Media votos
6,5
Votos
361
Críticas
103
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ehavled Jef:
8
7,2
1.115
Drama
Narra una historia real sobre la fidelidad de un perro hacia su dueño, incluso después de la muerte. Fue la película más vista del año en Japón. En 2009, se hizo un remake americano protagonizado por Richard Gere. (FILMAFFINITY)
30 de noviembre de 2010
39 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del perro Hachi-ko es una poesía de las que hacen llorar. Este perrito nació en la provincia de Akita, al norte de Japón, en el año 1923. Fue un macho de color blanco, de la raza canina Akita, originaria del Japón. Esta clase de perro es considerado en el país del "Sol naciente" como el perro nacional del país, y de hecho durante generaciones fue usado por guerreros nipones como perro de defensa y ataque.
Seijiro Koyama construye una espléndida y enternecedora película acerca del susodicho can Hachi-ko, cuya fidelidad y fama llegó a ser tan excepcional que dejó trascendente huella en los corazones de los japoneses.
Así pues, el tal Hachi-ko fue un perro de raza Akita (natural de esa misma provincia del norte de Japón) que a las pocas semanas de nacer le fue regalado al profesor del Departamento de Agricultura de la Universidad de Tokio, Dr. Eisaburo Ueno. El docente en principio no lo quiso tener en su casa (en el barrio de Shibuya al Oeste de Tokio), debido a la oposición de su esposa; pero acabó alojándolo en el patio de entrada a su vivienda y tratándolo con gran cariño y delicadeza, hasta tal punto que la señora de Eisaburo se sintió celosa. Hay una escena en el filme donde él le dice a su consorte que un perro, a pesar de ser un perro, tiene derechos.
Sin duda, la historia de Hachi-ko nos toca el corazón porque nos enseña qué es capaz de hacer un perro o con cuánto agradecimiento puede responder al cariño, los cuidados amorosos y el mimo que le depara su amo o cuidador.
El profesor colmaba de tantas atenciones a Hachi-ko que incluso en alguna escena se le ve quitándole con gran paciencia una enorme cantidad de pulgas que va matando sobre un papel, durmiendo con el animal encima o incluso metidos los dos en la tina de baños para personas y dándose un reposado y enjabonado aseo humano-canino. No es pues de extrañar que ante tantos cuidados y ternura, el perro Hachi-ko sintiera religiosa veneración o simpatía hacia su amigo racional. Desde pequeñito el perro se acostumbró a acompañar a su dueño hasta la entrada de la Estación de trenes, cuando el profesor se iba a trabajar a la universidad, e igualmente lo recibía en el mismo lugar cuando regresaba de la jornada laboral. Y así a diario, lo cual llenaba de admiración a la gente de este barrio de Shibuya en el extrarradio de Tokio, quienes veían al can comportarse de esa manera extraordinaria.
Pero la grandeza de este perro y de su historia se incrementa a partir de un día del año 1925...
Seijiro Koyama construye una espléndida y enternecedora película acerca del susodicho can Hachi-ko, cuya fidelidad y fama llegó a ser tan excepcional que dejó trascendente huella en los corazones de los japoneses.
Así pues, el tal Hachi-ko fue un perro de raza Akita (natural de esa misma provincia del norte de Japón) que a las pocas semanas de nacer le fue regalado al profesor del Departamento de Agricultura de la Universidad de Tokio, Dr. Eisaburo Ueno. El docente en principio no lo quiso tener en su casa (en el barrio de Shibuya al Oeste de Tokio), debido a la oposición de su esposa; pero acabó alojándolo en el patio de entrada a su vivienda y tratándolo con gran cariño y delicadeza, hasta tal punto que la señora de Eisaburo se sintió celosa. Hay una escena en el filme donde él le dice a su consorte que un perro, a pesar de ser un perro, tiene derechos.
Sin duda, la historia de Hachi-ko nos toca el corazón porque nos enseña qué es capaz de hacer un perro o con cuánto agradecimiento puede responder al cariño, los cuidados amorosos y el mimo que le depara su amo o cuidador.
El profesor colmaba de tantas atenciones a Hachi-ko que incluso en alguna escena se le ve quitándole con gran paciencia una enorme cantidad de pulgas que va matando sobre un papel, durmiendo con el animal encima o incluso metidos los dos en la tina de baños para personas y dándose un reposado y enjabonado aseo humano-canino. No es pues de extrañar que ante tantos cuidados y ternura, el perro Hachi-ko sintiera religiosa veneración o simpatía hacia su amigo racional. Desde pequeñito el perro se acostumbró a acompañar a su dueño hasta la entrada de la Estación de trenes, cuando el profesor se iba a trabajar a la universidad, e igualmente lo recibía en el mismo lugar cuando regresaba de la jornada laboral. Y así a diario, lo cual llenaba de admiración a la gente de este barrio de Shibuya en el extrarradio de Tokio, quienes veían al can comportarse de esa manera extraordinaria.
Pero la grandeza de este perro y de su historia se incrementa a partir de un día del año 1925...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El 21 de mayo de 1925 el perro intuyó desde temprano, ya antes de que su amo saliera de casa para ir a trabajar, que a éste le iba a ocurrir algo grave. Y efectivamente, el profesor murió de repente aquel día cuando daba clase en la universidad. Sin embargo, el perro lo siguió esperando a diario como si siguiera vivo, independientemente que lloviera, nevara, hiciera viento o hubiera sol; Hachi-ko continuó acudiendo día tras día hasta la estación de Shibuya a esperar a su amigo y amo el Dr. Eisaburo.
Tanta fidelidad por parte de un animal irracional hacia una persona, impresionó a la gente de Shibuya que en 1934, después de estar viéndolo acudir a diario durante nueve años a esperar a su desaparecido amo, contrataron al escultor japonés Teru Ando para que realizara una estatua de bronce en su honor, la cual fue colocada frente a la estación, donde solía ponerse el amistoso animal.
El 7 de marzo de 1935, Hachi-ko murió de viejo, de frío o de lo que fuera, cerca de su propia estatua; esto es diez años después de la muerte del humano al que siempre esperaba, de forma que si en Japón ya era grande la fascinación hacia la raza de perros Akita, a partir de esta historia real se engrandeció aún más el respeto. Los restos del perro Hachi-ko fueron puestos en la misma sepultura de su amigo al que siempre esperó, el Dr. Eisaburo Ueno.
El filme japonés de Seijiro Koyama tiene curiosos toques de cristianismo, algo que está en consonancia japonesa con san Francisco Javier y los Jesuitas, que no en vano llevaron desde el siglo XVI hasta aquel lejano país la religión cristiano-católica. Por ejemplo, cuando se casa la hija del profesor Eisaburo Ueno, y la secuencia se sitúa en los años veinte (s. XX), lo hace en Tokio por una ceremonia de matrimonio eclesial católico. Y luego está el final, el cual tiene un sentido metafísico bastante cristiano, en el sentido de la esperanza religiosa aplicada al perro, mostrándonos un "más allá" o reino celestial donde un animal con un comportamiento tan trascendente como el que demostró Hachi-ko en vida, también tiene cabida y es recibido con los brazos abiertos por su amado señor.
Esta película resulta toda una referencia para los amantes de los perros. Como filme es de mayor calidad, posee un contenido más asombroso y bien trabajado que la versión posterior o "remake" de Lasse Hallström, protagonizada por Richard Gere y titulada "Siempre a tu lado (Hachiko)", USA 2009.
Fej Delvahe
Tanta fidelidad por parte de un animal irracional hacia una persona, impresionó a la gente de Shibuya que en 1934, después de estar viéndolo acudir a diario durante nueve años a esperar a su desaparecido amo, contrataron al escultor japonés Teru Ando para que realizara una estatua de bronce en su honor, la cual fue colocada frente a la estación, donde solía ponerse el amistoso animal.
El 7 de marzo de 1935, Hachi-ko murió de viejo, de frío o de lo que fuera, cerca de su propia estatua; esto es diez años después de la muerte del humano al que siempre esperaba, de forma que si en Japón ya era grande la fascinación hacia la raza de perros Akita, a partir de esta historia real se engrandeció aún más el respeto. Los restos del perro Hachi-ko fueron puestos en la misma sepultura de su amigo al que siempre esperó, el Dr. Eisaburo Ueno.
El filme japonés de Seijiro Koyama tiene curiosos toques de cristianismo, algo que está en consonancia japonesa con san Francisco Javier y los Jesuitas, que no en vano llevaron desde el siglo XVI hasta aquel lejano país la religión cristiano-católica. Por ejemplo, cuando se casa la hija del profesor Eisaburo Ueno, y la secuencia se sitúa en los años veinte (s. XX), lo hace en Tokio por una ceremonia de matrimonio eclesial católico. Y luego está el final, el cual tiene un sentido metafísico bastante cristiano, en el sentido de la esperanza religiosa aplicada al perro, mostrándonos un "más allá" o reino celestial donde un animal con un comportamiento tan trascendente como el que demostró Hachi-ko en vida, también tiene cabida y es recibido con los brazos abiertos por su amado señor.
Esta película resulta toda una referencia para los amantes de los perros. Como filme es de mayor calidad, posee un contenido más asombroso y bien trabajado que la versión posterior o "remake" de Lasse Hallström, protagonizada por Richard Gere y titulada "Siempre a tu lado (Hachiko)", USA 2009.
Fej Delvahe