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Voto de Miquel:
7
7.0
16,881
Romance. Drama
Nueva York, año 1870. Newland Archer (Daniel Day-Lewis), un caballero de la alta sociedad neoyorquina, está prometido con May Welland (Winona Ryder), una joven de su misma clase social. Pero sus sentimientos cambian cuando conoce a la poco convencional prima de May, la condesa Olenska (Michelle Pfeiffer). Desde el principio, defenderá la difícil posición de la condesa, cuya separación de un marido autoritario la ha convertido en una ... [+]
24 de enero de 2012
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama de época realizado por Martin Scorsese (Flushing, NY, 17 de noviembre de 1942). El guión, de Jay Cocks y M. Scorsese, adapta la novela “The Age of Innocence” (1920), de Edith Wharton (1862-1937), ganadora del Pulitzer. Se rueda entre marzo y junio de 1992 en escenarios naturales de NY (Albany, Brooklyn, Troy, Long Island, Manhattan, Washington Park…), New Jersey, Pensylvania y Paris y en platós de Kaufman Astoria Studios (Qeens, NYC, NY), con un presupuesto estimado de 30 millones de USD. Nominado a 5 Oscar, gana 1 (vestuario). Producido por Barbara de Fina para Cappa Production y Columbia Pictures, se proyecta por primera vez en público el 31-VIII-1993 (Mostra de Venecia, Italia).
La acción dramática principal tiene lugar en NYC entre 1870 y 1879 y en los primeros años del nuevo siglo, 26 años después. Newland Archer (Day-Lewis), joven abogado neoyorquino, de buena posición, competente y ambicioso, contrae matrimonio con su prima May Welland (Ryder). La condesa Ellen Olenska (Pfeiffer) regresa a NYC, tras el fracaso de su matrimonio con un aristócrata europeo. La abuela de May, la señora Mingott (Margolyes), es una de las personas más conocidas y mejor relacionadas de NY. May es sensible, ingenua, adorable y convencional. Ellen es un espíritu libre y rebelde, pero frágil e inseguro. Siente fascinación por lo nuevo, lo moderno y lo europeo. La alta sociedad neoyorquina, indolente, cerrada y mediocre, vive pendiente de códigos sociales presididos por la hipocresía y la envidia, el culto a las apariencias, la murmuración y la práctica de la marginación y la exclusión social.
El film desarrolla la historia de un amor triangular inmerso en la sociedad neoyorquina del último cuarto de siglo del XIX, cuando las convenciones sociales eran en NYC más estrictas y puritanas que en las grandes capitales europeas. La recreación de la época a través del vestuario, la decoración y las costumbres, exige un notable esfuerzo de producción que dignifica, lleva a un alto nivel y fija la condición de la obra como drama de interiores.
El relato, conducido por la voz en “off” de un narrador externo (la autora de la novela), se desarrolla evitando dramatismos innecesarios e inconvenientes, haciendo uso de un lenguaje contenido que evita las estridencias y mediante el manejo de abundantes silencios y disimulos, como los que agradan a una sociedad obsesionada por las apariencias. Los diálogos son abundantes y se presentan escritos con elegancia y precisión. Hacen avanzar la acción, facilitan la definición de los caracteres protagonistas y determinan que el film reúna las características propias de una obra de personajes. Los cuadros que cuelgan de las paredes, justamente seleccionados, evocan los sentimientos íntimos de las personas que conviven con ellos.
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La acción dramática principal tiene lugar en NYC entre 1870 y 1879 y en los primeros años del nuevo siglo, 26 años después. Newland Archer (Day-Lewis), joven abogado neoyorquino, de buena posición, competente y ambicioso, contrae matrimonio con su prima May Welland (Ryder). La condesa Ellen Olenska (Pfeiffer) regresa a NYC, tras el fracaso de su matrimonio con un aristócrata europeo. La abuela de May, la señora Mingott (Margolyes), es una de las personas más conocidas y mejor relacionadas de NY. May es sensible, ingenua, adorable y convencional. Ellen es un espíritu libre y rebelde, pero frágil e inseguro. Siente fascinación por lo nuevo, lo moderno y lo europeo. La alta sociedad neoyorquina, indolente, cerrada y mediocre, vive pendiente de códigos sociales presididos por la hipocresía y la envidia, el culto a las apariencias, la murmuración y la práctica de la marginación y la exclusión social.
El film desarrolla la historia de un amor triangular inmerso en la sociedad neoyorquina del último cuarto de siglo del XIX, cuando las convenciones sociales eran en NYC más estrictas y puritanas que en las grandes capitales europeas. La recreación de la época a través del vestuario, la decoración y las costumbres, exige un notable esfuerzo de producción que dignifica, lleva a un alto nivel y fija la condición de la obra como drama de interiores.
El relato, conducido por la voz en “off” de un narrador externo (la autora de la novela), se desarrolla evitando dramatismos innecesarios e inconvenientes, haciendo uso de un lenguaje contenido que evita las estridencias y mediante el manejo de abundantes silencios y disimulos, como los que agradan a una sociedad obsesionada por las apariencias. Los diálogos son abundantes y se presentan escritos con elegancia y precisión. Hacen avanzar la acción, facilitan la definición de los caracteres protagonistas y determinan que el film reúna las características propias de una obra de personajes. Los cuadros que cuelgan de las paredes, justamente seleccionados, evocan los sentimientos íntimos de las personas que conviven con ellos.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
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(Sigue sin spoilers/aguafiestas)
Los temas principales que el film somete a la consideración del espectador se refieren al análisis de la sociedad americana acomodada de finales del XIX y su apego a códigos de conducta opresivos y anacrónicos que rechazan, entre otras cosas, el divorcio legal en el país y la libre manifestación de sentimientos y opiniones. Habla del paso del tiempo y de los sentimientos de pérdida de lo que pudo ser y nunca fue. Habla del deseo y de pasiones reprimidas. Habla de sentimientos de culpa. Exalta la fascinación por la innovación, la sustitución de los viejos valores por los nuevos, la libertad, la sinceridad, la verdad, la necesaria superación de los prejuicios del pasado, la conveniencia de los cambios, etc.
La cinta evoca escenas de grandes películas y de cineastas admirados por el realizador, como Visconti (“El gatopardo”, 1963), Max Ophüls (“Carta de una desconocida”, 1948) y William Wyler (“La heredera”, “Carrie”). La cinefilia le lleva a reiterar citas de películas diversas, como “Cadenas rotas” (Lean, 1946), “Narciso negro” (Powell y Pressburger, 1947), “Las zapatillas rojas” (Powell y Pressburger, 1948) y otras.
La banda sonora, de Elmer Bernstein (“Valor de ley”, Hathaway, 1969), aporta los elementos necesarios y suficientes para hacer de la cinta una manifestación de belleza sonora capaz de acompañar y complementar la fascinación de las imágenes que compone. La partitura central es vibrante, intensa y cautivadora. Añade fragmentos de la ópera “Fausto”, de Gunod, un corte de la Marcha Radetzky, varios valses de Strauss, un quinteto del compositor más emblemático de la época romántica, Mendelshonn, y de la canción “Marble Hells” a cargo de la joven vocalista Enya.
La fotografía, de Michael Ballhaus (“Infiltrados”, 2006), en color (technicolor), montada laboriosamente y con extraordinario acierto, suma espléndidos planos secuencia, travellings de seguimiento y panorámicos de los decorados a la manera de Ophüls, planos cenitales magníficos, curiosos planos de detalle y otros recursos con los que compone una visualidad emocionante. En ocasiones hace uso de la cámara en mano en busca de verismo y realismo. Las imágenes identifican a May con los ideales de belleza clásica (sobria, rotunda y equilibrada) y a Ellen con los de belleza romántica (frágil, caprichosa y exuberante). También juega con los colores y sus valores simbólicos.
(Sigue sin spoilers/aguafiestas)
Los temas principales que el film somete a la consideración del espectador se refieren al análisis de la sociedad americana acomodada de finales del XIX y su apego a códigos de conducta opresivos y anacrónicos que rechazan, entre otras cosas, el divorcio legal en el país y la libre manifestación de sentimientos y opiniones. Habla del paso del tiempo y de los sentimientos de pérdida de lo que pudo ser y nunca fue. Habla del deseo y de pasiones reprimidas. Habla de sentimientos de culpa. Exalta la fascinación por la innovación, la sustitución de los viejos valores por los nuevos, la libertad, la sinceridad, la verdad, la necesaria superación de los prejuicios del pasado, la conveniencia de los cambios, etc.
La cinta evoca escenas de grandes películas y de cineastas admirados por el realizador, como Visconti (“El gatopardo”, 1963), Max Ophüls (“Carta de una desconocida”, 1948) y William Wyler (“La heredera”, “Carrie”). La cinefilia le lleva a reiterar citas de películas diversas, como “Cadenas rotas” (Lean, 1946), “Narciso negro” (Powell y Pressburger, 1947), “Las zapatillas rojas” (Powell y Pressburger, 1948) y otras.
La banda sonora, de Elmer Bernstein (“Valor de ley”, Hathaway, 1969), aporta los elementos necesarios y suficientes para hacer de la cinta una manifestación de belleza sonora capaz de acompañar y complementar la fascinación de las imágenes que compone. La partitura central es vibrante, intensa y cautivadora. Añade fragmentos de la ópera “Fausto”, de Gunod, un corte de la Marcha Radetzky, varios valses de Strauss, un quinteto del compositor más emblemático de la época romántica, Mendelshonn, y de la canción “Marble Hells” a cargo de la joven vocalista Enya.
La fotografía, de Michael Ballhaus (“Infiltrados”, 2006), en color (technicolor), montada laboriosamente y con extraordinario acierto, suma espléndidos planos secuencia, travellings de seguimiento y panorámicos de los decorados a la manera de Ophüls, planos cenitales magníficos, curiosos planos de detalle y otros recursos con los que compone una visualidad emocionante. En ocasiones hace uso de la cámara en mano en busca de verismo y realismo. Las imágenes identifican a May con los ideales de belleza clásica (sobria, rotunda y equilibrada) y a Ellen con los de belleza romántica (frágil, caprichosa y exuberante). También juega con los colores y sus valores simbólicos.