Leyendo el libro sobre Nicholas Ray escrito por Jean Wagner (Cátedra, 1994) volvió a asaltarme la sensación de que determinadas obras como Rebelde sin causa se benefician en exceso de interpretaciones metafísicas que tienden al debate extracinematográfico consistente en el análisis meramente temático o la búsqueda desesperada de mimetismos, rasgos de autor.
La excesiva proliferación de este tipo de análisis deja huérfano al diletante cinematográfico de verdaderos análisis sobre el contenido de las obras; puesta en escena, guión, fotografía, interpretaciones...
Rebelde sin causa es un filme sustentado en un sorprendentemente mediocre guión (confeccionado por el discreto guionista Stewart Stern) que, de manera pretenciosa, intenta crear un solemne melodrama desde situaciones, personajes y desarrollo artificiales y poco trabajados desde la base, dando la impresión de que su único fin es la transmisión de un determinado mensaje o tesis. Grandilocuente, convencida de su importancia, Rebelde sin causa fue resultado de una concepción despreciativa del espectador exponiendo un mensaje demasiado evidente, poco sutil, plano, que es subrayado hasta la saciedad.
spoiler:
El tratamiento de una determinada temática o idea se puede introducir dentro de otras situaciones, se puede sugerir, entrelazar con otros asuntos enriqueciendo el resultado y utilizando la infinidad de recursos que el arte cinematográfico ofrece. El filme que nos ocupa es un ejemplo de planteamiento/guión tramposo que fuerza (exagera) las situaciones (coincidencias poco creíbles, soluciones fáciles a problemas planteados por el guión) y los personajes (caricaturiza a los padres, a los adolescentes y sus preocupaciones; incluso al drama en sí mismo) a la espera de esa ulterior interpretación falsamente cinematográfica que lo redima.
La realización de Ray, perjudicada por el plantemiento antes criticado, es bastante correcta durante el planteamiento (movimientos de cámara acompañando a los personajes para hacerlos coincidir, enfrentarse o ser presentados al espectador) y ofrece destellos en el desenlace (escena intimista entre Jim y Judy de sincera expresividad, potenciada por la óptima utilización del Warnercolor por parte de Ernest Haller).
La banda sonora de Leonard Rosenman peca de grandilocuencia y exceso de (mal entendida) solemnidad subrayando la endeble trama con continuas disonancias de poca imaginación y elaboración musical.
James Dean, actor excesivamente autocomplaciente, no es capaz de abandonar sus poses tópicas logrando en pocas ocasiones interpretar con verdadera intensidad a su personaje y el resto de actores realizan un digno trabajo dentro de las limitaciones impuestas por el rígido corsé dramático de la propuesta.
Rebelde sin causa forma parte de un grupo de obras marcadas por su pretenciosidad, altisonancia y excesiva pedantería disfrazada de cerebral crítica intelectual, del cual forman parte títulos como Reflejos en un ojo dorado, Al este del edén (incluso con ínfulas bíblicas) o la interesante per excesívamente enfática Un rostro en la multitud.