Haz click aquí para copiar la URL

Rambo: Last Blood

Acción. Thriller Después de haber vivido un infierno, John Rambo se retira a su rancho familiar, pero su descanso se ve interrumpido por la desaparición de su ahijada tras cruzar la frontera con México. El veterano de guerra emprende un peligroso viaje en su búsqueda, enfrentándose a uno de los carteles más despiadados de la zona. Así descubre que, tras la desaparición de la chica, hay oculta una red de trata de blancas. Con sed de venganza, deberá ... [+]
Negación de un retiro
La última vez que vimos a John Rambo fue en el año 2008, en lo más profundo y remoto de Tailandia, sumido en un frenesí homicida que iba a teñir de rojo el verde infinito de aquella jungla. Se trataba del -memorable- rush final de ‘John Rambo’, cuarta entrega de una las sagas de acción más icónicas de la década de los ochenta... y que en la entrada del siglo XXI, gritaba y disparaba a diestro y siniestro para no caer en la irrelevancia. Lo hacía como mejor sabía, es decir, convirtiendo las experiencias traumáticas de quien apretaba el gatillo, en puro gozo para ese espectador siempre sediento de sangre.

Lo que no sabíamos en el momento del estreno de aquella cinta, es que la contundente imagen de Sylvester Stallone agarrando apasionadamente una metralleta de grandísimo calibre, iba a evolucionar (o a degenerar, según cómo se mire) en uno de los memes más populares de internet. Resulta que a algún genio se le ocurrió borrar digitalmente cualquier rastro de aquella arma pesada, con lo que nos quedamos con una composición absurda en la que Rambo parecía darnos un doble “OK” con todas sus fuerzas.



La épica del dinosaurio convertida, a contra-voluntad, en un chiste que, en el fondo, no deja de ser testigo del modo en que las nuevas generaciones suelen relacionarse con las viejas. Es casi ley de vida, y para ser justos, es el destino que el propio protagonista de esta historia se fue labrando a lo largo de sus incursiones en territorio comanche. Dicho de otra manera: aquel meme cayó por su propio peso. La repetición hiperbólica en la que se cimentó la trilogía originaria de John Rambo estaba condenada a acabar, más pronto que tarde, en la consideración de una comedia que solo podría ser redimida por el sentimiento nostálgico.

Y ahí mismo retomamos la acción, en ese momento en que, al ver al pobre hombre, no sabemos si reírnos, o si sentir respeto, o si mostrar cariño... o si librarnos a las tres alternativas a la vez. Para empezar, “Sly” pretende despejar dudas en su favor. La escena de apertura de ‘Rambo: Last Blood’ nos presenta al eterno soldado luchando contra las fuerzas y las leyes de la naturaleza. Sin importarle mucho su avanzada edad, sigue derrochando energía, cabalgando en plena tempestad, para rescatar a unos montañeros que se han extraviado en el bosque. Puro arrojo, puro sacrificio... pura hombría.



John Rambo en su salsa: en esas condiciones que solo pueden contestarse con el instinto de supervivencia más afilado. Así pues, y en teoría, tenemos todos los elementos dispuestos para el enésimo lucimiento del héroe. Lo que pasa es que a la práctica, la pantalla muestra otros resultados. O mejor dicho, no parece ser capaz de enseñar aquello que queríamos. Tomas oscuras y montaje con marcado síndrome de déficit de atención: son las bases con las que Adrian Grunberg filma una acción obligada a rendir muy por debajo de su potencial... o de su recuerdo, éter del que ahora mismo se alimenta la leyenda.

Pasada la tormenta, sale el Sol, y con su luz, se baña un paisaje crepuscular. Estamos ahora en un rancho donde John Rambo ha encontrado, por fin, la paz que tanto se merece. Lo ha logrado, eso sí, enterrando ahí mismo a todos sus fantasmas, que como bien sabemos, no son pocos. A saber: debajo de esta apacible granja se esconde un intrincado sistema de túneles en los que la mole humana sigue descargando sus miedos y frustraciones... y en los que sigue preparándose para ese nuevo combate contra el Mal que, seguro, volverá a producirse. Este escenario, por supuesto, no es más que la representación gráfica de los deseos del espectador acólito.



El mismo que adora a Rambo... pero que al mismo tiempo, quiere que vuelva a despertar la bestia que lleva dentro. Aunque para esto haga falta otro empujoncito desagradable... especialmente si para esto hace falta otro empujoncito desagradable. Tan estúpido, hipócrita y, por qué no decirlo, tentador, como pretender encontrar la paz de espíritu sobre un polvorín. Y efectivamente, el principio de acción-reacción vuelve a ponerse a prueba mediante una excusa (cruel donde las haya) que parece sacada de la papelera de descartes de la saga “Venganza”, ese buque insignia actioner de Liam Neeson. A quien le interese: la mecha la prende un cártel mexciano compuesto principalmente por actores españoles. Porque son malvados, porque no saben dónde se meten... porque los dioses siguen pidiendo sangre.

O sea, que para mayor disgusto de la diplomacia, las hostilidades se producen ahora en la frontera entre Estados Unidos y México. Grunberg vuelve a la escena del crimen, después de aquella divertida salvajada titulada ‘Vacaciones en el infierno’. Con ello, deja constancia de que con el paso del tiempo, ha perdido aquella gracia canalla. Sus esfuerzos ahora se centran, básicamente, en dar carpetazo digno a alguien que, como decía, se sitúa peligrosamente cerca del meme involuntario. La misión se cumple de aquella manera, con mimo por la cocción a fuego lento, y condicionada por la evidente falta de recursos, circunstancia que no hace más que ahondar, precisamente, en aquello que quería negarse. Esto es, el rincón dejado de la manos de Dios donde dejamos -mal- aparcados a los mitos de otros tiempos. Total, que todo el amor propio que llega a mostrar la película, es propiedad casi exclusiva de Sylvester Stallone, siempre cariñoso (él sí) hacia sus personajes más memorables.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
arrow