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La Llorona

Terror. Thriller La Llorona es una aparición tenebrosa, atrapada entre el cielo y el infierno, con un destino terrible sellado por su propia mano. La mera mención de esta terrorífica leyenda mexicana ha causado terror durante generaciones. En vida, ahogó a sus hijos llena de rabia, por celos, arrojándose en el río tras ver lo que había hecho. Ahora sus lágrimas son eternas y letales, y aquellos que escuchan su llamada de muerte en la noche están ... [+]
La maldición del jump scare
Cuentan que la Llorona es un espíritu errante, una alma en pena condenada a vagar, eternamente, con una única y desesperada guía. Esto es, el desconsuelo causado por la pérdida más irreparable y dolorosa: la de una descendencia igualmente condenada. La figura tiene raíces folclóricas, con lo que es difícil determinar su origen exacto, tanto en lo geográfico como en lo temporal, y más difícil aún es elegir una versión que se imponga con autoridad por encima del resto.

De modo que ahí entra el cine, fuerza reguladora siempre dispuesta a marcar canon. Se acabaron las discusiones: el prólogo del primer largometraje de Michael Chaves nos sitúa en México, en 1673. Ahí, en aquel momento, el sol baña con luz dorada unos campos en los que baila, alegremente, una familia compuesta por una madre, un padre y sus dos hijos. La felicidad impregna la escena... hasta que el más joven se despista, y a la que vuelve en sí, se da cuenta de que su hermano ha sido asesinado, a manos de un desquiciado frenesí materno.



Así se presenta la nueva película del universo “Warren”, otra producción de terror con el sello de James Wan, algo que más que ser un garante de calidad, se confirma, de nuevo, como puro cebo comercial. Dígase ya: la cinta que ahora nos ocupa queda muy por detrás de cualquiera dirigida por el responsable de fenómenos como “Saw” o “Insidious”. Lo que define a ‘La Llorona’ es la adopción de algunos de los rasgos más característicos de esas propuestas, pero esta mimetización se lleva a cabo por la fe ciega en un manual de éxito contrastado, no porque éste se haya refrendado, previamente, a través de un juicio mínimamente crítico.

Una vez termina el prólogo, nos trasladamos a una residencia suburbial de Los Ángeles. El año ahora es 1973, y la cámara transita hábilmente, y sin apenas cortes, por los pasillos de un hogar habitado por una familia de clara ascendencia latina. Dos hermanos (un niño y una niña) corretean despreocupadamente mientras su madre les va detrás, intentando infructuosamente que no pierdan el autobús escolar. El padre ni está ni, desgraciadamente, se le espera. El típico caldo de cultivo de una horror movie, vaya.



El debutante Michael Chaves se apoya en éste y otros muchos tópicos del género para construir un espectáculo que, al igual que las atracciones feriantes en las que seguramente se basa (algo por otra parte muy definitorio de la marca James Wan), en ningún momento pretende esconder su naturaleza tópica. El terror se insinúa con juegos visuales a lo David F. Sandberg y se concreta con la rudeza de John R. Leonetti. He aquí pues un producto sin más pretensión que la de hacer saltar al espectador de su butaca, una y otra vez. El objetivo ya insinúa el escenario ideal para optimizar su consumo: en la oscuridad y soledad (compartida) que ofrece cualquier sala de cine, uno se siente tan desamparado como, efectivamente, un niño.

No en vano, los más jóvenes son los sujetos más amenazados por los llantos de la Llorona (algo que, por cierto, ya sucedía en ‘The Maiden’, terrorífico corto de presentación de Michael Chaves). El film pretende hacernos sentir tan indefensos como un crío que, de repente, descubre que está solo, porque su familia (o la idea que se había construido al respecto) se ha esfumado sin dejar rastro. El ambiente se carga con referencias a los servicios sociales, a la protección al menor de edad y a los abusos infantiles, así como con la sospecha de que los lazos materno-filiales no pueden entenderse, en toda su magnitud, sin la intervención de una figura monstruosa.



Esto sí, cualquier parecido con ‘Babadook’ (o de rebote, con ‘Under the Shadow’) es pura casualidad, brindada ésta por el marco temático. La inteligencia con la que Jennifer Kent y Babak Anvari preparaban y jugaban con el terror, está en las antípodas de este “pasaje de la bruja” en el que actualmente nos encontramos. ‘La Llorona’ no deja de ser una poco inspirada sucesión de momentos tensos, cuyo suspense se basa, exclusivamente, en adivinar el segundo exacto en que se producirá la subida abusiva en el volumen del impacto de esa ventana rompiéndose, o de los gritos de ese espectro asesino.

A todo esto, las instrucciones de uso dicen que con un poco de bagaje cinematofráfico, el estallido acústico (único argumento terrorífico de ‘La Llorona’) se ve venir a la legua. La luz diurna significa que no hay peligro; el crescendo en la banda sonora insinúa que el peligro está más y más cerca... y de fondo, una mocosa mira Scooby-Doo en el televisor. Éste es el nivel. Para bien, pero sobre todo para mal, ‘La Llorona’ es un juego de niños. Una tempestad de jump scares irritante, con el dudoso carisma de un Raymond Cruz cualquiera, y en el que la historia se diluye a base de -tímidos- apuntes feministas de pose, cuotas multi-raciales vacías y, por supuesto, ese griterío sin el cual parece que no se pueda asustar.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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