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Chicos buenos

Comedia Después de ser invitados a su primera "fiesta del beso", tres buenos amigos (Jacob Tremblay, Keith L. Williams y Brady Noon) destrozan por casualidad un dron que tenían prohibido tocar. Para reemplazarlo, se ausentan de clase y toman una serie de decisiones erróneas, involucrándose en un caso que incluye drogas y policía.
Súper precoces
Ultimando los preparativos del que debe ser su gran golpe, tres niños pasan revista al material que les servirá para alcanzar la gloria. Ahí están, reunidos alrededor de los más avanzados instrumentos de camuflaje, y a punto de echar mano de las armas más sofisticadas y letales del mercado. Solo que en realidad, están mirando los tesoros del cajón secreto de los padres de uno de ellos. La cámara, que no entiende de fantasías, muestra los objetos tal y como son, y éstos no dejan lugar a dudas: son los juguetes sexuales de unas personas mayores que, por lo visto, sí saben de qué va la vida.

‘Chicos buenos’, nuevo (es un decir) regreso a los ritos de iniciación por parte de la comedia americana, es una película cuya comicidad se sustenta, mayormente, en lo que no deja de ser uno de los fundamentos del género. Esto es, incidir en la distancia (a veces abismal) entre la percepción de los personajes, y aquello que realmente está pasando. Aplicado al caso: ellos juran que están empuñando un nunchaku, pero nosotros vemos unas “bolas chinas” que, efectivamente, parece que desprenden un olor que las delata como tales.



Con el recuerdo aún fresco de ‘Súper empollonas’, de Olivia Wilde (clara versión femenina del clásico moderno ‘Supersalidos’, de Greg Mottola), se hace prácticamente imposible renunciar a la visión de una industria (la hollywoodiense, por supuesto) cómodamente asentada en el negocio (más o menos artístico) de exprimir una idea de éxito, hasta que ésta se quede seca. Recordemos aquella fiesta prometida, y aquella odisea previa, una aventura absurda en la que los protagonistas aprendían, normalmente a las malas, a moverse en un mundo cargado de maravillas o terrores (premios o castigos cuyo estatus, una vez más, dependía del punto de vista).

Pues bien, con chicos y chicas habiendo protagonizado su propia actualización de ‘American Graffiti’ (la que por cierto seguramente sea la mejor película como director de George Lucas), el siguiente paso es el de ampliar las barreras de edad. Llegó el turno de los niños de la mano de una película que muestra sus credenciales proclamando, orgullosa, que en su equipo repiten algunas de las mentes -geniales- de ‘La fiesta de las salchichas’. Tiene todo el sentido del mundo, pues entre los logros más destacables de aquella cinta se encontraban las piruetas alrededor del ya comentado juego de interpretación de las imágenes.



O sea, que mientras un crío sonreía ante un perrito caliente saludando a cámara, nosotros no podíamos contener esa carcajada que solo puede despertar un pene erecto en el sitio más inapropiado. La gracia, en parte, estaba en “mancillar” un territorio (al cine de animación me refiero) histórica y erróneamente erigido en santuario protector de la candidez infantil. Y a esto mismo se dedican, aunque sin tanta inspiración, estos “chicos buenos”. De nuevo, y esto es extraño, la promoción no miente: la combinación de circunstancias a priori imposible de una película protagonizada por mocosos... pero calificada para mayores de edad, habla por sí sola.

Y lo hace, básicamente, sobre la doble moralidad de una sociedad (la occidental, dejémoslo así) que sigue prefiriendo mirar hacia otro lado ante la incomodidad de tener que mediar en el tránsito entre edades. Hacerse mayor, para entendernos, es siempre una tarea embarazosa.. más aún si hay alguien registrando dicho proceso. Benditas propiedades inmortalizadoras del cine. Como era de esperar, aquella famosa escena de ‘American Pie’, en la que Eugene Levy, padre en la ficción de Jason Biggs, hacía alarde de -hilarante- naturalidad en la narración de sus experiencias sexuales, tiene su correspondiente réplica aquí. De hecho, la película que ahora nos ocupa empieza exactamente así.



Gags repetidos, o ligeramente adaptados al presente y/o a las necesidades corporales de una minoría de edad ahora mucho más flagrante. A lo mejor, por aquello de explotar humorísticamente la -estúpida- obsesión por adelantar la llegada de la vida adulta. En cualquier caso, el llamamiento a la risa se hace a través de las mismas herramientas de las que echaban mano todas las películas (y muchas más) citadas en este texto. Porque a lo mejor, asomarse a la pubertad es siempre el mismo salto de fe... o porque, como ya he dicho, a Hollywood (y por ende, a nosotros) ya le vale con repetir lo que ya sabe que -comercialmente- funciona. Lo bueno es que lejos de andarse con complejos, el producto no muestra ningún reparo en asumir, muy alegremente, su propio carácter intrascendente, efímero, efervescente... y desde luego, “random”.

De modo que las primeras veces (el miedo y excitación que despierta la posibilidad de ese trago de cerveza, de ese beso, de ese vídeo porno, de esa paja...) se confirman como enésimos ecos que, como tales, no aportan nada nuevo al sonido ambiente, pero que resuenan con la jovial torpeza del ingenuo que cree estar descubriendo partes inexploradas de un mundo que, no hay duda, está completamente cartografiado. Ahí, definitivamente, está la gracia: en que ellos, tiernos pipiolos, creen enfrentarse al mismísimo Apocalipsis... mientras que nosotros, adultos más o menos maduros, sabemos que la aventura no ha hecho más que comenzar.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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