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El hijo

Terror. Ciencia ficción ¿Qué pasaría si un niño de otro mundo aterrizara de emergencia en la Tierra, pero en lugar de convertirse en un héroe para la humanidad fuera algo mucho más siniestro? (FILMAFFINITY)
El Superman maligno
En pleno auge del cine de superhéroes, no deja de tener su gracia el estreno de una película como "El hijo". El gran James Gunn, que tan buenos ratos nos ha hecho pasar en las salas con “Guardianes de la Galaxia”, ejerce de productor y confía a sus hermanos Brian y Mark la elaboración de un guion en el que han volcado buenas dosis de gamberrismo. Ahí es nada el hecho de "El hijo" repita las premisas narrativas que sostienen el mito de Superman para aniquilarlas y transformar al personaje en un malvadísimo asesino con el cuerpo de un adorable infante.

Y es que "El hijo" presenta a una pareja de granjeros, ansiosa por aumentar la familia, que ve como un asteroide cae cerca de su propiedad; sí, en su interior aparece un bebé al que adoptan con el nombre de Brandon. Y, sí, al crecer, el chaval mostrará unos poderes sobrehumanos. Pero, ah, lejos de la bondad del hijo de Krypton, Brandon se acoge a unas tendencias malignas de primer orden, de modo que nada de proteger al mundo: lo que querrá es, si le dejan, asolarlo.



Resulta estimulante que Brandon, muy bien interpretado por un Jackson A. Dunn de gélida mirada, se convierta pronto en un personaje casi de cómic, alumbrado por una personalidad diabólica (le interesa el mal por el mal, no es ningún sociópata enfrentado al sistema como es habitual en muchos villanos comiqueros). Y así el centro de la película se encontrará gobernado por una especie de superhéroe reconvertido en Anticristo (a la manera del Damien de la legendaria "La profecía") del que asistiremos a sus primeros pasos mientras hace de las suyas.

La hora y media de divertimento que ofrece la película no es baladí, más aún cuando se envuelve en cierta imaginación visual, lo que no es poco en estos tiempos desoladores para el género terrorífico. Tras la cámara, David Yarovesky envuelve muchas secuencias en un cierto desasosiego y vuelca en el escenario y en los objetos del drama (como los lúgubres dibujos de la criatura) buena parte de la carga de inquietud que provoca su protagonista. Y mueve la cámara con certera habilidad para acotar los espacios y reencuadrar las acciones con el objetivo de captar zonas oscuras del relato. En el primer tercio del metraje, "El hijo" encuentra sus mejores momentos, aquellos en los que Brandon y sus padres comienzan a descubrir los poderes del joven (la secuencia en la que mastica literalmente un tenedor es impecable y algunas de sus primeras maldades en el instituto están cargadas de sensaciones macabras) y, más adelante, su malignidad, Además, Yarovesky aporta al relato un aire de filme de serie B que no es habitual entre los directores de los últimos años, siempre abrazados a ínfulas creativas.



Es en el último tercio de la película cuando "El hijo" se desploma un tanto, en parte por la desatención a las líneas narrativas abiertas hasta entonces, en parte también por el abuso del mensaje, que ya había quedado más que claro, sobre la naturaleza del mal. En los momentos en que la película se adorna de una mayor gravedad, pierde fuelle. La desfachatez hubiera sido su mejor bandera y se echa en falta que no la asuma hasta el final. Las exigencias del cine comercial son demasiado rígidas y el relato se pierde en un desenlace que acumula fuegos de artificio y abandona tanto la sugerencia como la carga malsana que había mostrado en sus primeros minutos. De este modo, "El hijo" se convierte en una película interesante, pero desaprovechada.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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