento amoroso se convertía, durante más de hora y media de metraje, en una fuerza libre y, por supuesto, liberadora. Un hombre y una mujer, igualmente heridos a causa de sendas historias románticas malditas, se apoyaban el uno en la otra (y viceversa) y descubrían que lo que en un principio habían considerado como el final (de la vida, así de claro), a lo mejor no era más que un nuevo comienzo.

Y así fue, incluso a nivel meta-cinematográfico. Para entendernos, con el paso del tiempo (de esto trata todo) ‘Un hombre y una mujer’ se confirmó como el pistoletazo de salida de una saga de películas que incluso se comportaría, llegada la ocasión, como una franquicia (véase esa especie de remake americano convenientemente titulado ‘Otro hombre, otra mujer’, escrito y dirigido por el propio Lelouch, pero protagonizado por James Caan y Geneviève Bujold). Así pues, en 1986 tuvimos ocasión de ver ‘Un hombre y una mujer: 20 años después’, título revelador no solo en lo literal, sino también (y sobre todo) en la esfera espiritual de una serie concebida para avanzar al mismo ritmo de la vida.



Detrás de esta decisión se esconde, para empezar, una filia muy definitoria del cine francés (y que de hecho no deja de ser una de las muchas demostraciones de la superioridad de ésta con respecto a cualquier otra que venga en mente). Me refiero, por supuesto, al reflejo naturalista del paso del tiempo; a esas sociedades selladas delante y detrás de las cámaras, y de la que François Truffaut y Jean-Pierre Léaud, o Léos Carax y Juliette Binoche-Denis Lavant son solo algunos de los más célebres exponentes. Por supuesto, artistas como Richard Linklater dan fe de la no-exclusividad de dicho uso del cine, pero en cualquier caso, no hacen sino confirmarse como excepciones confirmatorias de la regla.

Y volvemos a Lelouch, a ese hombre y a esa mujer para los que han pasado 53 años desde aquel mágico encuentro. Pues bien, como en la previa de aquella primera vez, impera en el ambiente una sensación aciaga de final de trayecto. La vejez se ha cebado con los antaño jóvenes enamorados, y vistas las arrugas en sus respectivos rostros, solo queda consolarse con las enseñanzas de los clásicos. “Los mejores años de nuestra vida”, decía Victor Hugo, “son los que aún no vivimos”. Con esta cita, suerte de promesa eterna hacia un futuro que nunca debe negarse, arranca este tercer cruce de caminos, una aventura amorosa teóricamente obligada a adaptarse a los ritmos vitales agónicos de la tercera edad...



Solo que en realidad (y ahí está el principal atractivo), Claude Lelouch sigue queriendo impregnarse de esa vitalidad de ‘Un hombre y una mujer’. Lo hace aferrándose a los símbolos de la juventud (ese estiloso bólido de carreras), y también riéndose de aquello en lo que han acabado reducidos (esa silla de ruedas a la que se acaba bautizando como “coche de dos caballos”). Pero también, confirmando el séptimo arte como el receptáculo natural de nuestras memorias. Ante la posible amenaza del fantasma del Alzheimer, la película responde aprovechando en su favor los síntomas de tan fatídica enfermedad. ‘Los años más bellos de una vida’ se articula así a partir de los dos antecedentes ineludibles, es decir, a través de la invocación constante de unos recuerdos sanadores, que por lo tanto no deben caer en el olvido.

Por esto, verla por primera vez significa reencontrarse con esas vivencias que, tiempo ha, dieron forma a esas sensaciones que siempre nos acompañarán. Es la nostalgia convertida en combunstible para seguir avanzando. El hoy, el ayer y el anteayer conviven en un collage definido por la mezcla constante de imágenes, diálogos y canciones más o menos familiares. Con dicha combinación de estímulos y de momentos creados y recordados, Lelouch parece dar a su legado artístico el (auto-)homenaje que seguramente cree que merece... y al mismo tiempo, nos anima con la reconfortante seguridad de que nuestros años más bellos, nos acompañarán durante toda la vida.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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