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Last Christmas

Romance. Comedia. Drama Kate (Emilia Clarke) es una mujer joven que suele tomar siempre la decisión menos acertada. ¿Su último error? Haber aceptado un trabajo como elfo de Santa Claus en un centro comercial. Sin embargo, el destino la lleva a conocer a Tom (Henry Golding), circunstancia que cambia por completo su vida. Para Kate, todo es demasiado bueno para ser cierto. (FILMAFFINITY)
El corazón (robado) de la navidad
Este villancico empieza en un lugar y un momento que, sobre el papel, parece que no se presten demasiado a albergar ningún cuento de hadas. Pero el cine, ya se sabe, siempre está dispuesto a proponer fantasías que cumplan su cometido, es decir, chocar frontalmente contra la realidad; desafiarla. El caso es que estamos en Yugoslavia, en el año 1999, en una iglesia cálidamente iluminada, no solamente por los rayos solares, sino más bien por el prometedor talento de una chica del coro episcopal. El pastor de la parroquia, que ya ha detectado su potencial, se ha curado en salud y le ha asegurado un puesto privilegiado para el recital que tanto tiempo llevan preparando.

Y en efecto, la maniobra tiene sus resultados. Esta criatura celestial brilla como ninguna otra. Porque su voz es casi un regalo divino, y porque el repertorio que se le ha asignado es igualmente deslumbrante. Suenan por todo lo alto, casi hasta llegar a la casa de Dios Nuestro Señor, los acordes sanadores de “Heal the Pain”, de George Michael, solo que ahora lo hacen en gloriosa a capela, y a través de las cuerdas vocales de quien se sabe propietaria de la promesa más ilusionante: el futuro... Hasta que este se concreta en un presente decepcionante.



Ahora estamos en Londres, en 2017, y aquella muchacha ha tenido la mala suerte de convertirse en Emilia Clarke, es decir, esta actriz empeñada en ponerse muy por debajo de las expectativas que ella misma podría levantar. Prometía mucho, pero de momento se quedó, siendo generosos, a medio camino. Pues bien, su personaje en la ficción sigue la misma línea editorial: como si de una versión moderna de Llewyn Davis se tratase, su día a día se define a través de la inseguridad de no saber en qué sofá ajeno va a dormir durante la siguiente noche. De esto, y evidentemente de un trabajo a todas luces humillante.

La pobre, se ha visto obligada a recorrer cada día la ciudad disfrazada de elfo del polo norte, pues presta sus -torpes- servicios a una tienda en la que es navidad los 365 días del año. Parece bonito, pero en realidad es una tortura. Con dicha constatación, por cierto, nos acercamos al espíritu de la película. La clave, como casi todo en esta vida, está en ponerse en la piel del otro, es decir, de esta pobre dependienta condenada a vivir, para toda la eternidad, en un mundo en el que solo puede existir la alegría más desmedida.



Hay quien lo llama “dictadura de la felicidad”; hay quien se refiere a ello como una psicosis colectiva en la que prácticamente todos los integrantes de una comunidad prefieren sonreír (porque sí) antes que enfrentarse a los problemas que inevitablemente les están carcomiendo por dentro. ‘Del revés (Inside Out)’, de Pete Docter y Ronnie Del Carmen, habla exactamente de esto. ‘Joker’, de Todd Phillips, un poco también. Este terror (porque solo así se puede describir) es desgraciadamente definitorio de los tiempos que nos ha tocado vivir, pero desde hará ya muchos años, cuando llegan las entrañables fechas navideñas, este llega a cotas inasumibles.

Para muestra, la nueva película de Paul Feig, director competente al servicio de la enésima perversión, a manos de la industria, de los valores de aquel “cuento navideño” de Charles Dickens. Como en aquella magnífica obra, tenemos a un ser descarriado al que la divina providencia (en forma de encuentros más o menos increíbles) brindará la ocasión de volver a encontrar el rumbo hacia esa humanidad perdida en un momento del camino. En aquel caso, el demonio a derrotar era la avaricia de un mezquino patrón; en este, la desidia y abandono al que muy a menudo nos invita la vida moderna. Como revisión de Mr. Scrooge, el personaje interpretado por Emilia Clarke empieza a dibujar la desilusión generalizada en la que finalmente se concretará la función que protagoniza.



No es que sea “mala”, es que simplemente es un desastre (o un “desastrillo”, si se prefiere) que no encaja con el complejo sistema de responsabilidades que exige la vida adulta. De esto va ‘Last Christmas’, se supone, de aceptar nuestro lugar en la vida... aceptando a los que están a nuestro alrededor. La película obra así la pirueta mágica de dar la bienvenida a la edad adulta con, por qué no, una muy sonriente defensa de la híper-risueña convivencia con el “otro”, ya sea este hombre, mujer, inglés o yugoslava. En tiempos de Brexit, nada mejor que un poco de magia navideña para contrarrestar la oscuridad que se cierne tanto sobre las islas británicas como, visto lo visto, sobre el mundo entero.

Lo que pasa es que este mensaje conciliador es una fantasmada, pues viene patrocinado por el gran capital (véase el gigante empresarial que lo ha pagado), y claro, la falsedad del conjunto cae por su propio peso. De una manera tan estrepitosa, que hasta algunas decisiones de casting se estampan sonoramente (y con acento muy eslavo) contra las recetas con las que la corrección política pretende proteger las necesidades y sensibilidades de las minorías. Total, que las letras de George Michael, más que actuar como catalizador pop de buenos sentimientos, se comportan como hilarante spoiler. El resto, no pasa de torpe y cursi llamamiento a esa sonrisa impostada que, para colmo de males, no es más que la etapa previa a pasar por la caja de este monstruo comercial (con cara de “Mr. Wonderful”) en el que hemos convertido a la navidad. Premiso para sentirse como el Grinch.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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