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Ad Astra

Ciencia ficción. Drama. Thriller El astronauta Roy McBride (Brad Pitt) viaja a los límites exteriores del sistema solar para encontrar a su padre perdido y desentrañar un misterio que amenaza la supervivencia de nuestro planeta. Su viaje desvelará secretos que desafían la naturaleza de la existencia humana y nuestro lugar en el cosmos.
Una odisea en las tinieblas
“En un futuro cercano...” las cosas están más o menos como ahora. La Tierra es un planeta ocupado por una especie empeñada en tensar la suerte de su propio destino, y las estrellas son esa última e infinita frontera. Esa promesa con la que seguir alimentando el mito del progreso, monstruo insaciable que, tras siglos de Historia manchada en sangre, sigue cobrándose víctimas. Para entendernos: en el día de mañana, la Luna será pasto de las grandes cadenas de comida rápida, y Marte será poco más que la brutal plataforma de lanzamiento hacia otros territorios que esperan su turno para ser conquistados.

En este contexto nos sitúa James Gray. Con unos breves títulos explicativos, y con un puñado de imágenes, empieza a tomar cuerpo ‘Ad Astra’, el que sobre el papel se presenta como proyecto más ambicioso en una de las carreras más impresionantes que nos haya dado el cine americano en las últimas dos décadas. Venimos, conviene recordarlo, de ‘Z. La ciudad perdida’, una película en la que la exploración (esa lucha contra los elementos) era pura obsesión; una cinta a priori insuperable... a no ser, claro, que el límite lo ponga el infinito del espacio.



Con este vértigo en el cuerpo; con esta agitación capaz de hacer vibrar una sala de cine entera, empieza esta odisea espacial. Este viaje de ida sin retorno confirmado, sobre el cual planea, al principio, el recuerdo reciente de aquel Damien Chazelle que en ‘First Man (El primer hombre)’, tuvo la osadía de ensombrecer el inmaculado historial del héroe americano. Y es que para el autor de ‘Whiplash’ o ‘La ciudad de la estrellas (La La Land)’, el momento más estelar en la legendaria carrera especial, fue en realidad una huida hacia la inmortalidad. O si se prefiere, un plan de fuga que destapó los miedos e inseguridades que, al fin y al cabo, acostumbran a esconder las supuestas búsquedas de la excelencia.

Volviendo a James Gray, el protagonista de su historia es un astronauta que, como aquel Neil Armstrong, interactúa con el entorno, siempre impedido por las quebradizas barreras del autismo. Porque el mundo en el que vive, así se lo pide, y porque, como sucedía con Chazelle, hay un trauma familiar que pesa como un sistema solar entero. El elemento que activa la trama de ‘Ad Astra’ es, al fin y al cabo, un padre que decidió, hace mucho tiempo, esconderse en la negrura insondable del cosmos... y que muchos años después emerge de ella, para poner en riesgo a todas las formas de vida habidas y por ser descubiertas.



Ahora sobrevuela la pantalla el fantasma del Coronel Kurtz, regurgitación del colonialismo por parte de Joseph Conrad... y de la Guerra del Vietnam por parte de Francis Ford Coppola. James Gray se adentra pues en un corazón de las tinieblas en el que la línea de meta está marcada por la pérdida de rumbo de un género humano que ha decidido renunciar a su humanidad. La apatía y las constantes vitales bordeando los mínimos comatosos, se descubren así como una cruel imposición del sistema. Al personaje encarnado por Brad Pitt, distante estrella de esta función, le define un récord ciertamente inhumano: no haber subido jamás de las 80 pulsaciones por minuto.

Esto, y el superar, con una facilidad insultante, todos los tests psicológicos a los que le somete, constantemente, un sofisticado software. Son máquinas evaluando el estado anímico de otras máquinas. Son personas reducidas, a través de un escalofriante uso de la técnica del fundido, a poco más que espectros. Sombras de lo que algún día pudimos ser... pero que al final no fuimos. Es el futuro cercano que dibuja ‘Ad Astra’, funesta proyección a partir de un presente en el que, no lo olvidemos, ya existen programas informáticos capaces de detectar el momento exacto en el que una sitcom requiere la inserción de risas enlatadas.



El Apocalipsis es, efectivamente, el ahora. Por esto, las perspectivas que pueda ofrecer el mañana son abono para un sentimiento distópico que se justifica no por la losa del pesimismo, sino más bien por el don -maldito- de la clarividencia. Como con Coppola y Conrad, la misantropía parece la respuesta más lógica a un mundo que definitivamente ha perdido la cordura... quién sabe si el alma. Por suerte, y a pesar de todo, James Gray se comporta como el último receptáculo posible para ese fuego sagrado que, sin duda, merece ser preservado.

En este sentido, ‘Ad Astra’ puede leerse también como una extensión de las fiebres que contagiaba ‘Z. La ciudad perdida’, esa sublimación del clasicismo aventurero, en la que la pasión más noble podía degenerar en enfermedad incurable, y por supuesto, mortal. La familia, motor y ancla habitual en las historias de Gray, actúa aquí como fuente incombustible de luces y sombras. De estímulos sensoriales que convierten la maravilla alucinada del descubrimiento en una dimensión casi abstracta: bella y al mismo tiempo aterradora. Se trata de un espectáculo espacial que a veces se muestra casi desnudo, renunciando al artificio al que nos ha acostumbrado el cine de género. En él, las únicas formas reconocibles son las de una humanidad a la que no le queda otra que aferrarse a ese agonizante espíritu humanista que, milagrosamente, sigue latiendo en su interior.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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