Haz click aquí para copiar la URL

Cuernavaca

Drama El mundo de Andy cambia totalmente cuando su madre tiene un accidente. Sin nadie que lo cuide, es llevado a Cuernavaca, a la casa de su desconocida abuela paterna. Mientras su madre se debate entre la vida y la muerte, el niño se enfrentará a la frialdad de su abuela, al mundo seductor y peligroso del hijo del jardinero y a la búsqueda de su padre. (FILMAFFINITY)
Desde la infancia: la tarea de crecer
La esencia de "Cuernavaca" nace de un concreto punto de partida: la violencia permanente, endémica, de la sociedad mexicana. Su protagonista, Andy, es un niño de tendencias solitarias y con un padre ausente o, cuando menos, intermitente, que ve como su madre es tiroteada durante un atraco en el D. F., lo que la deja entre la vida y la muerte. Tras la tragedia, se ve obligado a vivir en una finca familiar situada en la villa colonial de Cuernavaca, al sur de Ciudad de México. Una inmersión en otro mundo que el debutante Alejandro Andrade retrata con precisión, en una secuencia casi espectral: Andy, abrazado a un disfraz de superhéroe regalado por su madre, llega solo y de noche al lugar para encontrarse con su abuela, quien lo acoge entre la resignación y el desapego. Una escena extensa y tenebrista en la que el protagonista se imbuye de oscuridad. En su mano estará encontrar la luz.

Andy se encuentra marcado por la necesidad de encontrar al padre, por la necesidad de sentirse querido. De ahí que su estancia en Cuernavaca pronto se convierta en un viaje interior en el que habrá de descubrirse y aceptarse. Aunque la película se asoma al retrato coral de una tragedia familiar, lo hace de manera que todos los personajes confluyan en el pequeño protagonista, ya que todos serán armas a las que asirse para su supervivencia. Tanto la abuela, férrea, inflexible (una Carmen Maura impecable, que crea un personaje de abrumadora intensidad gracias a una interpretación en la que extrae de la contención gestual un torrente de vigor), como la hija de esta, una mujer con síndrome de Down y apasionada por los gatos. Y también un personaje que se revelará más que importante con el paso del metraje, retratado con una atinada potencia: el joven hijo del jardinero, convertido en uno de los asideros de Andy, y en quien depositará una candorosa confianza (baste ver su descriptiva presentación en el filme, llena de fisicidad, ante los ojos del atemorizado niño).



No resulta difícil acompañar a este chiquillo, sentirse cercano a sus conflictos, tenderle la mano para vigilar su viaje. "Cuernavaca" es una obra introspectiva, sí, y no ahorra momentos de desarbolada tristeza, pero al mismo tiempo está filmada de una manera casi diáfana, sin subterfugios, con una cadencia lenta que mece tanto a las imágenes como a los personajes. No obstante, Andrade flojea un tanto como guionista, en especial en unos diálogos forzados, en ocasiones literarios, que se agarran a algunos lugares comunes; también en el planteamiento de ciertos arcos dramáticos, como el que atañe a la joven discapacitada, resuelto en apenas un par de trazos.

Sin embargo, tras la cámara, Alejandro Andrade se muestra como un director con fundamento que deja caer el poso de una puesta en escena con la que ajusta la precisión de sus imágenes. Las secuencias crispadas, filmadas cámara en mano, se alternan con momentos plácidos en los que la mirada del niño indaga, escruta, aprende. Al mismo tiempo, brilla la contraposición de las secuencias de interiores y las de exteriores, casi como dos mundos diferentes que acogen al infante: en las primeras, oscuras, por momentos asfixiantes, el autor anula la profundidad de campo y comprime a los personajes en la pantalla; en las segundas, los deja respirar con una profundidad de campo amplia, radiante, aunque la naturaleza que rodea la villa pueda ser un escenario tan bello como amenazador (como muestran los títulos de crédito y las secuencias oníricas que retratan los sueños del niño).



Andy camina ante nuestros ojos hacia un incierto futuro y afronta la tarea de asomarse a la adolescencia, que se intuye no menos complicada que la infancia. Y lo hace, como todos los niños, desde el descubrimiento del dolor y del placer, de la angustia y la felicidad. También desde el inicio de una comprensión del mundo de los adultos, siempre más sombrío, siempre más quebradizo y, desde luego, más abundante en secretos y en mentiras. Andy crece, ni más ni menos. Apoyado en el hallazgo de nuevas realidades que implican renuncias, pero también esperanzas. En ese sentido, resulta modélico el peso que Andrade deja caer sobre los objetos, tanto los que pertenecen a Andy (el disfraz de superhéroe, su máquina recreativa…) como los que surgen a su alrededor en la finca (las añejas fotografías del padre ausente, a quien persiste en contactar una vez que sabe que acaba de salir de prisión, o una inesperada pistola que desatará un amargo conflicto). Objetos vicarios en los que vuelca buena parte de su antigua y de su nueva identidad.

Andrade maneja los elementos fílmicos con precisión y firmeza. Se percibe en la premura de sus imágenes, en su sabiduría para atrapar al vuelo un gesto, una mirada, su pasado con una larga carrera como documentalista. Y entrega finalmente una película un tanto incompleta, pero llena de detalles, de reflexiones, en la que la simplicidad narrativa abre más caminos de los previsibles. Un cineasta a seguir, más aún si acierta a pulir sus debilidades como guionista: la dispersión y la tentación de recurrir a ciertos convencionalismos.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
arrow