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En la hierba alta

Intriga. Thriller. Terror Cuando Becky y Cal oyen el llanto de un niño pidiendo ayuda, ambos se adentrarán en un gran campo de hierba alta en Kansas, donde quedarán atrapados por una fuerza siniestra que rápidamente les desorienta y les separa. Aislados del mundo y sin posibilidad de escapar del control del campo, pronto descubren que lo único peor que estar perdido es ser encontrado. (FILMAFFINITY)
El laberinto mecido por el viento
El pionero D.W. Griffith encontró en el viento meciendo las hojas de los árboles, esa imagen casi mítica para referirse a la belleza que solo el cine (y ninguna otra manifestación artística) podía captar. Era ésta una reivindicación de lo natural; de ese factor prácticamente accidental que, por definición, escapaba al control -absoluto- que la industria quería imponer sobre lo incontrolable, a través de escenarios artificiales, como lo eran los gigantescos platós de los grandes estudios. Pues bien, con este mismo suspiro abre la nueva película de Vincenzo Natali.

La eterna promesa detrás de ‘Cube’ (legendario título de culto de finales de la década de los noventa), llevaba ya casi una década sin estrenar ningún largometraje, y viviendo de las series televisivas. Por razones que dependen de los nuevos modelos de producción, este director americano sigue sin poder romper la racha (¿negativa?) que le mantiene alejado de la gran pantalla (a no ser, claro, que tengamos las suerte de estar en un festival de cine), pero en cualquier caso, es un placer verle de vuelta en este formato donde, siempre en teoría, los autores pueden desplegar mejor su particular visión del cine.

Esto es lo que ofrece, básicamente, ‘En la hierba alta’: reencontrar a alguien cuya filmografía se define, al menos en sus momentos más definitorios, a través del angustioso placer de perderse. El espacio físico en el que queda confinado la trama es, en esta ocasión, y de manera muy irónica, un campo abierto. Esto sí, dicho elemento actúa, como cabía esperar, a modo de receptáculo de demonios; como un reto laberíntico no exento de carga metafórica. Volvemos a aquella reflexión de Griffith; empezamos con un impresionante plano cenital de un mar de hierba. De un verde infinito que, precisamente, y en apariencia, se mueve según los caprichos del viento.



Una visión que, como ya supo ver el responsable de ‘Intolerancia’, destila una belleza hipnótica. Lo que pasa es que esto, en manos de Natali, se transforma rápidamente en una composición sugerente... que a los pocos segundos degenera en inquietante... y que en un abrir y cerrar de ojos, ha entrado directamente en el territorio del terror. Esta danza de briznas con la que tendremos que convivir durante la práctica de totalidad del metraje, es como si nos invitara a afinar la vista y a ver lo que se esconden los tallos, especie de amenazantes brazos de una naturaleza que se muestra igualmente hostil.

Y así, durante unas décimas de segundo, se alcanza a distinguir una tierra tan oscura que no puede si no ahondar en esa sensación de horror de la que constantemente bebe la propuesta. Estímulos cromáticos aderezados con una serie de sonidos (testigos de una voz humana en pugna con las fuerzas de esa naturaleza); una mezcla sensorial que allana el terreno, es decir, que nos prepara para lo que está por llegar. Son las armas que el cine (y solo el cine) puede conjugar... esto sí, para ofrecer su versión de lo que es un relato literario.

Y es que la obra de Stephen King (y en este de caso, también de su hijo Joe Hill) vuelve a descubrirse como un bocado demasiado apetecible como para que el conocido como “séptimo arte”, esa bestia siempre hambrienta, renuncie a él. Ahora la historia se presenta, más allá de esa imponente secuencia inicial, al más puro estilo Rod Serling en la catedralicia “The Twilight Zone”. Un puñado de pinceladas mínimas nos introducen a unos personajes cuyo peso quedará rápidamente minimizado por el elemento central del conjunto. Esto es, un interminable campo de hierba que en realidad es una trampa potencialmente mortal.



Tan absurdo como, en esencia, prometedor... como sucedía, de hecho, y por ejemplo, con ‘Nothing’, la que seguramente sea la mejor película del cineasta en cuestión. El caso es que, una vez más, el escenario se erige en protagonista absoluto de una trama que inevitablemente usa esto como soporte vital. El campo es en realidad un entresijo desquiciante de caminos que se bifurcan, y que de paso, desafían el continuo espacio-tiempo. Es, en definitiva, lo mismo que ver a Vincenzo Natali regodearse en el regreso al hogar.

Y así corretea el hombre por esta pradera infernal, demostrando que sigue sintiéndose tan a gusto explorando esas propuestas diseñadas para perder el juicio. En este sentido, su nueva película es una delicia (estéticamente preciosista y conceptualmente perversa) cuando se propone enredarnos entre sus bucles imposibles. Los primeros episodios vividos en “la hierba alta” conforman una estimable lección en lo referente a permitir que el fantastique engulla de sopetón un factor humano que, para más inri, parece que solo pueda entenderse a través de las infinitas posibilidades que ofrece el género. La lástima es que Natali se contagia demasiado de los males de algunos de sus personajes.

A la hora de la verdad, y cuando se le ofrece la posibilidad, salta a la vista que prefiere estar perdido, antes que encontrar el camino de salida. Total, que cuando toca ir hacia la luz al final del túnel, la película muestra su peor cara, resolviendo el clímax dramático con recursos visuales anticuados, y admitiendo (seguramente sin querer) que hay historias cuyo encanto se disuelve justo en el momento en que deciden buscar referencias sólidas. O sea, justo cuando permiten que la lógica retire el velo de lo alegórico. Ya suele pasar, tanto con Stephen King como con Vincenzo Natali. Queda, así pues, el concretar como asignatura pendiente, incluso prohibida... pero permanece también, y por suerte, la insoportable desazón a raíz de ese entorno que no puede (ni debe) entenderse.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)

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