El thriller es la trampa; el género de misterio es, como sabemos, el resultado de aislar narrativamente el germen filosófico de nuestra vida: ordenar el caos. Se hace en una historia inteligiblemente resoluble; hay un misterio, hay una solución; lo importante es que el camino entre uno y otro sea lógico, que exista una cadena comprensible que lleve del enigma al desenlace, si no –por ejemplo si el culpable confesara sin venir a cuento- nos sentiríamos estafados. Orden contra caos, que es nuestra vida, con su conjunto de cifras, fechas, personas y lugares que constituyen un apocalíptico magma informativo al que deberíamos dar sentido, pero que nunca encontramos tiempo para hacerlo.
spoiler:
“Zodiac” trata de esto mismo, es decir, no se acomoda en el molde narrativo del cine de misterio sino que se infiltra clandestinamente en él para mostrar sus efectos. Quizás por casualidad, ya que el libro que le sirve de origen y la película misma están limitados legalmente a la hora de señalar, más allá de cualquier duda -10 sobre 10-, la pieza final del rompecabezas.
Orden contra caos. Los asesinatos deberían estar conectados de una manera diáfana, pero no lo están, Fincher los filma siempre desde la perspectiva de las víctimas que son demasiado distintas, así como las situaciones y las reacciones; Zodiac posiblemente escribe más mentiras que verdades, tanto que llega un momento en que deja de tener sentido como enigma asociado a las muertes. El orden llega a ser más caótico que el propio caos.
Y surge la trampa, en la que caen los periodistas, los policías y hasta el grafólogo de “Zodiac”, en la que nosotros mismos caemos: el propio misterio nos facilita la conversión de la lodosa amalgama de datos en signos cifrados –la letra del asesino, su escritura en clave- y una vez hecha esta fraudulenta metamorfosis, el misterio debe ser resuelto, ya que el destino natural de los códigos cifrados es ser descifrados.
Pero no se puede trasladar esta sistemática a la realidad con tanta alegría. ¿Tan difícil es ver esto en “Zodiac”? No caigamos en el síndrome “Seven”, copiada desde hace años, aquí no estamos ordenando una baraja sabiendo que la última carta nos será mostrada con una ruidosa ovación de la platea, porque todo conduce a ella. Hay cuatro personajes que están intentando dar orden a su propia vida tomando como excusa un misterio cuya solución criminal es cada vez menos relevante y que, como dice el policía, en el momento que se hace una película sobre él ya es absurdo investigarlo; con la salvedad de que ellos que se niegan a reconocerlo.
¿Y usted? ¿Se queda con el 8 sobre 10 o le parece insatisfactorio? Piénselo; nuestras certezas están sobrevaloradas.